domingo, 28 de febrero de 2010

De cuando el diploma

Me temblaban las rodillas mientras esperaba que gritaran mi nombre. Me vestí con pantalón y suéter negro porque, según yo, la formalidad de la ceremonia así lo requería. Y, de pronto:

 

–María Teresa Hernández Reyes

 

Entonces Tere se levantó de la silla e intentó caminar rápido. Los pies se tambalearon un par de veces. En vez de echare la culpa a los nervios, prefirió achacarla a los tacones.

Mientras avanzó esos diez o doce pasos hasta el honorable presídium, se acordó del primer día en la universidad; ese en que una mujer de ojos verdes le habló de filosofía y comunicación: de aquél primer momento en que respiró tranquila y aliviada por la certeza de saberse en el lugar correcto. Pensó también en los exámenes, los cientos de ensayos, los libros mágicos que la hicieron mortificarse durante meses, los guiones, las noches sin dormir, las felicitaciones de los maestros que tanto le importaban, los fines de semana perdidos en producciones de cine y esa última clase de su vida: aquella en que C.P. la llamó periodista.

Por tercera o cuarta vez en la mañana, quiso llorar. Se sintió feliz y agradecida por haber pasado los últimos cuatro años y medio enamorada de lo que la mayoría de las personas considera una obligación y una etapa que se busca superar lo más rápido posible. Sintió que no quería irse.

Entonces recibió un diploma que llevaba su nombre y aseguraba que había terminado la carrera de comunicación.

Así fue como Tere dijo adiós. Sonriendo ­y con los pies nuevamente titubeantes –ahora a causa de una inmensa e indescriptible felicidad–, bajó tres escalones revestidos por alfombra oscura. Allá, muy lejos, su familia la esperaba: como ella, también sonreía.

 

jueves, 25 de febrero de 2010

Vigilia

Deberás de conformarte con tenerla así como hasta ahora: en secreto. Porque es una estúpida que gusta de escribir poesía barata en vez de actuar. Porque vive prendida de una máscara que le cubre hasta el alma y que sin embargo se aprecia tan linda y perfecta como aquella obra de arte que trajo desde Italia.
Pobre ilusa: se ha construido la ficción perfecta, más acabada y excelsa que la más famosa creación de Borges. Pero a veces la mentira falla, se devela una tristísima fisura y no le queda más que mirarse en espejo.
Pero tampoco te preocupes tanto. Siempre les quedarán las islas desiertas a las que han salido huyendo a tomarse de la mano para que nadie los vea. Estará también un pianista, ese que se supone debía de actuar mientras ella lucía un vestido blanco y te miraba sonriendo.
Perdónala. No te lo dice, pero hay una infinidad de noches en que llora en su cama. Porque se siente como la del nombre trisílabo de sus desastres. Luego la devora la culpa y escucha música hasta las dos o tres de la mañana.
Pero ya se le acabarán los viajes. Entonces volverá a escribir, como siempre, para liberarse.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Becoming one of "The People"

Y así se me tiñó la sangre de azul; cuando me inyectaste aquel canto en las venas. Entonces estaba el gran árbol, todo adornado de blanco y resplandeciente a tu lado. Llevabas el cabello trenzado, perfectamente acomodado por encima de la espalda descubierta. Me enamoré de tu cintura, de los senos ligeramente ocultos bajo el color del pergamino y las serenas piernas con las que huías de mi.
Luego salimos a correr, a toda velocidad, sobre elevados troncos cubiertos de musgo y saltando entre las ramas mientras un soplo divino me ayudaba a mantener el equilibrio. Así me enseñaste a volar. Nos unimos en sangre, en voz, en los ojos que me sonreían complacientes con cada torpeza que cometía. Pero el viento seguía silbando, exigiendo que brincara, al vacío, a ti. Preparé el vuelo, con el coro y los tambores flotando a mis espaldas, incitándome al salto. Y en el fondo estabas tú. Me esperaba el pájaro rojizo, tan inmenso como el monte en que aguardaba. Por eso salté.
En la noche me llevaste bajo el gran árbol. Sus alargadas hojas caían como lágrimas y me recostaste en la hierba. Nos miramos. Luego nos convertimos en lo que somos ahora: en iguales; ambos con el torrente sanguíneo similar a un zafiro.

