viernes, 31 de diciembre de 2010

Adiós, 2010

Ahora sí, se acabó. Es el último día de 2010 y me pesa despedir un ciclo de tantos giros.
Hace un año estaba en París. Eran las ocho de la noche. Estaba bajándome del metro, en la estación de Trocadero, y me dirigía hacia las faldas de la Torre Eiffel para recibir el año nuevo. Estaba feliz, radiante, no paraba de sonreír. Brincaba. Tomaba vino. Me congelaba bajo la chamarra, los suéteres y los dos juegos de ropa térmica. Era un sueño. Me tomaba fotografías con los mares de gente a mi alrededor y sentía que todo el ahorro y el esfuerzo para el viaje habían valido la pena por la satisfacción de saberme ahí.
Dos días después tuve la mejor noche de mi vida. Como suele ocurrir cuando uno busca las casualidades y se tiene la fortuna de amar, también fue en París. Nos tomamos de la mano frente a un inmenso ventanal con vista al Arco del Triunfo y se cumplió uno más de mis sueños. Fue magia –mucho más increíble de lo que me imaginaba– y sostuve aquel manojo de tiempo con toda la fuerza que me lo permitieron las manos.
Dos semanas después me incorporé, de manera oficial, a la fuerza laboral mexicana. Me conseguí una hoja rosa del Seguro Social y en el contrato que firmé me aseguraban que a fines de noviembre recibiría un aguinaldo. Estaba en el trabajo de mis sueños. Empecé a escribir artículos de portada y a sentirme orgullosa de ellos. Cuando algún lector escribía para felicitarme, quería llorar. Todo empezó a valer la pena. Amaba mi trabajo y lo mejor es que me pagaban por hacerlo.
Cuatro meses después empezaron los problemas. Se cumplieron cinco años de compartir nuestras vidas. Diferencias de opiniones, de planes, de vistas al futuro. Separar nuestros caminos para ya no volver atrás. Y créeme, te sigo extrañando, pero la vida está en otra parte...
Luego más cambios, más viajes, el ya-no-retorno-a-la-escuela, los nuevos artículos, la valoración de los pocos instantes que se tienen con los amigos porque ahora ya todos trabajan, lecturas que se vuelven más pausadas, gozar de gastarse el dinero del día en una buena cena que lo compense todo, el disfrute de un domingo en la mañana porque son los únicos momentos libres de la semana. Seguir creciendo, seguir adelante, mirar el acontecer diario con otros ojos.
En este 2011 cumplo 25. Así, tan predecible como soy, celebraré mi cuarto de siglo desde París. Porque ahí he vivido momentos extraordinarios y porque mi hermana va conmigo a festejar sus 15. Además, claro está, tengo otros propósitos. Mejorar en el trabajo, tener más tiempo para leer, buscar más momentos libres para ver a S. y M., seguir descubriendo nueva música con A., salir más fines de semana con mi familia, continuar escribiendo y que las sonrisas sigan a lado de H. Mientras mis metas se cumplen –o intento cumplirlas– espero que sigan los cambios, la trascendencia, la vida... Feliz 2011 a todos.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Yo también lloré con Titanic

Por vergonzoso que parezca, debí de formarme unas 10 o 12 veces en la taquilla de un cine que exhibía el más grande éxito de 1997: Titanic. Yo tenía 11 años, me había enamorado de Leonardo Di Caprio y en las noches pensaba que si hubiera una máquina del tiempo para viajar al pasado, me hubiera gustado ser una de las pasajeras de ese trasatlántico durante el único viaje que intentó realizar con destino a Nueva York.
Cursilerías y escenas gastadas aparte. En ese entonces, Titanic era un monstruo del cine. Si no logré ver la película esas 10 o 12 veces desde una butaca fue porque los boletos se agotaban (en efecto, no era la única desquiciada). La diferencia conmigo (sí, conmigo siempre hay una diferencia) es que el drama romántico no me parecía lo más relevante de las más de tres horas de filmación (es decir: no lloraba por los rincones cantando My heart will go on y pensando en el amor perdido de Rose).
Me gustaba, por principio, la música. El disco de James Horner fue el primero que escuché en materia de soundtracks y cuando le solté una cachetada a la ladrona que se atrevió a sacar mi tesoro de mi lonchera de Hello Kitty me sentí orgullosa: estaba defendiendo lo mío. La melodía era mar, era viento, era la majestuosidad del barco. Hacia el final de la cinta, era drama. “La gente no llora por los viejtos abrazados en la cama y la mamá que duerme a los niños”, pensaba mientras yo también berreaba. “Llora por la música”.
En otro plano, me impresionaba la magnitud del accidente. Más de dos mil almas y en el barco no había botes salvavidas ni para la mitad. A mi suicida y perturbada figura además le inquietaba el agua fría. Cuando salía de vacaciones con mis papás y tenía que lanzarme a una alberca helada me decía: “Aguántate, hubo gente del Titanic que logró sobrevivir al hielo del Atlántico Norte”.
Luego añádase la crisis de mirar a la ‘muerte a la cara’. "Te vas a morir en una hora y ni el lujo ni la tecnología podrán salvarte. La nave más cercana está a cuatro horas de aquí ¿Cómo la ves?". La inmediatez del ‘fin’ me intrigaba. “¿Por qué el capitán no se quiere salvar, papá”, pregunté con los ojos bien abiertos. “El capitán siempre se hunde con su barco, amor”. ¿En serio? ¿Y los músicos con sus violines? Pues no, morirse ahogado no me hacía el más mínimo sentido.

Hace 14 años que fui al cine a ver Titanic. Ya no estoy enamorada de Di Caprio y hasta me resulta un poco triste que en el cielo de Rose esté un hombre con el que solo convivió cuatro días (y con el que tuvo sexo una sola vez) en lugar de elevarse a un paraíso donde compartiera la eternidad con el esposo con el que construyó una vida entera. Los efectos especiales ya no me parecen espectaculares y el remate musical, en voz de Celin Dion, se ha vuelto una triste melodía gastada y parodiada por innumerables medios de comunicación. Aún así, pareciera que el monstruo romántico que James Cameron ideó hace más de una década comienza a conmoverme. ¿Será que me estoy volviendo vieja y cursi?

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Black Swan

Figura de marfil. Sutil abrazo en cada giro de las zapatillas de color pastel. Un pie antepuesto al otro. Sensualidad en la cadencia de sus giros y la coordinación de sus brazos danzantes. Levantando el vuelo con cada elevación de las manos delicadamente expuestas y los muslos cuidadosamente envueltos en la tela de nieve. Aleteo musical expresado en el ascenso y descenso de las extremidades que brillan frescas y transparentes sobre el escenario. La más hermosa imagen femenina flotando al ritmo de la melodía rusa. Oscilaciones coreográficas originadas en la armonía de su cintura desplazándose libremente por debajo de la luz azulada. Hipnosis articulada como obra de la danza. La vida en el subir y bajar de la mirada iluminada. La muerte en el estremecimiento de las piernas nacidas de la estética. El más bello suicidio que haya emergido de la inspiración humana. El cuerpo transformado en arte, silueta misteriosa que cautiva en su movimiento y curiosa exploración del baile que nace de la música.

Ayer vi Black Swan. Quedé fascinada. Recuerdos de Tchaikovsky y la estupenda dirección de Aronofsky. Obsesión y ballet. Obsesión y arte. Sigo maravillada. Es todo.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Sobre el café

Te pusiste a llorar en esa primera tarde en que le leíste el cuento del café.

“Quieres hablar. Quieres decir que juntos habéis tomado muchos cafés con sabor a olvido, con sabor a desprecio, con sabor a odio amable y monótono. Quieres decir que esta es la primera vez que el café tiene este desesperante sabor a fracaso. Pero no logras articular ni una palabra”.


Lo miraste con los ojos llorosos. Te abrazó con tristeza. Lo entendió.
¿Y el amor? Lo valía todo. Su carencia de pasiones y tu histeria por su exceso de trabajo. Los chistes con que te hacía reír en las mañanas después de pelear hasta la madrugada y las velas con las que adornabas la casa cuando le cocinabas en una noche de aniversario. Su falta de expresividad y tu manera de colgarle el teléfono. La carta con papeles multicolores que recortó toda una noche para regalarte un detalle y la canción que les tarareabas cuando le querías decir ‘te amo’.
Probaron más cafés. Durante años se negaron a aceptar ‘el sabor a fracaso’.

Te pusiste a llorar en esa tarde en que se tomaron la mano, cuando en la puerta te acarició el cabello y te propusiste jamás olvidar esa sonrisa que tanto amaste.
Luego, meses después, pensaste en los cafés que nunca bebieron. Faltó uno para sanar juntos, para seguir creyendo y para crecer. Pensaste también en los cafés con sabor a entrega, a dulce alegría matinal y al inmenso deseo que sentía por ti. Pensaste en los cafés que ahora beben solos. Algunos con sabor a libertad y ansiada renovación. Otros, en noches como esta en que vuelven a escucharse, a suave melancolía y a la velada nostalgia por lo que ya no está.

jueves, 16 de diciembre de 2010

NY, NY

Me sentí desconfiada de tan solo mirar mis pies sobre el pavimento y antes de decidirme a tomar el taxi desde el JFK. Estaba sola.
Así conocí el Nueva York del movimiento; en vida desde las primeras horas de la mañana pero tan ausente de ti. Conocí el Nueva York del crepúsculo, el que alberga banquetas que se cubren con nieve a la salida de una tienda departamental y donde un parque transcribe una laguna en elixir y las hojas de sus árboles en románticos desplegados cinematográficos que los turistas tanto desean fotografiar. Conocí el Nueva York que transforma el número cinco en una avenida de lujo y excesos; de moda y aspiraciones que se no se alcanzan más que en el reflejo de la silueta de los paseantes sobre un aparador. Conocí el Nueva York vacío de tus manos y tu mirada complaciente, de tu sonrisa cómplice y de la sorpresa de saberte ahí. Conocí el Nueva York que compacta y sazona el éxtasis en un plato de pasta al pomodoro y en un postre de limón con cargo a tarjeta de crédito; el Nueva York de un botones llamado Daniel y el Nueva York que me dejó grietas en los labios por el exceso de viento helado golpeándome la cara. Conocí, además, el Nueva York del celuloide, me derretí mirándole los ojos azules y me sentí ajena a la genialidad de los dos personajes de anteojos de quienes nació el nuevo-viejo-oeste con un guión adaptado en mano. Conocí el Nueva York hipnótico, el de la música en escena, que extrae suspiros y lágrimas de sus asistentes y que me puso a cantar desde una de las butacas que adornan un teatro ubicado en una calle con apelativo numérico. Conocí el Nueva York de noche, de las calles desiertas en la madrugada y del hielo por el que me deslicé en un arranque de locura infantil.
Reconocí el Nueva York de siempre, el que se renueva con cada visita para volver a abrirse –como la obra de Eco– ante mis pasos y que volverá a tornarse desconocido cuando, en mi próxima visita, regrese a sus calles para develar sus secretos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Al torero

