miércoles, 28 de abril de 2010

Querida Amélie,

Que el centro del mundo vivía a cuarenta metros de tu casa y que se llamaba Elena. Lo leí a bordo de un tren que se dirigía a Boston y resalté con pluma verde cuando le exigiste que te amara y cuando el sufrimiento dejó de señalártela como una criatura inalcanzable.
Siempre las dos mujeres. Siempre la patética tortura del amo sobre el esclavo y las imágenes de afligidos deseantes que sólo existen cuando captan la mirada del otro.
Que cuando eras niña querías convertirte en Dios y, ante la imposibilidad de cumplir el sueño te conformaste con añorar parecerte a Cristo. En último lugar, te pensaste mártir y terminaste limpiando baños en una empresa japonesa en la que te enamoraste de una empleada llamada Fubuki.

Me faltan veinte páginas para terminar Estupor y temblores. Tengo el libro abandonado porque me da miedo que se acabe. Con El sabotaje amoroso y Ácido sulfúrico me pasó lo mismo. Ah sí, y también con cada libro que me entretiene tanto como para profanarlo con tinta verde en el margen de las páginas que hacen perder toda noción de espacio y tiempo.
Y nada, que te escribo porque me gustan tus novelas, termino enamorada de las mujeres que describes y es un deleite acordarme de cada línea con que me has hecho reír desde el verano en que leí sobre una niña que, cuando nació, se creía una divinidad que vivía entre los hombres bajo la forma de un tubo.

martes, 27 de abril de 2010

Goodbye

No dejo de extrañarte...

Se va a morir. Y él también. Y ella. Y ella. Y él. Todos. Durarán no más de 12 ó 15 años. Y luego no quedará nada. Un vacío, tal vez; por la extraña pérdida, por la injustificación y la derrota.
Se va a morir. Se tumbará de lado, sobre el costado izquierdo, y dejará de respirar cuando el corazón se niegue a seguir latiéndole. Alguien estará a su lado. Y llorará; como yo, como tantos otros han llorado, y esperará que sólo sea cansancio, que sean unos segundos de agotamiento y que luego se levante para mirarlo a los ojos.
Luego el afligido centinela comprenderá todo. Cerrará los ojos y se le escurrirán las angustiosas lágrimas hasta caer sobre la alfombra. Le levantará del piso, para que esté sobre su pecho y le preguntará que hará cuando le necesite. Se despedirá una vez, dos veces, tres, mil.
Y así pasará el tiempo. Le recordará por ratos. Extrañará escucharle y hasta imaginará que le siente cerca. Una noche de trabajo escuchará una melodía nostálgica y le recordará. Pensará que no le olvidará nunca. Luego será cursi y soñará en cuánto desearía que algún día, dentro de muchos años, vuelvan a encontrarse, a correr por la calle y a mirarse como sólo ellos sabían hacerlo.

-Música: Goodbye, cortesía de Jan A.P. Kaczmarek

viernes, 23 de abril de 2010

Perseguida

Soñé con una gorgona. No tenía serpientes sobre la cabeza y no había necesidad de evitar mirarla a los ojos. Estaba sentada en la sala de mi casa (que por supuesto no era mi casa) y el monstruo era una compañera que tuve en una clase de periodismo y que considero guapa. En el sueño, tenía la cara deforme: unas escamas extrañas le atravesaban el rostro. Llegó de visita con su mamá, para platicarle a mi familia que se iba a casar. No me acuerdo con quién.

Corte a:

Un aeropuerto que no conozco. Llego de un viaje que no recuerdo y, saliendo del avión, me está espera un corrector de estilo de la editorial para llevarme a mi casa. El tipo me da miedo y quiero salir huyendo.

Corte a:

Un borrego corriendo por el campo. Luego varias escenas sin sentido donde repito nombres como: Polideuco, Eurípides, Grayas, Jasón y tantos más.

Corte a:

Despierto y me siento como borracha.

Así las cosas cuando la mitología griega te consume el cerebro durante doce horas de un día de arduo trabajo.

domingo, 18 de abril de 2010

Desencuentros

23 de octubre de 2010
Y cómo no sonreírle. Ahí estaba todo. El pasto artificial, una diminuta esfera volando en la dirección errónea y el infantilismo olvidado. Estaba la sorpresa, la timidez y el deseo de más.
De ahí el registro. Nada de poético. Poseerlo en unos cuantos párrafos y listo. Deshacerse del pasado, fingir que no ha existido. Pero esas sonrisas... Cómo no. Alegría desperdigada por la piel.
¿Y si te beso? Lo haré luego. Rodeada de otros, de tantísimos rostros que nos desconozcan. Después de tentarte, de explorar tus manos y anhelar sentirte; cuando se nos ocurra desdeñar la resistencia. Y luego quién sabe. Encerrarnos en un cuarto y no salir durante horas. Mirar los ojos miel y respirar de ti. Y luego quién sabe.
Qué tontería, escribir un diario.

