viernes, 15 de julio de 2011

Roberto Bolaño

Escuché su nombre antes de aprehender el periodismo. Luego, cuando el historial académico de la universidad decía que (ahora sí) me estaba convirtiendo en periodista, lo volví a escuchar. Supe que él fue quien escribió Los Detectives Salvajes –que algunos comparan con Rayuela– y sentí miedo-de-leerlo, por aquello de ‘no saber apreciarlo por la edad’... ya saben, como el asteroide B 612 de Saint-Exupéry en la secundaria o el yelmo de Mambrino de Cervantes en la prepa.
Hoy leí su nombre en Twitter (bendita red social que ya todo lo sabes y todo lo difundes y de todo haces que me entere)... porque se cumplen ocho años de su muerte y porque valía la pena recordar esta entrevista que le hizo Mónica Maristain y que se publicó en la misma semana en que Bolaño se fue. Creo que algunas de sus respuestas me han enamorado. Al carajo con el miedo. Terminando con Humbert Humbert y su nínfula, voy por Juan García Madero.

¿Le dio algún valor en su vida el haber nacido disléxico?
–Ninguno. Problemas cuando jugaba al fútbol, soy zurdo. Problemas cuando me masturbaba, soy zurdo. Problemas cuando escribía, soy diestro. Como puedes ver, ningún problema importante.

¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?
–La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.

¿Usted es chileno, español o mexicano?
–Soy latinoamericano.

¿Qué es la literatura chilena?
–Probablemente las pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más cobarde de los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del siglo XX, y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí, verdaderamente memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es posible que Pezoa Véliz aún no haya muerto y esté agonizando y que su último minuto sea un minuto bastante largo, ¿no?, y todos estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos estemos dentro de él.

¿Eugenio Montale, T. S. Eliot o Xavier Villaurrutia?
–Montale. Si en lugar de Eliot estuviera James Joyce, pues Joyce. Si en lugar de Eliot estuviera Ezra Pound, sin duda Pound.

¿John Lennon, Lady Di o Elvis Presley?
–The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.

¿Qué le hubiera dicho a Gabriela Mistral si la hubiera conocido?
–Mamá, perdóname, he sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno.

¿Y a Salvador Allende?
–Poco o nada. Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.

¿Y a Vicente Huidobro?
–Huidobro me aburre un poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas.

¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?
–Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?
¿Cuál es su equipo de fútbol favorito?
–Ahora ninguno. Los que bajaron a segunda y luego, consecutivamente, a tercera y a regional, hasta desaparecer. Los equipos fantasmas.

¿A qué personajes de la historia universal le hubiera gustado parecerse?
–A Sherlock Holmes. Al capitán Nemo. A Julien Sorel, nuestro padre, al príncipe Mishkin, nuestro tío, a Alicia, nuestra profesora, a Houdini, que es una mezcla de Alicia, de Sorel y de Mishkin.

¿Cómo es el paraíso?
–Como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa.

¿Y el infierno?
–Como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos.

¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives salvajes y luego todo lo demás?
–La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi “obra”, pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.

¿Cuáles son los cinco libros que marcaron su vida?
–Mis cinco libros en realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta de lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Pero también debería citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.

¿Qué sentimientos le despierta la palabra póstumo?
–Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse valor.

¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
–Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.

domingo, 10 de julio de 2011

La patita fea

A mediados del S. XIX, Hans Christian Andersen escribió el cuento de ‘El Patito Feo’. En la narración del escritor danés, un cisne bebé va a dar a una comunidad de patos que, tan pronto nota las diferencias existentes en ‘el extranjero’ lo hace sentir rechazado y fuera de lugar. El ‘patito feo’, completamente abatido, sale huyendo e intenta encontrar un nuevo lugar ‘para pertenecer’. En un país en el que el pasaporte prácticamente dice: aquí se comen tacos, aguantamos la salsa verde y nos gusta el fútbol, un patito feo viene siendo el que no se adapta a la convención y, en pocas palabras, al que le importa un bledo si el balón entra o no a una portería durante un encuentro de 90 minutos.
Yo soy, abiertamente, una patita fea. Mi papá me enseñó de música, de libros, de anatomía, de bebidas alcohólicas, de modales en la mesa (y fuera de ella), de cómo manejar en las calles mexicanas, de viajes, de idiomas y de religión. Sin embargo, tristemente –o muy tristemente, dirían algunos– no me enseñó ni una pizca de fútbol. La cosa es que este deporte me desespera, me aburre, me duerme, me hace cuestionarme infinidad de ideas cuando lo que se supone que debería de hacer es alienarme del mundo y llevarme a un éxtasis como el de Santa Teresa de Ávila. Ay, padre mío, en un México que vive, respira, bebe y fuma fútbol, tu falta de apasionamiento y la consecuente herencia que me has dejado me ha condenado a vivir en la mismita miseria que el ave del Andersen.
Por esta desastrosa diferencia hay quien me ha olvidado, ignorado y rechazado. Mis gustos extraños (música extraña en su mayoría) han sido motivo de burlas, cejas levantadas e incomprensión. Pero ni modo ¿qué se le hace? Si he vivido 25 años soportando miraditas compasivas cuando digo que no ingiero nada de picante porque empiezo a sudar, siento que se me quema la lengua y casi termino por llamar a los bomberos, supongo que podré seguir sobreviviendo a mi condición de patita fea en un país futbolero y tricolor.
El cuento de Andersen termina con un patito que descubre que no es patito, sino cisne. Caminando solitario por los alrededores de un estanque, encuentra a una mamá cisne con otros bebés cisnes que dejan de mirarlo como el mismísimo Anticristo en Tierra Santa. Con lluvia y todo, quizá valga la pena salir a caminar por ahí. Qué tal que la fantasía supera a la realidad y encuentro a una comunidad que me adopte y me lleve de vuelta a ese país en donde la indiferencia por el esférico y los 22 que lo persiguen sea ‘lo común’ y un mexicano perdido que se desgarre las vestiduras por encontrar un boleto para ver una final en el estadio sea el patito más feo de todos los patitos feos que han habitado la Tierra.