Y a ti que lees esto y sabes de qué hablo: gracias por la música.

-Música: Avatar, cortesía de James Horner

martes, 16 de febrero de 2010

Y todo por una rosa

Todavía me acuerdo de la primera vez que un ‘hombre’ me regaló una flor: tenía ocho años y estaba en segundo de primaria. Se llamaba Germán, tenía el cabello rubio, rizado y nuestros amigos nos organizaron una boda en el patio de la escuela. Mi velo de novia era de hojas rayadas de un cuaderno (cuidadosamente unidas con diurex) y nuestros anillos eran una especie de alambre con el que normalmente se cierra el pan Bimbo.
Cuando me regaló esa rosa color durazno (que en realidad era un prendedor que encontré en una cajita de recuerdos la semana pasada), le dije que me había gustado mucho y nos dimos el primer beso de nuestras vidas; pero en la mejilla, claro.
Desde entonces he recibido varias flores; todas de hombres a los que he querido profundamente y me han querido de regreso. No sé si los he amado a todos. Por pensar en ellos, y por darme un día para recordarlos, aquí lo que han significado en mi vida a pesar de que ya no estemos juntos:

J.M. Íbamos en tercero de primaria. Te di el primer beso –ahora sí en la boca– y te odié desde el día que me dio gripa, falté a la escuela y decidiste que era buen momento para andar con otra de mis amigas. Lo último que supe de ti es tan deprimente que prefiero reservármelo.

R. Fuiste el primero que me hizo llorar. Creo que también fuiste el primero al que 'realmente quise'. Hace un año o dos, me invitaste a salir. Volvimos a gustarnos y a pensar que las cosas se quedaron inconclusas. Aún así, yo tenía un ex novio al que todavía quería y, dado que las cosas se arruinaron, todo quedó como antes.

E. No sólo eras mi novio, también eras mi amigo. Pienso que por eso me dolió perderte. Me escribías poemas y yo me sentía flotando en una nube. Además me parecías guapísimo.

I. Me volvía loca platicar contigo, que fueras mucho más grande que yo, la camisa azul que usabas con chamarra negra de piel y tu olor. Me regalaste uno de mis libros favoritos, me escapé a besarme contigo en el parque y espero seguir teniéndote en mi vida hasta que me muera. Siempre nos hemos entendido y, de algún modo, te quiero; como un amigo y como un recuerdo de la primera locura que hice y disfruté intensamente.

M. Lo fuiste todo. En ti estaba el mundo. Me hiciste profundamente feliz. Después sufrí como nunca. Pero no me arrepiento de nada, ni siquiera de las líneas que hablan de los corazones fragmentados. Para mi tú siempre serás lo que marca un parámetro en mi vida sobre lo que es el amor, la felicidad y la tristeza. Contigo tuve certezas: de que me amaste y de que te amé; de que construiríamos una vida juntos aunque esa idea se nos haya escapado hace años. Eres un recuerdo y, a la vez, creo que siempre serás parte de mi vida.

Ahora me siento como en En busca del tiempo perdido. Como el personaje de Proust, creo que he sido víctima de una sinestesia: bastó con tocar esa rosa color durazno para acordarme de todo esto...

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sobre la belleza

¿Será que la belleza es triste? ¿Que es aplastante y se le teme por el peligro de que se nos escape?
Entonces habría que aceptar que el espejo es un verdugo. Es un cruel pedazo de vidrio que, a través de su superficie lisa y brillante, grita lo indeseable y obliga –al que en él se contempla–a buscar parecerse a lo que las revistas de moda y figurillas artificiales (que alguna vez fueron seres humanos ‘naturales’) esculpen en el inconsciente colectivo como referente de perfección y hermosura.
Habría también que aceptarnos como esclavos del sufrimiento; porque lo preferimos como forma de vida con tal de obtener reconocimiento y alguna (o varias) de las siguientes frases:
“Hoy te ves hermosa/guapísimo”
“Qué guapa/guapo sales en esa foto”
“¡Cómo has adelgazado!”
Como rehenes de la belleza adulterada, se inicia con restricción de antojos, ejercicio, ropa de marca, coches lujosos y –en el caso de las chicas– maquillaje y un buen par de zapatos. Se intenta proyectar ‘el paquete de todo incluido’, y el trilladísimo ‘soy hermoso por d-e-n-t-r-o y por -f-u-e-r-a’.
Conforme transcurren los años, el triste rehén intenta disimular las arrugas, canas, gordura y demás testigos del paso del tiempo por un cuerpo que solía ser ‘bello’ y ‘deseable’. Se transforma en un ser melancólico, que la ‘gente joven’ observa (casi con lástima) y critica brutalmente; siempre desde su estúpida perspectiva en la que se cree ajeno e inmune a tan tremendo abismo que tarde o temprano también terminará por devorarlo.