Oye, tú, triste Calígula de Camus, deja de sangrar su piel para ocultar lo efímero de tus horas. Pobre de ti, presencia fugaz de ojos bien cerrados ante aquel que te domina y que crees subyugar. Eres tú quien a su merced disfraza lo desposeído que está de sí mismo. Tanto que lo necesitas para jugar a negarte la mortalidad y tú que te empeñas en considerarlo inútil. Te miro y por segundos se me escapa el arte, la fiesta, el ritual. Vanaglóriate de su tropiezo y piénsate superior con esa espada en la mano. Maestro de maestros, temeroso de temerosos. Bailen juntos, de un lado a otro, de izquierda a derecha, pausadamente, en el armonioso oleaje que has creado para significar esos segundos de orgásmico sometimiento de lo insometible. Enamórame con esa gallardía única y que te vuelve tan deseable. Vuelvan a encontrarse y den una vuelta más. Serás artista entre artistas, maquinador del único lenguaje estético que impone la muerte para afirmar la vida. Preciosas justificaciones crearás para secundar tu lógica novelesca. Intenta desafiar al Ser para eternizar el ‘ser’. Ignóralo ahí, arrinconado y estúpido, mientras escuchas el aplauso que tanto te ha costado. Mírate las piernas laceradas y convéncete de que sus heridas no valen tanto como las tuyas. Que no te repugne ver las ridículas boinas y costosos habanos de quienes celebran tu gloria. Hazme llorar por lo que desconozco y critico. Deja que el arte se imprima en mi memoria como sus movimientos en las cicatrices de tu corporeidad. Me pongo de pie ante el espectro que deja tu mirada en su cuerpo herido. Cada uno de tus miedos cuidadosamente dibujados en el reflejo de esos ojos tan profundamente negros. Que en cada gota de la sangre derramada vayan también los temores humanos. Que en la cama de arena, que buscará para alcanzar el sueño definitivo, se recueste la cabeza de la más excelsa de las criaturas. Habrá más de uno que redacte un cantar para tan hermosa silueta. Nacerá más de un óleo que inmortalice la belleza de su piel de noche. Deléitate del fino movimiento circular y oceánico que sólo tú has creado para guiar a la bestia. Fíjate en su expresión agotada y provoca una embestida más, hasta el desahogo último, de ese aliento que interrumpes para cumplir con tu papel de hombre.

domingo, 31 de octubre de 2010

Los hombres grises

El tiempo –dice la RAE– proviene del latín (tempus) y es la duración de las cosas sujetas a mudanza. Mira nada más, definido como un segmento de discurso cuando lo que contiene es la crónica de un dependiente que llora para que le alimenten o cambien el pañal y luego se mira (¿incrédulo?) las canas y arrugas en el reflejo de algún coche estacionado junto a la banqueta.
El tiempo es esa cosa rara que se nos ausenta a penas se le percibe. Tramposo saltimbanqui que gusta de contorsionar con la vida. Presencia perpetua que exige la participación de los ciudadanos y no ciudadanos.
En Momo, Michael Ende inventó a los hombres grises. Eran conocedores de la ignorancia que los hombres tenían de su tiempo y por eso podían posesionarlos. Acechaban sin que se les notara. Al señor Fusi, el barbero, le obligaron a abrir una cuenta de ahorros del tiempo. Se beneficiaron de que, para él, el aprovechamiento de los periodos que le registraba el reloj consistían en ‘algo más’ que la espuma y las tijeras con que afeitaba a sus clientes o les cortaba el cabello. Él quería lujo como lo veía en las revistas. Quería libertad.
El hombre gris se bajó de un lujoso coche gris. Su cartera era gris y fumaba un cigarro gris. Tras calcular unas cifras en su libreta, convenció al señor Fusi de que dormir, dar tijeretazos, hacer las compras de la casa, sentarse a reflexionar junto a la cama y llevarle una flor diaria a la señorita Daria (que, por cierto, estaba en silla de ruedas) eran pura pérdida de tiempo. Asestó el golpe mortal cuando le anunció que la cifra de tiempo extraviado ascendía a 1,324,512,000 segundos. Entonces el señor Fusi aceptó el trato: acortar sus días para ahorrar tiempo presente y poder disponer de él en el futuro. No firmaron ningún contrato. No era necesario, dijo el hombre del bombín gris. A su salida, el auto gris desapareció. También –de la mente del barbero– el recuerdo del evento aquí descrito. Le quedó, sin embargo, la decisión de 'ahorrar' y a partir de entonces actuó en consecuencia. Comenzó a atender a sus clientes con mayor rapidez, envió una carta de despedida a la señorita Daria y se olvidó de reflexionar sobre su vida porque nunca más tuvo tiempo libre para hacerlo. Y así con tantos otros habitantes de la ciudad que habían sido visitados por el hombrecito de color gris.

Hay días que se me escapan con agilidad inexplicable. Antes –hace años– había tardes enteras para leer y pensar. Tenía horas y horas para ver películas y platicar con mis amigas. Disfrutaba de largos domingos con mi familia y de minutos eternos de aburrimiento en la escuela. Ahora abro los ojos, corro al gimnasio, corro a la casa, corro al trabajo, corro por el desayuno, corro a mi escritorio, corro por la comida, corro al escritorio, corro a mi casa y corro a dormir. En un día de buena suerte, después de la oficina, corro a ver a mis amigas. Presiento que alguien me ha robado los minutos que necesito para las amistades, la lectura y las tardes de cine. Presiento que me han estafado. Presiento que alguna vez fui visitada por los hombres grises y me borraron aquel capítulo de la memoria.
Pero ya los encontraré. Exigiré mi tiempo de vuelta. Buscaré por las calles, incesantemente, a los extraños personajes que viajan a bordo de automóviles grises, fuman cigarros grises y en la cabeza llevan un curioso sombrerito gris.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Biografía del hambre

“El sueño de los físicos consiste en lograr explicar el universo a través de una única ley. Al parecer, resulta muy difícil. Suponiendo que yo sea un universo, me rijo por esta única ley: el hambre”

Amélie Nothomb en Biografía del hambre

Si Nietzsche habló del Superhombre, tenías que venir a nombrar la superhambre. Me uniré al culto, Amélie: ¿superhambrienta? Claro, lo soy igual que tú.
Tienes razón, hay más de una necesidad que saciar hasta embriagar a los sentidos. ¿De qué puedo declararme hambrienta? No hace falta pensarlo demasiado. Mis apetitos emanan de mil lugares –que recuerdo y no– y que pueden listarse fácilmente, casi como los vasos comunicantes de Bretón.
Hambre de la noche, de letras, de merengue cubierto de fresas, de París, de zapatos, de su voz al otro lado del teléfono, de la repetición del mismo cine que llevo viendo desde hace años, de sexo, de galaxias, de las palabras de Auster, del sinsentido en el alba, del Cabernet, de Dios, de las develaciones que no llegan, del ser-del-hombre, de las frases cursis y gastadas, de la melopea del violonchelo, de tu sonrisa caminando conmigo por las aceras de la Quinta, de los versos de Girondo, de sus provocaciones desde el lienzo surrealista, de la cera derretida en una noche de aniversario, de la historia jamás contada, del infierno dantesco, del closet atiborrado de ropa, de las mujeres de Lessing, de la prosa de Cortázar y la ironía de Villoro, de las tardes en el Louvre, de la obsesión, de lo inútil, del sueño hasta la tarde de domingo, del cuerpo desnudo sobre el colchón, del volumen inaudito que me deja sorda, de cocinar para sorprenderte, de observarla dormida en la tarde del 95’, de sus manos frente a los músicos, del abrazo y su mirada en la vigilia, de viajar, del cliché, de los secretos que nos trazamos, de nuestras tardes de música, de escribir loqueras hasta la una de la madrugada...

jueves, 21 de octubre de 2010

XII.

Esperará a sentirlo dormido en contra de su espalda. Le parecerá patético, ahí recostado del lado derecho de la cama; como siempre. Advertirá cómo su respiración se acompañará del subir y bajar de las sábanas sobre las que han dormido tantas otras noches. Cuidará que sus hijas no escuchen ningún ruido cuando se levante de la cama para mirarlo de frente. Ha permanecido silenciosa durante muchos –muchísimos– años y un instante más de cautela será el único sacrificio restante para terminar con su dolor.
Se fijará en los párpados cerrados; recubrimientos nefastos de las pupilas que con tanto menosprecio la han observado durante todo este tiempo. Recordará la vida que soñó y que nunca tuvo. Se afligirá por esas horas que le fueron mutiladas. Le pesará la ausencia. Llorará por el primer instante en que la despreció como mujer y la erigió como puta, criada y lacerante receptora de sus golpes en las noches de embriaguez.
Mañana ya no habrá que perdonarlo. Mañana la odiarán sus hijas. Mañana se olvidarán de agradecerle que ‘por ellas’ se sacrificó. Mañana se negará la posibilidad de aceptar que fue ella, y sólo ella, la responsable de su papel de víctima.

***

Desvió la mirada cuando asestó el primer golpe. La sensación de su mano sobre la piel tibia le provocó un estremecimiento. Luego abandonó los titubeos. La rabia era demasiada y le borró la conciencia de las lágrimas que le escurrían sobre el camisón de franela. En cada impacto, sus anhelos de amor, las taciturnas imágenes de una vida que se quedó en promesas. Y así siguió hasta que una desconocida humedad inundó la cama. Las sábanas habían dejado de moverse. Continuó llorando –durante muchos años más– en los instantes desesperados en que deseó, con toda su alma, poder volver a dormir en paz.

-Música: The man with the harmonica, versión en violonchelo, de Ennio Morricone

martes, 19 de octubre de 2010

Tryouts

Tengo ganas de hablar de música (bueno, de escribir). El jueves pasado estuve toda la comida platicando con A. sobre nuestros tracks favoritos. El mío se llama ‘Tryouts’ y Jerry Goldsmith lo compuso para una película de deportes llamada Rudy. El dato es curioso porque antes de escuchar Rudy no había manera de que me gustara Goldsmith (muy ‘oscuro’ según mis torpes e inexpertos oídos) y todo el mundo conoce el (¿adverso?) punto de vista que a veces tengo sobre los deportes. Ahora no puedo dejar de alabar la orquestación de esta obra de arte. Escucho la entrada de cada instrumento y me retuerzo de placer (en realidad lo que hago es mover la cabeza de un lado a otro) cuando manejo por Viaducto a las 12 de la noche o me toca lavar ropa y me enchufo al ipod durante una mañana de sábado.
En otra de nuestras pláticas geeks, le dije a A. que la música me parecía demasiado hermosa para la película y que la hubiera imaginado en otra situación pero no podía definir cuál. Él me dijo: “No o ¿sí?” Entonces puse Tryouts a prueba: Como en la película es utilizada para una secuencia de entrenamiento de fútbol americano y el protagonista del filme pone ojos de que si le ponen el Everest enfrente lo sube y lo baja sin inconveniente alguno, me dije “A que yo también puedo”. Acto seguido, le subí la velocidad a la caminadora y corrí como si Jesse Owens no tuviera la más mínima oportunidad de alcanzarme. Nunca había escuchado mi música extraña en el gimnasio. Aún así, A. tuvo razón: Jerry Goldsmith es genio entre los genios y su música definitivamente inspira si se trata de deporte.



Todo esto porque en unas horas voy a ver a Philip Glass en la explanada de Bellas Artes. Reconocido por Koyaanisqatsi, Powaqqatsi y Naqoyqatsi, de Godfrey Reggio. En lo personal, adorado por Mishima, The Hours y The Illussionist. Y ya, estoy feliz.

sábado, 16 de octubre de 2010

XI.