miércoles, 6 de julio de 2011

Desencuentros (V)

Los cuentos de hadas son mentiras. Ni hablar de frases al estilo “vivieron felices para siempre”. Si las zapatillas de cristal existieran, ninguna mujer las utilizaría. Serían un martirio y ni con una caja de curitas se repararía el daño. Pero bueno, ya si de plano nos animáramos a usarlas y un príncipe encontrara que una de ellas se perdió en una escalera, la aplastaría, se alegraría y pensaría que por fin habría un par de zapatos menos ocupando espacio en el clóset.
Disney y su maldito mundo de la fantasía... Infame constructor de ideales a los que los mortales no pueden acceder. Hoy los príncipes sólo se casan con ‘niñas bien’; con muchachitas ricas y suficientemente guapas como para ponerlas como decoración en la cima de los ocho pisos del pastel de bodas. Los sapos que sobran para las plebeyas no mejoran ni con 10,000 besos de una ilusa que, de niña, se creía princesa. Pobre inocente y tierna criaturita que caminaba orgullosamente con su vestido rosa pálido, sus guantes blancos que le llegaban hasta los codos y la tiara de fantasía que su mamá le consiguió en algún mercado para dar el toque final al confeccionamiento de la mentira que le destrozaría el corazón durante los siguientes 30 ó 40 años.
Los finales felices son el más cruel de los inventos en un mundo en el que hay cabrones de carne y hueso se sienten con mejores nalgas, espalda y pectorales que Thor, menor disponibilidad de tiempo que el conejo de Alicia en el País de las Maravillas y con el derecho a exigir mayor lealtad, perfección y sumisión que la Reina Isabel a los súbditos británicos. Por eso, justamente cuando la mujer que alguna vez fue princesita, confronta esta verdad y abre los ojos de golpe, siente que el corazón se le transforma en vacío, atestigua como su confianza se evapora y mira tristemente como, desde las puntas de los dedos de las manos, su cuerpo comienza a transformarse en piedra.

lunes, 4 de julio de 2011

Resurrección

Soñé con una velada en que reaparecías entre los vivos. Dudaba de la certeza de tu imagen, del sonido de tus movimientos a mi alrededor y de la suavidad de tu pelaje sobre mi mano cuando me acerqué temblorosa a acariciarte.
Habías vuelto, de la nada, sin haber tocado el timbre de la puerta principal o haberle reclamado a mi mamá que te permitiera el acceso desde el jardín. Estabas alegre como siempre. Nosotros, también como siempre, queriendo traducir esos ojos negros en señales de cariño, interpretando ilusoriamente cada una de tus aproximaciones como muestras de amor.
Estabas sana y llena de energía, como la primera vez que te tuve entre mis brazos.
Soñé que el encuentro tenía lugar sobre la alfombra rosa de mi recámara y que a mi mamá se le escapaba una lágrima tan sólo de notar tu presencia. Yo sabía, de algún modo, que sólo estabas de visita.

Tengo la mala costumbre de extrañar, de sentir que –sin importar la causa del alejamiento-– la vida ya no puede ser la misma cuando desaparece un ser que amas. Peor que eso: tengo la mala costumbre de extrañar durante un largo, largo, tiempo; de padecer ‘la falta’ y de imaginar –aunque sea en una proyección del inconsciente– un retorno.
Ayer fue una noche insomne pero, en las tres horas que logré dormir, ella regresó a una no-realidad que sin embargo parecía 'de verdad'. Fueron tres horas –o tres minutos según podrían argumentar algunos expertos del sueño– en que desapareció su ausencia, en que volví a sentirla cerca y pude olvidar ese constante e inútil capricho de que la muerte fuera remediable y pudiera volver a tenerla, aunque sea unos instantes, junto a mí.