sábado, 6 de febrero de 2010

Dime, abuelita

Las nuevas generaciones no envejecen de modo proporcional a su edad. Me explico:

En la editorial todos dicen que soy joven, muy joven. Muchas veces no conozco los programas de televisión (o películas) a los que mis compañeros aluden cuando se ríen de un chiste y al parecer extraño la escuela porque hace sólo dos meses que salí de la universidad. 

En cambio yo no me siento tan ‘fresca’ como debería. Los viernes me acuesto como a las 11 ó 12 de la noche y, de unos años para acá, cada que doy un paso en falso y azoto digo: “ya no es lo mismo que antes”, siento que dejé la vida en el suelo y que nunca más volveré a levantarme.

Por ahora, siento que la edad i-d-e-a-l es de los 30’s a los 40’s. Mi razonamiento es el siguiente: eres independiente, tienes experiencia laboral (y, luego entonces, dinero), puede que hayas madurado, que estés junto a una pareja estable y aún no tomas pastillas para la presión, menopausia o disfunción eréctil. Son, según yo, los años perfectos.

El problema es que ahora, desde los 23, uno ya teme La Edad. Las rodillas tiemblan cuando un niño de 13 años te mira con cara de: “pobre mujer, ha enloquecido”, cuando le platicas que tú fuiste a ver Titanic al cine, que las cámaras se llevaban a revelar para meter tus fotos a un álbum y que en-tu-época no existían los ipods sino que tenías un discman. Aún antes de haber llegado al ‘cuarto de siglo’, ya se puede decir: “ah sí, tiene como 10 años que no venía” sin ningún problema. Y eso no es todo: lo peor empieza cuando llega la preocupación por vivir sin pareja el resto de la vida.

A la par de estas angustias, los cambios no dejan de llegar a la vida del nuevo viejo: la hermana (nacida después de la primera parte de los años noventa) empieza a usar tacones y maquillaje, uno debe de pagar impuestos, trabaja en una oficina donde se sale después de las seis de la tarde, aunque se extrañe a los amigos sólo se tiene tiempo para verlos en las noches o el fin de semana y así sucesivamente. Luego se extraña el estudio. A uno le dan ganas de buscar una maestría o diplomado y descubre que es 'imposible por ahora'. Y así surge un nuevo elemento a la lista de pendientes que se esperan resolver pronto. 

Qué miedo. 

lunes, 1 de febrero de 2010

Éxtasis

Tiene la voz grave. Es sensual, envolvente, fascinante. Surge de entre los coros, se eleva por encima de una oleada de violines frenéticos (o adormecidos) y los opaca con su resonancia. Las vibraciones de sus cuerdas se prolongan de manera sublime.

Mientras se le escucha, casi se imagina al artista –extasiado– creando las espasmódicas elevaciones que seducen hasta sentirse en un abismo donde sólo existe su enronquecido canto.

Continuamente viaja: oscila entre acentos agudos y graves. Respira entre una nota y otra; luego vuelve a elevar su fuerza. Y una mano experta desliza el arco sobre los finísimos hilos que le adornan el exterior del pecho. Y canta; de derecha a izquierda, con sutiles brincos que llevan al que escucha al más profundo gozo, a un estado de absoluto deseo de que continúe.  

Devora, absorbe y su acento es abrasador. Es movimiento. Existe cuando habla, con esa entonación áspera y seductora. Es elegante y adquiere la forma de un líder o un Dios, de un ser del más abismal infierno o de la fantasía. Es arte.

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Se me acabaron las palabras. Me volví rebuscada y cursi; perdón. Lo único que quería era hablar del violonchelo.