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jueves, 24 de diciembre de 2009

Día 5

Me despedí de Roma a bordo del taxi de un hombre sonriente y amable que se llamaba Gianni. Cuando bajé del auto, me dijo que, en español, su nombre quería decir 'Juanito' y me movió la mano diciendo arrivederci.
Luego buscar el tren, una loca que cobró 5 euros por cargarme las maletas sin que se lo pidiera (le deseo una amarga navidad) y luego canalizar el enojo escribiendo.
Mejor olvido el pequeño incidente y pienso en Florencia.

Día 4

No regresé a San Pedro. Necesitaba sentarme a comer en un lugar con vista privilegiada y, según recordaba, ningún restaurante de la zona me llamaba la atención. Preferí, entonces, caminar; saborear la ciudad poco a poco (como dicen algunos).
Escogí la Plaza Spagna. Me compré un cinturón (lo necesitaba) y exploré el resto de las tiendas pero no me llamaba la atención comprar nada. Luego escogí El Panteón para comer. En la noche, explorar Trastevere. No me gustó ningún lugar para tomar cerveza. Mejor probé un restaurante con buena calefacción, buen spaghetti alla bolognesa y bueno vino por 10 euros. Un día perfecto, diría yo.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Día 3

Estando en Roma, se pierde la noción del tiempo. A lo mejor es por la diferencia de horario (estoy muy cansada); a lo mejor es porque la belleza de la ciudad no deja que piense en nada más. Hoy comí el mejor spaguetti alla carbonara que he probado en mi vida.
Como parte de lo que ridículamente he bautizado como 'El tour Ángeles y Demonios', visité la tumba de Rafael y bebí Baileys en la Plaza Navona. También me compré dos sombreros. Me veo linda con ellos. Será otra de las novedades que aplique en este viaje. Ahora le tomo fotos al Coliseo, un policía me acaba de regañar por sentarme a escribir y, muy enojada, pienso en el siguiente destino a explorar. Creo que elegiré caminar hasta Sta Ma Maggiore.

Día 2

En Roma oscurece a las cinco de la tarde. Se puede tener la mejor comida en un café –uno de esos coquetos que decoran las banquetas– que prepara el mejor helado del mundo y degustar un jamón serrano como para morirse de un infarto. La Basílica de San Pedro es tan hermosa, que no importa hacer el ridículo tomándole más de treinta o cuarenta fotos.
En la mañana me quejaba de que no hacía tanto frío como esperaba. Ahorita estoy sentada en lo alto del Castel S. Angelo, frente a una de las más hermosas vistas que jamás he contemplado, y con el viento helado soplándome a la cara. Hasta mañana.

Día 1

Descubrí que, desde mi hotel, se veía el Coliseo. Viaje más de 12 horas y decidí que, en consecuencia, lo mejor sería caminar –las cuadras necesarias– para mirarlo de cerca y cerrar el día con broche de oro. Es hermoso. Antes me lo imaginaba simple y poco atractivo. Pero es todo lo contrario. Me ha vuelto loca. Para no perder la costumbre de sentarme horas a gozar de los paisajes que me gustan, ceno lasagna (mi primera pasta en Italia) en un restaurante donde la mesera es amigable y me habla en español. Listo; buenas noches.