Hablaban de ellos –no me malentiendas– no cómo si los hubieran dejado de amar; sólo si no importara tanto el olvido en aquella noche en que se les extraviaron los labios.
El tinto a medio beber sobre la mesa, el par de aretes extraviado en algún rincón de las sábanas y la ropa en el suelo. Moldearon los besos que nunca se habían dado; esos mismos de los que jamás se enterará nadie. Abrazo ansioso. Palabras ávidas de lo que nunca se había dicho. La lengua argentina sobre el buró junto a la cama.
Les quedará la mirada cómplice, secreto sibilante que sólo ellos conocen y quizá recuerden en los anocheceres de insomnio en que vuelvan a preguntarse si todo fue tan real como aún se les siente sobre la piel.

-Música: Spartacus Love Theme, cortesía de Patrick Doyle

jueves, 14 de octubre de 2010

One nerd to rule them all

Monstruo devorador de conocimiento. Curiosa entre las curiosas. Inquieta mente que todo quiere abrasar y aprehender. Cuando joven preguntona de secundaria y preparatoria, mis intereses se reducían a las letras y la filosofía. Pero había de crecer y entrar a trabajar en CM, claro. Ahí lo perdí todo. A los pocos meses de la absoluta transformación en ratón de biblioteca, había mucho más que el arte y la locura. También estaba el supercómputo, el crimen y los viajes en el tiempo. No quería que un astrofísico le explicara la teoría de la relatividad a los lectores: deseaba –por mí misma– obtener al menos un minúsculo entendimiento de Einstein.
Mis días felices inician con la llegada de los libros que me salvarán del viacrucis de la investigación. Los instantes de levantar la ceja con orgullo ocurren cuando un estudioso de Edimburgo me dice que mis preguntas sobre Kierkegaard y la maldad son sumamente interesantes. Que el hamster trepe la rueda y corra. Es justo y necesario.
Ahora mismo tomo una clase en línea. Un biólogo evolucionista de Yale me explica la selección natural y me entero de que El origen de las especies, de Darwin, era en realidad un abstract y no un texto terminado. Le cuento emocionada al coordinador y me responde que ya comienzan a aparecerme pecas, lentes de pasta, mi cabello se acomoda en dos colitas –a izquiera y derecha por encima de las orejas– y que ya me ve llegar mañana con una manza virtual para mi nuevo maestro. Ni qué lo dude.

domingo, 10 de octubre de 2010

A los viajeros

Estuvieron en España. Perdieron el avión a Italia por comprar aquél abrigo rojo que tanto le había gustado. Titubeó. Primero le dijo que lo quería. Luego dijo que no. Al final sí lo quiso y regresaron a la tienda. Demasiado tarde para el despegue. Luego llegaron a Roma. Había una huelga y los pasajeros tuvieron que bajar sus propias maletas. Él bajó su equipaje mientras ella esperaba bajo una de las alas del avión. El abrigo rojo se manchó de aceite y nunca más se quitó aquella huella. Luego fueron a Suiza. Subieron a una montaña y se hizo de noche. Él se ofreció a buscar el camino de regreso. Le pidió que esperara sentada mientras él exploraba el camino. Él se moría de frío. Ella bebía de las botellitas del servibar que había guardado del hotel. Ella no le dijo nada. Él la sorprendió bebiendo. Ambos rieron. Después, juntos, se emborracharon en un bar. Ella se puso celosa de una mujer. Provocó tremendo malentendido. En Estados Unidos, dijo que le gustaban los Lexus. Te hacía empacar maletas hasta reventar. Amaba comprar; como yo. A veces pienso que yo se la recuerdo. En Hawaii salió con ustedes a mirar cascadas antes de desayunar. Tenía hambre. Escondida, comió mermelada y no les compartió. En Nueva York fueron a ver Los Miserables. En Los Ángeles conoció a John Williams. En Vermont pasaron horas en un coche. Luego jugaron con un rompecabezas. En Alaska probó el salmón más delicioso que jamás haya existido. En México aceptó la propuesta de escaparse a Acapulco por un día. Y así con tantísimos otros recuerdos que desconozco y me gustaría escuchar.

La veo claramente cuando le brillan los ojos y me cuenta de su vida con ella. Dile que yo también la extraño, que nunca deje de platicarme y que me permita seguir creándome todas esas imágenes que me hacen desear una vida tan bella como fue la de ellos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Desencuentros (II)

Es curioso: pocas sensaciones provocan tanta certidumbre como el principio de una pérdida. Hay muchos primeros encuentros. Imposible imaginar que un (inicial) desconocido podría luego convertirse en amante o hermano. El apego se crea con el tiempo. Erigido –pareciera– de manera innata. Un día se descubre que un otro resulta imprescindible. Y ya: se vive felizmente con ello.
El extravío en cambio, se percibe de inmediato. Claramente instituido en un desasosiego que se anuncia con notoriedad. Es palpable y manifiesto. Aparece en la triste mirada de ambos, en la entristecida voz al otro lado del teléfono y en la sombra de una caricia alterada y vacua. Es un inminente despertar ante lo inexistente de un ser que antes era certeza; ante el ineludible requisito de que habrá que aprender a subsistir sin él.

viernes, 8 de octubre de 2010

Geek of the week



Este es un post absolutamente geek:
Le quiero gritar al mundo entero que éste es uno de los mejores regalos que he recibido. Es una foto autografiada de John Williams. La amo por lo que significó la sorpresa de tenerla en las manos, lo que la música de J.W. representa en mi vida y lo maravillosas y perfectas que han sido las noches que he ido a verlo dirigir.
Mi equipo de trabajo me nombró Geek of the week. With this picture in my hands I feel so proud about it!

(Y sí, la foto está al revés. Me dedico a escribir, ignoro por completo cómo utilizar Photoshop para arreglar una imagen...Jeje)

domingo, 3 de octubre de 2010

Nostalgia en Re menor

¿Te acuerdas de cuando sabía tocar el piano?
Mañanas de domingo y café. Voces en la casa. La puerta del jardín abierta y luego los vecinos preguntándole a mi mamá quién de la familia sabía tocar. Conocía todas las marcas de pianos. Según yo había diferencias entre mi Baldwin y el Wurlitzer de cola que a mi papá le hubiera encantado comprarme en la Sala Chopin. Me pasaba las tardes ensayando, leyendo la partitura hasta que sonara bien. Frustración, bajar la cabeza, golpear las teclas blancas y querer romper los pentagramas cuando me tardaba demasiado en llegar a la velocidad ideal.
¿Te acuerdas de Mozart? Era el reto máximo aunque la gente se conformara con Beethoven. Falanges en frenesí, cascada musicalizada de derecha a izquierda, de izquierda a derecha y dando saltos ocasionales entre una octava y otra hasta recorrer el piano entero. Tiempo detenido. Sanación del alma misma en el acompañamiento de la clave de fa. Llorar a ratos, enorgullecerme en otros tantos.

Entré y miré el polvo sobre la madera oscura. ¿Por qué no recordar viejos tiempos? Escogí a Schubert, como antes. Serenade. Y, milagrosamente, la música emanó de las manos torpes y adormecidas. Tiempo detenido. Sanación del alma misma en el acompañamiento de la clave de fa. Ojalá pudiera tocar de nuevo, como antes.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Fan

T. observa el póster pegado en la pared.
–Tío, está horrible.
–Ay, mi amor. Cuando tengas 16 años te va a encantar.
–No me va a gustar nunca. ¿Por qué trae el pelo largo? Parece niña.

El tío tuvo razón. A los 15 me enamoré de Bon Jovi y empecé a pensar que tenía voz sexy y que estaba demasiado guapo como para estar llegando a los 40. El tío me prestó varios discos y me aprendí sus canciones. Cuando una de mis amigas me invitó al último concierto que dio en México, mi mamá no me dejó ir y no me quedó más que hacer el berrinche de la vida.
Cuando cumplí 16 conocí a un chico. Escuchábamos algunas canciones juntos. Después de que el chico se fue, el tío también perdió una chica. Escuchábamos I’ll be there for you y nos poníamos nostálgicos juntos.
Anoche Bon Jovi regresó al Foro Sol. Hoy amanecí con dolor reumático en el brazo izquierdo por estar mojándome un buen rato con tal de verlo (yeah, I’m a grandma, big news...). Estaba loca de felicidad. Grité como psicótica y canté sus canciones como si hubiera estado audicionando para una película de Pedro Infante.

El tío tuvo razón: a mis 24, soy fan súper oficial de Bon Jovi. No me animé a escoger un póster pero sí me dormí con la playerita que compré a la salida del concierto.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Alegría del carácter

Encuentro de dos caracteres en la computadora del tercer piso de una editorial.
–Buenas tardes, carácter. Carácter en tregua espera.
–¿Carácter carácter?
–Carácter carácter.
–¿Hoja?
–Dos, pero una azul.

El carácter considera al carácter. Hablará aunque sepa que sus palabras no sean las que convienen, temeroso de que las tijeras de la escritora siempre alertas no se deslicen en el aire, esos caracteres relucientes, y por una palabra equivocada invadan el espacio bondadoso de la hoja en blanco.

***

Llevo más de ocho horas combinando los monstruos de los infiernos del mundo en 3,000 caracteres. Tarea titánica. Misión casi imposible. Me volví loca. Ahora veo demonios y puntos y letras sobrantes en las paredes blancas del piso de mi oficina. Como tenía ganas de escribir –pero, again, me volví loca– se me ocurrió la mala idea de profanar a Cortázar y a sus cronopios y famas. Me iré al infierno de los que degradan y corrompen las escrituras claves de la historia de la literatura. Que así sea.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Para matar un recuerdo

Selecciona pacientemente las imágenes. Ahí estará la historia petrificada, los besos, los chistes, las sorpresas, las reconciliaciones y los secretos. El celuloide se ha transformado en historia. Ahora tus recuerdos sólo existen gracias a las líneas de resolución que la pantalla de una computadora emite hasta proyectarse en la reluciente superficie de tu mirada.
Observa bien los ojos verdes, la complicidad de sus sonrisas e intenta acordarte del antes y el después del aprisionamiento de aquél instante de realidad. Piensa en qué tan felices eran como para haber deseado convertirlo en memoria y presente perpetuo.
Rememora todo aquello que quedó fuera del marco electrónico que ahora opera como recurso último de lo que vivieron: la piel, la voz, la velocidad de sus movimientos al abrazarte y posar para la foto y todo aquello que se le escapó al click del obturador de la cámara.
Piensa en las nuevas imágenes que de hoy en adelante crearás sin él. Incluso llora un poco de divisarte tan desconocida y ajena a lo que ahora eres. El monitor te engaña. Tú no eres ella. Él no es quien entonces te tomaba de la mano.
Sé valiente, vamos, deja de permitir que aquellas visiones te engañen. De nada te servirá el registro sin la coherencia de tenerlo cerca, como antes. Contempla su mirada una última vez. Date un último segundo para arrepentirte. Recupérate. Oprime el letal e irreversible ‘Delete’ y despídete de los esbozos de una realidad que, en su momento, añoraste que fuera eterna.

viernes, 17 de septiembre de 2010

For Always, by John Williams

This is us... For Always...

