domingo, 7 de noviembre de 2010

Al torero

Oye, tú, triste Calígula de Camus, deja de sangrar su piel para ocultar lo efímero de tus horas. Pobre de ti, presencia fugaz de ojos bien cerrados ante aquel que te domina y que crees subyugar. Eres tú quien a su merced disfraza lo desposeído que está de sí mismo. Tanto que lo necesitas para jugar a negarte la mortalidad y tú que te empeñas en considerarlo inútil. Te miro y por segundos se me escapa el arte, la fiesta, el ritual. Vanaglóriate de su tropiezo y piénsate superior con esa espada en la mano. Maestro de maestros, temeroso de temerosos. Bailen juntos, de un lado a otro, de izquierda a derecha, pausadamente, en el armonioso oleaje que has creado para significar esos segundos de orgásmico sometimiento de lo insometible. Enamórame con esa gallardía única y que te vuelve tan deseable. Vuelvan a encontrarse y den una vuelta más. Serás artista entre artistas, maquinador del único lenguaje estético que impone la muerte para afirmar la vida. Preciosas justificaciones crearás para secundar tu lógica novelesca. Intenta desafiar al Ser para eternizar el ‘ser’. Ignóralo ahí, arrinconado y estúpido, mientras escuchas el aplauso que tanto te ha costado. Mírate las piernas laceradas y convéncete de que sus heridas no valen tanto como las tuyas. Que no te repugne ver las ridículas boinas y costosos habanos de quienes celebran tu gloria. Hazme llorar por lo que desconozco y critico. Deja que el arte se imprima en mi memoria como sus movimientos en las cicatrices de tu corporeidad. Me pongo de pie ante el espectro que deja tu mirada en su cuerpo herido. Cada uno de tus miedos cuidadosamente dibujados en el reflejo de esos ojos tan profundamente negros. Que en cada gota de la sangre derramada vayan también los temores humanos. Que en la cama de arena, que buscará para alcanzar el sueño definitivo, se recueste la cabeza de la más excelsa de las criaturas. Habrá más de uno que redacte un cantar para tan hermosa silueta. Nacerá más de un óleo que inmortalice la belleza de su piel de noche. Deléitate del fino movimiento circular y oceánico que sólo tú has creado para guiar a la bestia. Fíjate en su expresión agotada y provoca una embestida más, hasta el desahogo último, de ese aliento que interrumpes para cumplir con tu papel de hombre.