***

Parpadea incrédulo, sentado en el sillón de color claro de la sala. Vuelve a leer. Da vuelta a la página y revisa los párrafos previos a esta última anotación. Luego explora los que le siguen. Cierra los ojos.
Escucha, desde el cuarto, el sonido de la regadera y decide no moverse. Se pone los lentes, se los quita. Va a la cocina, se sirve café. Le sirve a ella. Se queda esperando a medio pasillo. La imagina con la bata blanca y la ridícula toalla acomodada en forma de turbante para secarse el cabello. Reconoce el estallido del perfume cuando cae sobre el cuello y el click del reloj sobre la muñeca izquierda. Después oye el cierre de la falda y el ruido de los tacones sobre el piso de madera.
Cuando sale de la habitación y lo mira, le sonríe. Como si no pasara nada. Observa el café sobre la mesa pero le dice que ya se le hace tarde. Él calla.
–Nos vemos luego.

No contesta. Escucha el disminuir del sonido de los tacones hasta que se pierde por completo cuando ella entra al elevador. Regresa al sillón. Vuelve a tomar el cuaderno en la mano y relee cada línea que escribió para él. Hace tiempo que dejó de preguntarse la razón. Entonces elige volver a callar, todo con tal de que se quede.

-Música: Jessica's theme, cortesía de Bruce Rowland

lunes, 12 de abril de 2010

Visita al supermercado

Acabo de ir al supermercado. O mejor aún: acabo de ir al supermercado en condición de pseudoindependiente. Es decir, en condición de tacaña, inexperta e impráctica. Una visita al mismo establecimiento, acompañada de papá y mamá, es la llegada al paraíso: jamón serrano, paquetes de refresco de dieta, helados multisabores, diferentes desodorantes para el cuarto y veintisiete productos-de-belleza están garantizados. Y todo por un esfuerzo equivalente a cero.
Como aprendiz de comprador de productos de necesidad básica, el fracaso está casi asegurado. El tembloroso espécimen camina por los pasillos intentando concentrarse; pretendiendo comprar ‘sólo lo necesario’. Ve los precios de cada cosa que toma y lo devuelve al entristecido estante cuando lo considera una locura.

Quince minutos después (y no una hora como en los tiempos en que el gran dios padre proveía cuanta estupidez se le ocurría a su princesita), el novel adquiriente espera en una fila donde observa que todo el mundo paga con tarjeta de crédito.
–Yo nunca pagaré con tarjeta. Sólo cuando no tenga dinero. (JA-JA-JA)

Luego sale con sus pequeñas compras mal acomodadas en tres diminutas bolsas de plástico. Sólo adquirió 'lo básico': kiwi, fresas, peras, atún, crema para el cabello, crema para el cuerpo y curitas. Y, aunque su progenitora se daría un balazo por la pésima administración de su infante (y la patética organización de sus necesidades y prioridades), el pseudoindependiente levanta la cabeza en señal de victoria y se aleja de la tienda con una sonrisa triunfante.

domingo, 11 de abril de 2010

V.

Lo vio levantarse de su lado.
Sintió un estremecimiento en la espalda cuando se puso cada uno de los zapatos y notó cómo se le aceleraba el pulso cuando se guardó la cartera en la bolsa derecha del pantalón de mezclilla. Luego tomó las llaves, se puso la gorra y salió.
Se quedó esperando, deseando no escuchar las llaves de la puerta de vidrio. Bajó a mirar. Bajó dos escalones de color ladrillo y lo miró a los ojos verdes. Pensaba que con eso sería suficiente. Y no lo fue.
No dijo nada. Esta vez sólo escuchó. Sinsentido. Se dio la vuelta. Caminó de regreso. Se le veía fuerte y erguida. Por dentro, se sentía como un animal herido que a duras penas puede arrastrarse. Le pesaban los brazos, las manos; sentía el corazón encogido, un vacío en la garganta que descendía hasta la mitad del pecho.
La llave de color plata giró cuatro veces hacia la izquierda, como cada vez que debe bloquear la entrada. Al interior del cuerpo que se mantenía de pie, había un ‘algo’ fracturado. Se sentía agonizante, lacerado; en un total y absoluto abandono. Y de pronto, ahí mismo, casi se escuchó otro mecanismo que giraba al compás de la llave.
Uno, dos, tres, cuatro.
Otra puerta cerrada.

-Música: There's no place like home, cortesía de Michael Giacchino

jueves, 8 de abril de 2010

Los veinticuatro

Ayer cumplí 24. Y ya no me parece un número que me gustaría sobrepasar.
Antes decía que envejecer me parecía un orgullo. Estaba de acuerdo con que las canas y arrugas eran señal ‘de-haber-vivido’. Y cómo no. Pero no quiero llegar a ellas, gracias.
Ayer fue un buen cumpleaños, con desayuno de hot cakes de chocolate, regalos sorpresa, mitología griega, quecas y chelas con mis compañeros del trabajo, sentirme orgullosa de la mención honorífica que recibí en la universidad y terminar la noche con una cena en familia.

Sí, fue un buen modo de iniciar los veinticuatro.