I close my eyes
and there in the shadows I see your light
You come to me out of my dreams across
the night

You take my hand
though you may be so many stars away
I know that our spirits and souls are one
We've circled the moon and we've touched the sun
So here we'll stay

For always, forever
Beyond here and on to eternity
For always, forever

For us there's no time and no space
No barrier love won't erase
Wherever you go
I still know
In my heart you will be
With me

From this day on I'm certain that I'll never be alone
I know what my heart must have always known
That love has a power that's all its own

And for always, forever
Now we can fly
And for always and always
We will go on beyond goodbye

For always, forever
Beyond here and on to eternity
For always and ever
You'll be a part of me

And for always, forever
A thousand tomorrows may cross the sky
And for always and always
We will go on
beyond goodbye


martes, 14 de septiembre de 2010

La Biblia antes de Cristo

El siguiente texto llegó a manos de A. Se lo entregó un alumno como una propuesta para crear una serie televisiva. Seguro me voy al infierno por burlarme y poner en evidencia a este pobre diablo. Que así sea...

Nota: Las faltas de ortografía y redacción son responsabilidad absoluta del creador del texto. Ni hablar de fechas y errores históricos...

Una historia situada en Jerusalém en 1000 A.C.
Un hombre, es encargado, por los discípulos de Jesús, de llevar los escritos de la Biblia a una ciudad donde estará a salvo.
Todo el Imperio Romano ha oído de estas hojas y está en busca de ellas.
En un enfrentamiento entre soldados y el hombre, la mitad de las hojas son destruidas; El hombre, escapa la muerte.
El hombre, se da cuenta de la importancia que los escritos pueden tener para la humanidad y decide inventar la mitad del libro, que después será conocido como la Biblia.

lunes, 13 de septiembre de 2010

De trabajo por la playa

Me fui de trabajo a Los Cabos. Y nada, que concluí algunas cosas que espero no olvidar:

I.
Los antibióticos y demás medicamentos son un invento perverso de las farmacéuticas que buscan llenarse los bolsillos a costa de la gripa ajena. A pesar de que la noche previa al viaje sufrí de fiebre y dolor de garganta que me llevó a sentirme como el mismísimo Raskolnikov, en Crimen y castigo, cuando mis hermosos pies tocaron el mar y la arena, la gripa desapareció.
Conclusión: Hay ocasiones en que el trabajo y las presiones de la vida ocasionan gripa. Para estos casos, la solución es largarse al mar.

II.
–Doctor, ¿entonces el tabaquismo es tan grave como la disfunción eréctil? ¿Los dos provocan infartos?
(doctor invitado y doctor host de la conferencia esconden la cabeza entre las manos)
–No, la disfunción eréctil no te mata. Es un indicador de que las arterias del cuerpo están dañadas y que, si no se atiende aquello que provoca este problema, el paciente podría sufrir un infarto a largo plazo.
–Ah, gracias.

–Doctor, ¿cada cuántos casos atiende de jóvenes menores de 20 años?
–Dos de cada cien.
(cinco minutos después)
–Doctor, nada más quiero puntualizar algo.
(todo el auditorio esconde la cabeza entre las manos)
–¿Qué porcentaje de jóvenes menores de 20 años acude a consulta?
¬–El 2%
–¿El 2% de cuánto?
–De cien...
Conclusión: Hay periodistas que dan miedo. Bien valdría la pena desconfiar de algunos.

III.
La belleza duele, y mucho; aún cuando no todo el mundo esté de acuerdo en lo que quiere decir ‘bello’. Yo, por ejemplo, desconfiaba de que un buen bronceado lo fuera. Me parecía, por ejemplo, que Roberto Palazuelos era una persona infeliz y que por tanto bronceado era probable que ya tuviera todos los órganos quemados. A pesar de ello, decidí ‘gozar’ de mis horas libres tumbada frente al mar y bajo el sol de mediodía. Me la pasé ‘bomba’, increíble, tan ‘chill’ como no lo había hecho en muchos viajes...
Conclusión: Gripa reciente, presiones laborales y angustias existenciales pueden llevar a un(a) pobre perturbado(a) a pensar que la felicidad se encuentra en tumbarse cinco o seis horas bajo el sol mientras se le calcina la epidermis y secretamente se gestan los gritos de dolor que después cobrarán la forma de: “¡Maldita sea! ¿¡Qué estaba pensando cuando decidí asolearme!?” Yo, por lo pronto, no lo vuelvo a hacer...

domingo, 12 de septiembre de 2010

X.

Ya olvidé el instante en que dejé de ponerme nerviosa por sentirte abrazándome. Entonces me quedé dormida. Fue puro encantamiento que me interrumpieras el sueño para tomarme la mano y mirarte tan real cuando abrí los ojos en la mañana.
Eres anhelo y certeza; ahí de espaldas al otro lado de la cama y aunque me calle tantas cosas que quizá deberías saber. Me robo entonces unos cuantos caracteres para idear una composición que te imprima en mi vida. También te doy la opción de traducirla en un deseo de permanencia. Aunque nunca lo diga lo suficiente, espero lo sientas de mis besos, en más noches como aquella en que se extravió la vigilia y sólo quedamos nosotros.

-Música: 'Junuh Sees The Field', de The Legend of Bagger Vance, cortesía de Rachel Portman.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Geek no oficial

Soy rara, muy rara. Nada nuevo. Y la cosa empeora cuando se trata de música.

CONVERSACIÓN 1

–¿Qué música te gusta?
–Soundtracks.
[el receptor del mensaje me mira con cara de cero entendimiento]
–Así se le llama a la música de películas.
–¡Ah! Qué interesante...

CONVERSCIÓN 2

–¿Crees que el viernes podría salir a la una y media?
–Claro. ¿Se puede saber la razón?
–Me voy a Los Ángeles.
–¿¡De veras!? ¿A qué?
–De shopping y a un concierto.
–¿¡Concierto!? ¿De quién?
–De John Williams...
–¿¿¿¡¡¡OTRA VEZ!!!???
–Sí... ya sabes... ahorro mi sueldo para ir a verlo cada que puedo. Ya sabes... ya está grande y quién sabe cuántos años más pueda seguir viajando a verlo en sus conciertos.
[el receptor del mensaje me mira con cara de: ¿quién se gasta sus ahorros en ir a ver a John Williams más de una vez al año?]

CONVERSACIÓN 3

–What’s the purpose of your trip?
–I’m attending a concert.
–Really? What concert?
–John Williams.
[el receptor del mensaje me mira con cara de cero entendimiento]
–He’s a composer. Star Wars? Harry Potter?
–Oh! Sure!

Hasta hace poco, sólo conocía a dos personas raras como yo. Luego cometí la locura de meterme a un sitio de entusiastas admiradores de música de películas. Me di cuenta de que en el mundo no somos tres. Contándolos a ellos, hay miles en todo el planeta. Me dieron ganas de comentar en algunos temas. No lo hice porque me dio miedo ser más geek de lo que soy. Lo bueno es que este es mi blog y puedo escribir lo que se me pegue la gana. Entonces diré: Me gudtó que ellod aprethian cosas que yo aprethio. Para ellod John Williams no ed nada mad Tiburón, La guerra de las galacthiad o Thuperman. Ellod thon un poco como yo... Algún día de edtod –que tenga un poco mad de valor– me animaré a comentad en uno de thus forod; theré una geek ofithial y me thentiré orgullotha de therlo :)

jueves, 2 de septiembre de 2010

His diamond ring

Ayer estuve pensando en los reclamos que las mujeres constantemente hacen a sus parejas. Luego debrayé sobre los dramas ocasionados por la falta de entendimiento. La cosa es la siguiente: Cuando la mayoría de las chicas desean algo de sus chicos, no lo dicen, ESPERAN (wtf?) a que ellos lo hagan. Es decir, aguardan a que las acciones o palabras ‘surjan’ desde el fondo de su corazón... Y bueno, ya todos conocemos el resultado de la expectativa fallida que algunas señoritas tienen sobre sus novios ‘videntes’.
Un poco más tarde, reflexioné sobre el irreparable daño que Hollywood ha hecho en la mente femenina. Como en esas historias las heroínas suelen vivir ‘happily ever after’, uno que otro de sus argumentos suele quedarse pegado en el inconsciente de algunas mujeres del mundo real e, inesperadamente, ‘resurge’ (esta vez sí del corazón) a modo de reclamo y exigencia durante una pelea que tiene todo menos el encanto del cine hollywoodense: “I want you to WANT to do the dishes”. Para la mala fortuna del mundo cotidiano, this never happens. At least not everyday.
Por último pensé en una pregunta que O. formuló en un post hace un par de meses. En ese comentario, intentó especular sobre lo que una mujer espera de un hombre. Entonces recordé un texto que una persona muy importante me enseñó hace algunos años. Lo escribió para alguien que amó y le pregunté si me dejaría publicarlo en este blog. Para mi fortuna, A. H. dijo que sí.
Esto, mi estimado O., es lo más cercano a la respuesta que quería darte. Pienso que toda mujer en el planeta merece (¿espera?) que el hombre de su vida la mire de este modo. At least, I do. Y créeme, con una vez que lo encuentres en tu vida, es más que suficiente para ponerte cursi y creer en la felicidad absoluta.

His Diamond Ring
February 11, 1995.

God brought me into this world so I would seek your happiness.
For my mission, He denied empowering me with wealth, physical attributes or any special intelligence. He only said to me:
“I am entrusting you with My Diamond Ring to the world. Care for her. Nurture her. Make her grow and shine brighter every day.
“You will have no special abilities. No special gifts. Your only means of strength will come from her; from watching and listening and understanding exactly what she represents. So pay close attention. And never, ever, let up.
“Every time she smiles, every time her face catches the light, or her hands brush her hair from her face, be sure to remember. Be sure to appreciate. For she is The Special One. A lot of care went into her making and she will never be replaced.
“In her you will see all that which is missing from the rest of the world. You will see all that is noble and graceful and pure. So learn. Learn all that you can learn and pay close attention to her needs, because just as a flower will need of sun and water to beautify its garden, so will she need your care to enrich your world.
“And always, always remember... Love her and you will find your own place in life.”
That is what He said to me, no too long ago. Only long enough so that I may know, the moment our lives first touched.

viernes, 27 de agosto de 2010

La vida en la editorial

Bienaventurados sean los periodistas que quieren contribuir a la mejora de la sociedad porque de ellos será el reino de los cielos. O eso espero porque si la gente de TVyNovelas y Woodward y Bernstein* están condenados a convivir en el mismo infierno, que alguien me pegue un balazo.

11 a.m.
Viernes 27 de agosto de 2010

Una pequeña redactora está sentada frente a su escritorio. Escucha a Hans Zimmer y corrige artículo de portada de la edición de octubre. De pronto, una voz femenina interrumpe tu trabajo, voltea a su izquierda y frente al escritorio de la excelentísima secretaria de TVyNovelas, localiza a una profesional de la información que está ganándose el pan de cada día y realizando las siguientes preguntas:
  • ¿No se le hace raro que haya tenido una relación tan rápido después de una relación de tanto tiempo?
  • ¿No se le hace mucho descaro que tan pronto ande con alguien?
  • ¿A su hijo ya le han colgado de todo?
  • ¿Y usted lo apoyaría?
  • ¿Usted como mamá le da algunos consejos o trata de no meterse en su vida personal?
  • ¿O sea para usted Ana Bárbara es una mala mujer?
  • ¿Pero si parecía que se llevaban también, no? ¿Será que se terminó el amor?
  • ¿Oiga y ahora que estuvo con sus nietecitos ha de haber estado muy contenta, no?
  • ¿Usted cree que sí sea cierto que le pase dinero o no?
Y así, luego de los diez minutos de la excelsa demostración de las preocupaciones de esta reportera por la existencia humana, me pregunto:

WTF?


