Descubrí que, desde mi hotel, se veía el Coliseo. Viaje más de 12 horas y decidí que, en consecuencia, lo mejor sería caminar –las cuadras necesarias– para mirarlo de cerca y cerrar el día con broche de oro. Es hermoso. Antes me lo imaginaba simple y poco atractivo. Pero es todo lo contrario. Me ha vuelto loca. Para no perder la costumbre de sentarme horas a gozar de los paisajes que me gustan, ceno lasagna (mi primera pasta en Italia) en un restaurante donde la mesera es amigable y me habla en español. Listo; buenas noches.
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