jueves, 24 de diciembre de 2009

Día 6

Por fin llegué al Duomo. Abandoné las ganas del ver al Papa en El Vaticano y preferí despertarme tarde para tomar el tren hasta Florencia. Antes, cabe recordar, me tomé como 30 fotos frente al Coliseo.
Una vez en la ciudad natal de Alighieri, me perdí. Recorrí dos cuadras que no debí haber caminado. Con dos maletas (¿40 kilos entre ambas?), una bolsa de mano y nieve sobre las banquetas, no fue tarea fácil.
Luego Santa Maria Novella. Para variar, hermosa y toda cubierta por una ligera capa de hielo.
Cuando llegué a Santa Maria del Fiore, no podía cerrar la boca. Brunelleschi lo había conseguido: en ese momento le declaré mi amor a Italia.
Luego el Palazzo Vecchio. Me quedé mirándolo durante más de 10 minutos. Pensé en Hannibal y en el inspector Pazzi. Luego silencio. Estaba –yo creo– en lo que L. me enseñó a nombrar como experiencia estética.
Después me fui a dormir; pero sólo porque Florencia también cierra los ojos temprano.

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