*Con su investigación periodística del caso Watergate, provocaron la renuncia de Richard Nixon como presidente de Estados Unidos en los años setenta.

domingo, 15 de agosto de 2010

El agujero negro

En primero o segundo de primaria leí un libro llamado El agujero negro. El agujero negro era un lugar a donde iban todas las cosas que perdía la madre de Camila, la protagonista de la historia. En el agujero negro había un arete, unas llaves y un duende. El duende fue a parar al agujero negro porque la mamá de Camila lo extravió cuando era niña. Antes de llegar al agujero negro, el duende vivía en una casita de muñecas. Cuando la hija de la olvidadiza encontró el agujero negro –en un cajón– el duende macabro empezó a hacer cosas raras para que la niña lo devolviera a su casita con sus hermanos. Bueno, de eso último no estoy muy segura. Hace más de 15 años que leí El agujero negro.
Hoy concluí que mi madre también tiene su propio agujero negro. En el agujero negro de mi madre deben de estar dos celulares, un anillo, infinita cantidad de aretes, facturas de mi señor padre, tickets de ropa y uno que otro calcetín que debió de haber ido a la lavadora pero que nunca regresó del viaje a la canasta de la ropa sucia. Las últimas adquisiciones del agujero negro de mi madre son un estuche de lápices de mi hermana y una lima que solía vivir encima de mi televisión.
Voy a buscar, de cajón en cajón, y por toda mi casa. Espero tener la misma suerte de Camila y encontrar el agujero negro de mi madre. Eso sí, ojalá que esté libre de duendes verdes.

domingo, 8 de agosto de 2010

Café

Noche de no dormir, de pensar, de llorar, de arrepentirse, de sonreír, de pensar en soluciones que sabes que ya no resolverán nada. Horas de acordarse de un 'algo' que ya no existe y de cómo se le vio venirse abajo ladrillo por ladrillo.
Hace dos semanas encontré este cuento de Luis Sepúlveda. Se llama 'Café'. Y es uno de mis favoritos. Y es la imagen de tantas cosas...

Ella está bajo la ducha. El agua cae sobre su cuerpo y se detiene en la formación de repentinas estalactitas en el abismo de esos senos que has besado durante tantas horas. Colocas café en el filtro, calculas la cantidad de agua para cuatro tazas y oprimes el botón rojo.
Escuchas el sonido del agua que hierve eléctricamente y gota a gota va cayendo sobre el café, formando ese lodo aromático. Argamasa que une los adoquines de la mañana.
Ella aparece con su salida de baño anudada con descuido. Puedes ver sus muslos relucientes, húmedos aún. Retiras la cafetera, la llevas a la mesa, dispones las tazas, compruebas que los claveles persisten en su agónica estatura rosada. No son tan puramente perecederos como las rosas de mayo.
Aparece ahora con una toalla anudada a manera de turbante, puedes ver su nuca, el cuello liso y fresco, que huele a talco. Bajo el turbante un diminuto mechón escapa a las intenciones del secado y se adhiere a la piel con esa extraña presencia de rubia petrificación. Ella se sienta, tú también lo haces y, frente a ustedes, el silencio de siempre ocupa su lugar.
Sirves el café lentamente, alargas la mano hacia ella con la taza servida, llenas la tuya, con la mirada le ofreces las cosas que hay sobre la mesa. Pan, mantequilla, mermelada y otros alimentos que a esas horas y en esas circunstancias se te antojan absolutamente insípidos. Compruebas que ella no acepta, que simplemente enciende un cigarrillo y derrama unas gotas de leche en su taza de café.
Con la cuchara realizas breves movimientos giratorios que van formando espirales, hasta que compruebas la total disolución del azúcar que se ha hundido como polvo de espejos en un pozo, silenciosamente, respetando el carácter intocable de esta mañana-silencio que se inicia.
Ella es finalmente la primera en probar el café y su primera idea es que tal vez la taza estaba sucia. Levanta los ojos, te mira sin recriminaciones en el mismo instante en que tú bebes el primer sorbo y piensas que puede ser el cigarrillo el responsable de este sabor por el momento incalificable, pero es ella quien lo dice:
–Este café tiene sabor a fracaso.

Entonces te levantas, le arrebatas la taza de la mano, tomas la cafetera y vuelvas todo el líquido en el lavaplatos.
El café desaparece entre burbujas calientes y no queda más que una oscura presencia que bordea el desagüe. Abres un nuevo paquete, calculas agua para cuatro tazas y estás de pie esperando que, gota a gota, se vaya formando nuevamente esa porción de lodo matinal.
Sirves. Ella prueba. Te mira con tristeza. No dice nada. Bebes de tu taza y la miras. Ahora eres tú el que exclama:
–Cierto. Tiene sabor a fracaso.

Ella dice benevolente que puede ser cosa del azúcar o de la leche y tú gritas que no has puesto ni leche ni azúcar en tu taza.
Enciente otro cigarrillo y aleja su taza hasta el centro de la mesa mientras tú sacas todos los paquetes de café que guardas en la alacena y con la punta de un cuchillo los vas abriendo, frenético vas palpando con tus dedos su textura fina, pruebas, escupes, maldices, compruebas que todo el café de la casa tiene el mismo inevitable sabor a fracaso.
Ella no ha probado ninguno y también lo sabe. Te lo dice con la mirada perdida en los dibujos poliédricos del mantel. Te lo dice que con el humo que escapa de sus labios.
Regresas a tu silla sintiendo algo así como un ladrillo en la garganta. Quieres hablar. Quieres decir que juntos habéis tomado muchos cafés con sabor a olvido, con sabor a desprecio, con sabor a odio amable y monótono. Quieres decir que ésta es la primera vez que el café tiene este desesperante sabor a fracaso. Pero no logras articular ni una palabra.
Ella se levanta de la mesa. Va al cuarto contiguo. Se viste lentamente y hasta tus oídos llega el clic de su pulsera. Avanza hasta la puerta, coge las llaves, el bolso, el pequeño libro de viajes, piensa algo antes de abrir la puerta y retrocede hasta tu puesto para estampar en tus labios un beso frío que, aunque no lo creas, tiene el mismo sabor a fracaso que el café.

sábado, 7 de agosto de 2010

IX.

Ridículo escritor, tú que tomas el cigarro entre el medio y el índice de la mano derecha y deliras con los rostros que imprimirás en tu vida.
Miras la hoja el blanco, el cursor parpadeante y, en tu cerebro, comienzan a formarse frases inconexas a las que torpemente vas dando forma con cada golpe de tus dedos sobre el teclado de la computadora. Traduces pensamiento, intentas trazar con claridad las borrosas imágenes que ya se han gestado en tu intelecto y las nombras. Transformas lo abstracto en realidades. Transcribes sentimientos, los engrandeces o menosprecias con adjetivos comunes y vas volcando el alma en un formato electrónico que igualmente funciona como salvación o desahogo.
Palabra por palabra, línea por línea vas dando forma, creando sentido. Significas, resignificas, desentierras sinónimos y oprimes el letal ‘delete’ cuando te avergüenzas de párrafos enteros que aniquilas sin remordimiento alguno.
Juegas con la inmortalidad, intentas dominar el tiempo y apresar fragmentos efímeros de realidades que amenazan con desaparecer de tu memoria. De las caóticas imágenes y sensaciones que piensas, ansías crear materialidad, estructura, Ser.
Y ahí queda el párrafo terminado. Lo observas temeroso y desconfiado. Miras sus defectos y pocas veces te sientes satisfecho. Al menos te congratulas por el espíritu sosegado. Algunas veces borras la evidencia y finges que nunca existió. Otras veces te armas de valor y le dejas salir del procesador de texto en que nació. Siempre desconfiado, intentando que el siguiente sea mucho mejor. Y así con tantos otros fragmentos que emergen de tu sinsentido y que a veces toman la apariencia de aquello que llaman escritura.

miércoles, 28 de julio de 2010

Así las cosas

De la disolución del individuo frente a la masa, de los minúsculos espectadores nerviosos que esperan junto a otros 94,999 igualmente trastornados, de los ridículos coros a los que uno termina uniéndose por la efímera solidaridad de un juego, del deprimente ahogamiento en que se cae cuando el rival desplaza el esférico hasta la portería del equipo que se apoya, de los abrazos y la sangre hirviente cuando el enemigo es víctima de la venganza, de las figurillas humanas que el fanático transforma en ídolos cuando ‘se adueñan del campo’ pero condena y desea desmembrar cuando ‘no dieron el 100%’...

De todo eso quería escribir a un día de haber ido al Azteca a ver el fútbol. La idea murió por la paz por lo siguiente: Armada con camiseta del equipo ovacionado (para ser solidaria con el resto de los asistentes), chela en mano (que derramé cuando pegué un brinco ‘porque parecía gol’) y alienación absoluta durante 90 minutos todo se resumen en “Fue una gran noche”.

domingo, 25 de julio de 2010

Vide cor meum

La próxima vez llevarán una sola maleta. Te sentirás nervioso mientras se ríe de tus pasos por la Via dei Calzaiuoli y evitarás volver a tropezar con el hielo de las calles. Le tomarás 10 ó 20 fotos hasta que te sonría por el resultado obtenido y le mentirás para intentar convencerla de que luce preciosa en todos los instantes que encarcelaste con el click del obturador de la cámara. Tardes enteras de fresas en copas platinadas frente a la inmensa estructura enladrillada y el atardecer cubriendo sus horas de luz de oro que se escurre por los puentes y calles viejas.
La próxima vez irán a la ópera. Escucharán a los ángeles. Evocarán a Dante con cada sorbo del tinto y se perderán en las delicias de aquella lírica que ni siquiera comprenden. Volverás a desnudar la piel del negro y a besar su espalda por la mañana para convencerla de abrir los ojos. Después de que te mire, aún somnolienta, y los labios respondan a la primera caricia del alba, querrás detener el tiempo, aprisionar la certeza que ella también siente y colmar tus ansias por mirarla tan pronto escuchas la regadera al otro lado de la puerta.

-Música: Vide cor meum, de Hannibal, cortesía de Patrick Cassidy.

viernes, 23 de julio de 2010

Ellos las prefieren...

I.

Cinco o seis mujeres llaman a la estación de radio:
1. Las quieren voluptuosas, ¿no?
2. Uy pues que estén bonitas.
3. Las prefieren de buen cuerpo; muy pechugonas y con buen trasero.
4. Que estén bonitas y que les inviten cosas.
5. Que tengan curvas y que no sean pedinches.
6. (No me acuerdo qué dijo pero la respuesta no difería en nada de las anteriores)

II.

Cinco o seis hombres llaman a la estación de radio:
1. Gorditas.
2. Muy delgaditas.
3. De ojos dulces.
4. Que sean detallistas y que estén pasables.
5. Que sean lindas conmigo.
6. (No me acuerdo qué dijo pero la respuesta no difería en nada de las anteriores)

III.

