viernes, 18 de diciembre de 2009

Día 2

En Roma oscurece a las cinco de la tarde. Se puede tener la mejor comida en un café –uno de esos coquetos que decoran las banquetas– que prepara el mejor helado del mundo y degustar un jamón serrano como para morirse de un infarto. La Basílica de San Pedro es tan hermosa, que no importa hacer el ridículo tomándole más de treinta o cuarenta fotos.
En la mañana me quejaba de que no hacía tanto frío como esperaba. Ahorita estoy sentada en lo alto del Castel S. Angelo, frente a una de las más hermosas vistas que jamás he contemplado, y con el viento helado soplándome a la cara. Hasta mañana.

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