Terminado el ejercicio, los locutores platican:
El: ¿Ya ves? ¡Estabas mal!
Ella: ¡Ay si! Ahora me vas a decir que no te gustan con curvas.
El: A mi no.
Ella: ¡Claro que sí! ¡A todos los hombres! ¿Quién no quiere que tengan boobies o buena pompa?
El: Pues ya escuchaste a los hombres.
Ella: Mienten.
El: ¿Ahora me vas a decir que ustedes saben, mejor que nosotros, lo que queremos?
Ella: ¡Pues claro!

Conclusión
Aunque es evidente que mi reconstrucción de los hechos carece de precisión en cuanto a diálogos y expresiones concretas, el hecho es que llevar una vida observando que la mayoría de los hombres actúan como animales frente a una mujer (o representación de una mujer) de tetas y nalgas grandes nos ha llevado a pensar que es lo físico es lo único en lo que se fijan. Los ejemplos que demuestran lo contrario son mínimos. Aunque para mi fortuna he conocido a esa minoría (o a MUY buenos mentirosos), una no puede evitar toparse con alguien que suelta una frase que termina por traumarte y llevarte a la misma conclusión de las féminas que se comunicaron a la estación de radio. Por eso, como la locutora, yo también pienso que esos seis radioescuchas MIENTEN (ya no lo hagan, por favor).

El lunes toca que los hombres especulen sobre nuestras preferencias y que las mujeres desmientan, o no, sus elucubraciones. A que no le atinan.

viernes, 16 de julio de 2010

The Ludlows

Tardaste más de una noche en despojarla de los revestimientos que la ocultaban de los otros. De piel y esencia endurecida, semblante gélido y certidumbre ausente; traspasaste todo, capa por capa hasta llegar a Ella. Habías de entregarle la música, colmarla del arrebato único y componer el ideario con que desde entonces mira el mundo. Y así te convertiste en sombra; sutil y constante presencia para cada una de sus horas.
Quedó entonces condenada a la memoria; la siempre súbita evocación de ti. Recapitulándote en cada arpegio, inventándose en cada estrofa que hoy resuena en solitario.
Te seguirá escribiendo. A cada minuto de un refinado acorde, le seguirá una ficción en donde reaparezcas. Serán sus añorantes composiciones para Ser en tu tiempo. Para que no la olvides, para que también sea siempre parte de ti.

-Música: The Ludlows, Leyends of the Fall, cortesía de James Horner

lunes, 12 de julio de 2010

Crónica de un trayecto al trabajo

Alguna vez, hace mucho mucho tiempo, existía una pequeña redactora que diariamente manejaba desde su casa, en el sur de la ciudad, hasta el territorio perdido de Santa Fe para iniciar una jornada más de intenso trabajo. Teresita, hija de Don Tereso y Doña Teresa, era un ser feliz que manejaba por las calles y habitaba en el mundo ficticio de justiciolandia. En justiciolandia, Teresita transitaba por las avenidas dejando pasar al prójimo, no quedándose atravesada en vías congestionadas cuando era evidente que, a pesar del semáforo en verde, no había un centímetro más hacia donde moverse y sin cerrársele a los otros coches violentamente (a excepción de los instantes en que vistaba distraídolandia y la erraba como un cafre cualquiera). A cambio, el único deseo de Teresita era que se le 'dejara pasar' cuando la ley del 'uno y uno' gritaba para ser escuchada cuando un océano de automóviles, provenientes de diversas direcciones, debían incorporarse a un solo carril. Y así, en una nublada mañana en que un infeliz conductor decidió negar el paso al diminuto medio de transporte de la pequeña redactora, ésta decidió luchar y morir en el intento. ¡No a los señores amargados que avientan sus inmensos coches a los demás! ¡No a la injusticia! ¡Sí al 'uno y uno'! ¡Sí a la lámina resistente de la pequeña redactora para defender una causa justa! Entonces la pequeña redactora avanzó 'otro poquito' y, mientras sentía como el exiliado de justicialandia no esperó para dejarla pasar, frunció el seño y miró al puerco conductor con desprecio. Acto seguido 'le dió las gracias' y esperó que el daño no fuera grave. Sobra decir que perdió la fe.

viernes, 9 de julio de 2010

The return

Acuérdate de esa primera tarde de lluvia. Caminar algunas cuadras, la comida en el Rockefeller y la noche de seres acuáticos e imaginarios frente a los que no me viste llorar. Piensa en esa irreconocible combinación cítrica derritiéndose en la boca y los diamantes encuartelados sobre aquellas vitrinas que tantos otros desean.
¿Y la ópera? Esa fascinante noche en que se perdieron las máscaras.

Inventa las caricias que ya no nos damos. Cree y sueña por los dos. A mí sólo me quedan esos días de mayo.

-Música: The return, de Jane Eyre, cortesía de John Williams

jueves, 8 de julio de 2010

Cosas de niños

Hubo una vez en que creí que las caricaturas eran personas reales. Cuando vi a la mujer que prestaba la voz para Ariel, la pequeña sirenita, le dije a mi papá: “¡Mira, papi! Se pintó el cabello de rubio y ahora tiene chinos!”. Evidentemente, mi padre sólo me sonrió y me acarició la cabeza.
Hubo una vez en que me encontré un billete de $50 en la chamarra de la escuela y compré toda la comida que pude en la tiendita. Allá cuando el Olinca tenía su propia moneda y había que formarse (y perder casi todo el recreo) para cambiar tu dinero tradicional por boletitos. Todo en aquellos viejos –viejísimos– tiempos en que los molletes costaban $2,50, las sincronizadas $4.00 y esperabas a salir de clases para correr por un frutsi congelado antes de irte a tu casa a las 2:30 de la tarde.
Hubo una vez en que compré una caja de leche Alpura para que todos y cada uno de los renos de Santa Claus no tuvieran sed después de salir de mi casa y dejar los regalos. Bajo el árbol también puse galletas y me sentí orgullosa de ser una buena anfitriona. No se me ocurría otra manera de agradecerles las mañanas más esperadas del año. Si no probaban la comida que les dejaba, me sentía completamente abatida e inútil.
Hubo una vez en que me creí sirena. Terminando de desayunar, la enamorada de las aguas brincaba a la alberca (a escondidas de la madre que decía que podía ahogarme y morirme por no esperar suficiente tiempo) y el Rey Tritón la alcanzaba poco después para jugar con ella durante cuatro o cinco horas. Eran esos tiempos en que nada los separaba y en el mundo no había amor más grande que el de padre e hija.

Y cómo extraño todas esas cosas.

martes, 6 de julio de 2010

La Biblia (comentada)

Cuando era niña, Amélie Nothomb quería ser Dios. Por eso no creo pecar de ególatra si comento la Sagrada Biblia. Bueno sí, pero espero que Dios me perdone. Total, este post es su culpa. Y aquí la prueba:

Extracto del Génesis

[Odio los pies de página. Por eso escogí asteriscos. Para leer mis blasfemias y herejías, favor de bajar la mirada y consultar el número correspondiente a la absurda cantidad de signos con que marcaré el texto bíblico]

La caída. La serpiente era el más astutos de todos los animales del campo que Yahvé Dios había hecho*, y dijo a la mujer: ¿Es verdad que Dios ha dicho: No debéis comer de ninguno de los árboles del jardín? ** Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del jardín comemos, pero del fruto de árbol que está en medio del jardín Dios ha dicho ***: No comáis de él ni lo toquéis, para que no muráis. Y replicó la serpiente a la mujer: No, no moriréis, al contrario sabe Dios que el día que comáis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal****. Entonces vio la mujer que el árbol era bueno para comer y que era agradable a la vista y deseable para adquirir la inteligencia, y tomó de su fruto y comió y dijo también a su marido que estaba con ella, y comió *****. Se abrieron los ojos de ambos y conocieron que estaban desnudos. Entrelazaron, pues, hojas de higuera y se hicieron cinturones.

Oyeron después el ruido de Yahvé Dios que se paseaba por el jardín a la brisa del día y se escondió el hombre y su mujer de la presencia de Yahvé Dios en medio de los árboles del jardín. Pero Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? ****** Y él respondió: He oído tu ruido en el jardín y he tenido miedo porque estoy desnudo, y me he escondido. Le replicó: ¿Quién te ha anunciado que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que te había mandado que no comieras? ******* Respondió el hombre: la mujer que has puesto junto a mí me dio del árbol y comí. ********

Castigo y promesa. Entonces Yahvé Dios dijo a la mujer: ¿Cómo hiciste esto? Dijo la mujer: La serpiente me sedujo y comí. Dijo Yahvé Dios a la serpiente: Porque hiciste esto, seas maldita entre todos los animales y entre todas las bestias del campo. *********Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Y pongo enemistad entre ti y la mujer y entre tu descendencia y su descendencia, ésta te aplastará la cabeza y tú incidirás a su calcañar. Y dijo a la mujer: Multiplicaré mucho tus dolores y tus preñeces; con dolor parirás hijos. Tu deseo te lanzará a tu marido y él te dominará. **********Y al hombre le dijo: porque has obedecido la voz de tu mujer ***********y has comido del árbol del que te había dado orden diciendo: No comerás de él; maldita tierra por tu culpa. Con dolores te alimentarás de ella todos los días de tu vida, te dará espinas y abrojos y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que te vuelvas a la tierra, porque de ella has sido tomado; polvo eres y al polvo volverás.

Y el hombre llamó a su mujer, Eva, porque fue madre de todos los vivientes, Y Yahvé Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de piel y los vistió. Y dijo Yahvé Dios: He aquí al hombre que ha venido a ser como uno de nosotros por conocer el bien y el mal. ************Que no extienda ahora su mano y tome también del árbol de la vida y coma de él y viva para siempre. ************Y le echó Yahvé Dios del jardín del Edén para cultivar la tierra de la que había sido tomado. Arrojó, pues, al hombre y le hizo habitar al oriente del jardín del Eden y colocó querubines y la espada flameante para guardar el camino del árbol de la vida. *************

*¿Alguien puede explicarme dónde dice la palabra ‘demonio’? Yo ahí nada más leo s-e-r-p-i-e-n-t-e.

**Suponiendo que la serpiente fuera el demonio, la Biblia dice que era uno de los animales que Dios hizo para su campo. Entonces ¿Dios creó al demonio y dejó que se le acercara a la mujer a propósito?

***La serpiente dice, Eva dice, Dios dice, todos decimos.

****¡Ajá! Entonces lo que Dios prohibía era el acceso al conocimiento. Y, si la serpiente fuera el demonio y lo que buscaba era que los hombres abrieran los ojos al conocimiento ¿conocer es malo? Y si conocer es malo ¿para qué creó Dios el conocimiento y a un ser que invitara a los hombres a toparse con él?

*****Nótese que dice: “comió”. Jamás dice que le enroscó a la serpiente en el cuello para obligarlo a morder.

******Si Dios es omnisciente y omnipresente ¿para qué pregunta?

*******Para leer mi comentario sobre este cuestionamiento, favor de releer el comentario anterior.

********¡Ajá! ¿¡La mujer que has puesto junto a mí!? Por eso luego las mujeres tenemos la culpa de todo… Ya habíamos quedado que él comió solito y nadie lo obligó.

*********¡Pero si Dios la creó como el animal más astuto de todos! Y, si Dios ya sabía que era el demonio –como ahora todo el mundo lo interpreta– ¿para qué la maldice? Y si no lo sabía ¿no que Dios es omnipotente y omnisciente? ¿Y si Dios no es Dios?

**********Nada nuevo, eso había quedado claro cuando Lilith fue expulsada del paraíso por exigir placer y dominar (ponerse arriba, pues) durante el acto sexual. (Cuentan los apócrifos, eso sí…)

***********Gracias, Dios. Sigan culpando a la chica y enséñale al hombre a que nunca más escuche a su mujer. Total, gracias a ella se igualaron en condiciones con los dioses (sí, releer La caída, por favor, porque ahí dice ‘como dioses’) pero ni para qué agradecerle los pantalones.

***********¡Ajá! ¡Entonces la serpiente (¿el demonio?) tenía razón y Dios mentía! ¡Dios (¿benevolente y misericordioso?) mentía y la serpiente (¿maldita?) abrió los ojos de los hombres al conocimiento y a la inteligencia!  

************¿Qué no había dicho que no comiera nunca o moriría? ¡Entonces comer no sólo los haría tan inteligentes como dioses sino inmortales!

*************Tan fácil que era… ¿Por qué no lo guardó con querubines desde el principio?

Si me voy al infierno por esta injuria, es culpa de la serpiente (creada por Dios) que le dio el conocimiento (creado por Dios) a mis ancestros (creados por Dios) y de la Biblia que tenía en el librero de mi casa y que un historiador que habla del mal y de los ángeles caídos me inspiró a leer en esta noche de lluvia. Y sí, todo eso también fue creado por Dios.

 

lunes, 5 de julio de 2010

Resultados garantizados

I.

Señora en el gimnasio (cuarenta y tantos años y con unos veinte kilos de más) escucha atentamente al entrenador:
–Acuérdate bien, mi amor. Nada frito, nada empanizado, nada de refresco, nada de café con pan en la mañana...

Señora afirma con la cabeza.

–...nada de dulces, nada de chocolates, nada de pastas, nada de plátano, nada de papa, nada de aguacate, nada de cereal...

Señora sigue afirmando con la cabeza (esta vez con cara de angustia mientras piensa en que prácticamente iniciará una nueva vida alimenticia).

–...nada de tamales, nada de tacos y nada de jugos –porque tienen mucha azúcar–. Si quieres fruta, puedes comer toronja. Para la comida, pescadito o pollo a la plancha y verduras con vegetales; brócoli o lechuga, por ejemplo. Y agua, mucha agua.

Señora ya no afirma. Mira a su torturador con angustia y los labios y cejas ligeramente distorsionados en señal de dolor.

–¿Está bien, mi amor?
–Sí, muchas gracias. Entonces nos vemos el martes.
–¿El martes? No, mi amor, tienes que venir todos los días.
–Bueno, entonces nos vemos mañana. Muchas gracias ¿eh?

Sobra decir que jamás volví a ver a la señora en el gimnasio. Con esa dieta, cómo no garantizar los resultados que promocionan afuera del lugar...

II.

Una pequeña redactora está sentada frente a su escritorio y lee sobre el aniversario del bikini. Para ilustrar el brevísimo texto que escribió sobre el tema, busca una foto de Jessica Biel luciendo la prenda. Observa las horas diarias en el gimnasio reflejadas en un par de brazos envidiables, el abdomen perfecto y recuerda que quizás no debió de haber comido aquella hamburguesa de Burger King a media tarde. De hecho, le perturba la idea de que ni siquiera pidió el refresco light. Del brócoli, toronja y lechuguita que el instructor señaló a la mujer del gimnasio, ni se diga.

Horas después del incidente, la pequeña redactora sigue firme en sus convicciones: No, no se convertirá en conejo. No se alimentará de zanahorias ni robará hortalizas. ¡No a la vida de una pequeña vaca! ¡Sí a los helados de galleta a media tarde! ¡No al arrepentimiento!

Para sellar el pacto, comete el último pecado del día: hambrienta, como siempre, acepta las quesadillas que su madre cariñosamente se ofrece a prepararle. Total, si jamás se tendrá el cuerpo de la señorita Biel, que valga la pena. Además ya es suficiente con negarse a comer ese pan con mermelada en el que venía pensando en el camino a la casa...

domingo, 4 de julio de 2010

Capítulo 92

Leyendo Rayuela llegué hasta el capítulo 92. En él, Cortázar escribe sobre el deseo y cómo el sexo se reinventa cuando tiene lugar un primer encuentro con un cuerpo nuevo. Sobra decir que doblé la esquina de la página –para que después me acuerde que es una de mis favoritas– y marqué un párrafo luego de leerlo y sentir la sonrisa marcándose en mis labios.

“Le había sonreído, como si tratar de comprender. A lo mejor... Su mano encontró la de Oliveira cuando al mismo tiempo se agachaban para levantar el cobertor. Toda esa tarde él asistió otra vez, una vez más, una de tantas veces más, testigo irónico y conmovido de su propio cuerpo, a las sorpresas, los encantos y las decepciones de la ceremonia. Habituado sin saberlo a los ritmos de la Maga, de pronto un nuevo mar, un diferente oleaje lo arrancaba a los automatismos, lo confrontaba, parecía denunciar oscuramente su soledad enredada de simulacros. Encanto y desencanto de pasar de una boca a otra, de buscar con los ojos cerrados un cuello donde la mano ha dormido recogida, y sentir que la curva es diferente, una base más espesa, un tendón que se crispa brevemente con el esfuerzo de incorporarse para besar o morder. Cada momento de cuerpo frente a un desencuentro delicioso, tener que alargarse un poco más, ahí tan cerca acariciar una cadera más ceñida, incitar a una réplica y no encontrarla, insistir, distraído, hasta darse cuenta de que todo hay que inventarlo otra vez, que el código no ha sido estatuido, que las claves y las cifras van a nacer de nuevo, serán diferentes, responderán a otra cosa. El peso, el olor, el tono de una risa o de una súplica, los tiempos y las precipitaciones, nada coincide siendo igual, todo nace de nuevo siendo inmortal, el amor juega a inventarse, huye de sí mismo para volver en su espiral sobrecogedora, los senos cantan de otro modo, la boca besa más profundamente o como de lejos, y en un momento donde antes había como cólera y angustia es ahora el juego puro, el retozo increíble, o al revés, a la hora en que antes se caía en el sueño, el balbuceo de dulces cosas tontas, ahora hay una tensión, algo incomunicado pero presente que exige incorporarse, algo como una rabia insaciable. Sólo el placer en su aletazo último es el mismo; antes y después el mundo se ha hecho pedazos y hay que nombrarlo de nuevo, dedo por dedo, labio por labio, sombra por sombra”.

jueves, 1 de julio de 2010

VIII.

Me iré, pues, a escribir. Dejar caer la ceniza sobre el pasto y jugar a nublarme el juicio con un poco de humo para no pensar en ti. Permitirme un momento del lento retorno a la nada; ese deshabitado inicio donde no existía el 'nosotros'. Una tecla, dos, tres, cientas para escribirte lo que no te gritaré en la cara. Veinte o treinta ridículas y desgastadas palabras para trazar tus ojos frente a la luz. Lloriquearle al patético 'crack' de la musculatura que nos late en el pecho y dejar sonar las notas que por ratos me harán encogerme en la silla con las mejillas tibias y las manos ansiosas.
Después daré la vuelta. Como sucede con todas las ausencias, la imagen habrá de desdibujarse y sólo quedarán las letras; indiferentes signos gráficos que para entonces ya no tendrán ningún significado.

-Música: I'm not in love, cortesía de John Barry

domingo, 27 de junio de 2010

Sobre mi 'NO' al fútbol

Me vuelvo una más de las esperanzadas. Le 'apuesto todo' a los paisanos en la cancha, canto el himno junto con los otros tres integrantes de la familia y gritamos: “¡TIRAAAAAAAAA!” cuando ni siquiera sabemos si sería bueno soltar el golpe o existe alguna real posibilidad de gol. Me arde la sangre cuando me imagino (digo 'imagino' porque yo no sé un carajo de reglas o arbitraje) que un italiano comete una injusticia y siento un profundísimo vacío en el estómago cuando el contrincante invade y lacera la portería resguardada por un hombre que lleva el apodo de un animalito saltarín.
Luego el asqueroso levantarse de la silla, el negarse a aceptar y las mentadas de madre. Hablar por teléfono con futboleros y escuchar: “Pues como siempre, ¿no?” Pues no, yo pensaba que sería d-i-f-e-r-e-n-t-e. Yo sí me sentía desbordante de fe e-n-M-é-x-i-c-o.

Cosa extraña el fútbol. Aún sin ‘ser fan’, sin comprender sus normas en lo absoluto y sin entender su lógica puede desfigurar a cualquier entusiasta en una triste figura decepcionada y ausente. Llorar, no llorar, sentir el falso nacionalismo humillado... Se tiene todo para construir una buena justificación para mantenerse alejado de las canchas: es cuestión de cuidarse el corazón y no gustar de arriesgarse a un triste domingo en que perdió la Selección...

domingo, 20 de junio de 2010

Debates familiares

I.
Mi hermana me dijo que filosofar sobre la religión no servía para nada y que por qué alguien querría perder su tiempo en eso. Cuando me preguntó que quién era la madre de Jesús y le dije que María y que era una mujer que Dios escogió para crearse a sí mismo, se traumó.

II.
Mi madre me dijo que Dios no era malo, que nosotros teníamos la culpa de todo y que el mejor ejemplo era Eva: “Le dijeron que no se comiera la manzana y fue se la comió”. Cuando le contesté que Dios podía ser tramposo porque, en su infinita misericordia, nos dio el libre albedrío y un viaje todo pagado al infierno en caso de que no eligiéramos como él quiere, me dijo que no y que no y que no. Que él era bueno. Cuando le recordé que el Dios bueno un día se hartó de los hombres y mandó un diluvio para que se ahogaran todos sus hijos, me dijo: “Bueno, pero es que Dios también se harta”.

III.
Mi papá sólo soltaba una carcajada tras otra. Al final, se limitó a decir: "Se ve que tu curso está buenísimo". Y soltó otra risita.

martes, 15 de junio de 2010

Primera clase

Fin de la primera sesión del curso ‘Lucifer, el infierno y los ángeles caídos’.
Resultado: éxtasis y absoluta fascinación (o la confirmación de que el conocimiento me resulta placentero).
Traducción: soy una tremenda ñoña que no puede vivir sin debrayar y aprender cosas que el mundo considera inútiles.

Mientras escuchaba y argumentaba sobre la esencia del hombre, sentía un roedor trepado en una rueda y corriendo esquizofrénicamente dentro de mi cabeza. A nueve horas del término de la clase, me siento perturbada (y horrorizada) por un pensamiento que me taladra el cerebro desde que descubrí Anticristo, de Lars Von Trier, y que recordé esta mañana:

Somos hombres perversos.
[Quien ponga en duda esta afirmación, favor de consultar su edición favorita del periódico La Prensa, hojear una enciclopedia del crimen o aventurarse en algún bellísimo barrio citadino sin policías, lleno de joyas y a mitad de la noche]

Para encontrar la causa, se debatieron cuatro posibilidades:
  • Dios es perverso.
  • Somos un error de Dios.
  • Dios es un error nuestro.
  • No estamos hechos a su imagen y semejanza.

Todas las posibilidades me alteran al grado de sentir que caeré en un estado catatónico hasta no llegar a una resolución.

En algún momento de la clase, empecé a dudar si creía en Dios. Luego me asusté por pensarlo y me dio miedo que, de creerlo, Dios me castigara...

domingo, 13 de junio de 2010

Playing Love

Hubieras visto la tela blanca; la perfecta caída de los delicados holanes que escurrían desde la cintura y hasta la alfombra clara. La espalda descubierta, los hombros relucientes y la mirada ansiosa por reflejarse en ti. Un par de pupilas dilatadas, tu sonrisa imaginaria al otro lado de un pasillo sagrado y la niña de cabello negro caminando a tu lado.

No te quedará más que la dulce sospecha de la imagen que ahora desconoces. De rebasar lo onírico, te propondría servir Chianti o Beaujolais, que aparezca el taciturno violonchelo y acompañe a los violines que erigirán nuestro deleite.
El inquieto anhelo de que me extiendas la mano, un único piano que nos hable de Italia y ser el objeto de tantas miradas. Sentirías, por fin, el tejido níveo por debajo de los dedos; hermosos lienzos blanquecinos que apenas rozan la madera bajo las pisadas. Me mirarías cierta y sin miedo; desde ese día y para siempre.

Diez meses... ¿Y si fuera verdad?

-Música: Playing Love, cortesía de Ennio Morricone

domingo, 6 de junio de 2010

Rayuela

Ándale, sigue con tu perfecta escritura y rompe mis esquemas y aburridas lecturas. Ahora son viejas y no tengo más ganas de volverlas a tocar. Búrlate de mi inexperiencia, del limitado vocabulario y de las tantísimas referencias que jamás comprenderé. Continúa presumiéndome la impecable prosa que emana de una línea a otra; excelso fluido de tus insensatas imágenes, abrazante torrente de irrealidades tan tuyas pero que ahora comienzo a considerar mías. Recuérdame París, hazme extrañar los puentes, imaginarlos riendo como locos empapados bajo la lluvia y antojarme las calles a las que volveré muy pronto.
Pasado el extrañamiento del setenta y tres, me llevaste a devorar el capítulo uno y ahora seguiré con el dos. El tablero de dirección me dice que luego habré de continuar con el ciento dieciséis. Pasada la extrañeza, me concentraré en el deleite de tu lectura; paradisiaca, hilarante, que me provoca tantas ganas de seguir y desordenar las páginas pautadas por los desconocidos caracteres que, sin embargo, muy pronto me harán volver a escribir.

sábado, 29 de mayo de 2010

Culpa

Hoy es conocida como ‘la que dejó de leer’.
Lo que antes eran meses de ininterrumpidos cambios de página, ahora son esporádicos encuentros de 15 ó 20 minutos al día. A veces intenta darse un gusto media hora a la semana. Otras ocasiones, en cambio, no hay tiempo de nada.
–Mírala, pobrecilla. Ahora lee sobre las leyes de la relatividad y los robots del futuro. De lo que más le gusta, ni sus luces.

Eso dicen quienes las conocieron.
Continuamente piensa en Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, en el cuaderno dorado de Anna, en la María de Juan Pablo Castel y en el riuseñor desangrado por una rosa roja. Los extraña y ansiaría que volvieran a hablarle.
Lo malo es que, ‘la que dejó de leer’, ahora tiene una triste enfermedad: pasa los ojos sobre unos cuántos párrafos y los párpados se le cierran. Sueño, cansancio, horas en el tráfico que acaban con ella.
‘La que dejó de leer’ ahora piensa nostálgica en los días en cama y millones de letras flotándole encima. Mira el librero y recuerda las veces que ha llorado y reído con uno que otro compendio de escritura. Extraña las vidas de otros.
‘La que dejó de leer’ se propone cambiarse el nombre. Optará por ‘la que se la pasa feliz leyendo’. Sí, eso quiere: Regresar a la vieja vida de enajenamiento lecturoso. Sí, lecturoso. Tomar unas cuantas compañías prestadas y convertir la irrealidad en certeza. Lo hará, sí que lo hará. Se le dejarán de oscurecer las páginas y todo, algún día, será como antes.

sábado, 22 de mayo de 2010

Marriage bath

Ella se llamará Valentina.
¿Puedes verla? Corriendo por todo el departamento por haberse adjudicado un juguete que Anna está indispuesta a compartir. Yo gritando que cuidado y que se pueden tropezar. Tú, de intermediario como siempre, entre una y otra para intentar dialogar con ellas. Para cuando llegue hasta el cuadrilátero, la hermana mayor correrá hacia mi para acusar a los responsables de su próximo llanto.
Valentina se quedará contigo. La cargarás hasta que su cabeza llegue hasta tu hombro izquierdo y le besarás el cabello suavemente perfumado. Llorará hasta que tus caricias la calmen y se asome un rastro de rubor en las delicadas mejillas.
Ya en la recámara, la sentarás sobre una mesita donde le acomodarás la blusa blanca de cuello de tortuga, adornarás –con un cinturón– el pequeño pantalón de pana color caqui y le amarrarás las agujetas de los tenis rojos que tanto le gustan y le compraste en secreto un día que salieron solos a pasear por ahí.
Cuando salgan del cuarto, Anna y yo ya estaremos esperándolos frente a la puerta. También la llevaré en los brazos. Las maletas aguardarán en el taxi, afuera del edificio, y el San Bernardo agachará la cabeza mirándote con cara de reproche. Mientras me sonríes y me besas para indicarme que crucemos la puerta, Valentina sacará la lengua frente a Anna.

Llegando a Boston, saldremos a caminar por el parque más cercano al One Avenue de Lafayette. Mientras me abrazas y me recargo sobre ti, Valentina tomará la mano de Anna y se alejarán corriendo hacia un grupo de palomas desconfiadas. Reirán tanto o más que nosotros.
Horas después, en el 301 Massachusetts Avenue, nos esperará una mesa sólo para nosotros. Así lo habrás decidido y me harás más feliz que nunca. Mientras llenas dos copas de cristal con un poco de Chianti, daré un par de uvas a Anna y otras dos a Valentina.
Habrán de observarlo con la misma reverencia que nosotros. Él seguirá sonriendo a sus músicos detrás de la barba blanca y con las mangas del impecable esmoquin negro en movimiento mientras eleva las manos por el aire. Valentina aplaudirá emocionada cuando distinga el sonido de un hada que se desplaza, traviesa, al compás de un tintineo de magia y ensoñación. Feliz, le acariciarás el cabello y preguntarás:
–¿Te gusta?
–Sí, papi.

Será la mejor velada de todas. Cuando nos miremos, sonrientes y con los ojos enrojecidos, habrá un único pensamiento entre nosotros: “Jamás habrá una noche más maravillosa que ésta”.

-Música: Marriage Bath, cortesía de Jan A.P. Kaczmarek

miércoles, 19 de mayo de 2010

VII.

¿Que cómo se dice ‘adiós’? Pues así como se escucha: “Adiós”.
Generalmente todo inicia con un escenario en donde uno de los futuros descorazonados propone una solución que el otro, casi siempre, acepta. La causas varían pero en muchas ocasiones obedecen a que se esté de acuerdo con lo sugerido, a que se tema perder la dignidad o a que sea un reverendo idiota que no se de cuenta de lo que está punto de perder.
Luego hay un valiente que da el primer paso para alejarse. [en realidad no sé si siempre aplique ese adjetivo. Yo casi siempre soy la que se va, pero por cobarde y porque necesito irme a llorar a donde nadie pueda verme]
El otro, en cambio, se queda a pensar o simplemente a esperar a que una figura –ahora distante– desaparezca o cuelgue el teléfono.
Y así se acaba todo; los días, los años o lo que se haya tenido la suerte de compartir con alguien.
Después el extrañar y despertar con mañanas vacías. Más tarde –a veces mucho más tarde–, el olvido. Pero eso es otra cosa.

Nunca pongo imágenes en el blog, pero siempre he pensado que esta obra de Remedios Varo sintetiza todas las sensaciones de los adioses que he vivido. Así que aquí está.

martes, 18 de mayo de 2010

VI.

Habrá que olvidarse de la posibilidad. Fue ella, y sólo ella, quien eligió la renuncia, el conformarse con las noches de música y el razonamiento sobre el porvenir por encima de la totalidad.
Nunca dejarán de hablar de la vida juntos, pero sólo lo harán como una triste suposición de lo que nunca será y como un ideal dolorosamente lejano y ausente. Les bastarán las sonrisas ocasionales, las fantasías irrealizables y la contemplación de circunferencias brillantes que ella jamás lucirá en el dedo anular de la mano izquierda.
En una mañana común, ella admirará a una desconocida. La odiará por el atrevimiento que ella desearía tener. Se odiará por no ser como ella y se culpará por el miedo; ese maldito miedo de siempre.

jueves, 13 de mayo de 2010

Mejor prevenir...

Hace casi dos meses desde aquella terrible ocasión en que sentí que moriría a bordo de un avión. Una noche antes del feliz evento, discutí con mi madre y decidió no dirigirme la palabra al día siguiente. Siempre que salgo de la casa –y en especial cuando me trepo a una nave voladora– me pone una medalla en el cuello y me da un recuadro con una virgen para llevarla en la bolsa. Ese día, en cambio, nada.
Antes de irme –ya en el aeropuerto– le mandé un mensaje que decía más o menos lo siguiente: “Deberías de despedirte de mi. Qué tal que en el avión va un terrorista y me muero”. Entonces sonó el teléfono y, como si nada hubiera pasado, me deseó un próspero viaje.
Dos o tres horas después faltaba poco para aterrizar. Desde la cabina del señor piloto, un potencial rival de James Earl Jones anunció: “Damas y caballeros, les rogamos abrochen sus cinturones y reclinen el respaldo de su asiento. Estamos próximos a iniciar nuestro descenso”.
Unos cinco segundos después, estaba –en silencio, claro– despidiéndome de mi madre, mi padre, mi hermana, mi novio, mis amigas, mi jovencísima carrera como redactora, mis buenas y malas experiencias y pidiéndole a Cristo Rey que, cuando el avión tocara el piso y estallara, yo no sintiera nada de nada.
Todo empezó con un ruido en los motores; como cuando se pisa el acelerador de un coche y no se cambia la velocidad. Luego unas luces blancas que parpadeaban en las alas. Luego otro acelerón. Luego caemos, así, como si el avión del demonio se hubiera quedado sin frenos y yo sin serenidad. Lo último que pensé fue: “Al primero grito histérico de una señora, ya valió madres”.
Y no, claro que no nos estrellamos. En lugar de eso, le eché la culpa a la ausencia de la medalla y al recuadro de la virgen.

Ya estoy lista para el próximo despegue. Creo que llevo todo lo necesario en la maleta, dinero y pasaporte en la bolsa y el gran toque final: como aprendí la lección de aquella fatídica noche de marzo, ya tengo la medalla de oro en el cuello y no faltará la tablilla de madera en la bolsa mientras intento dormir. Qué risa.

lunes, 10 de mayo de 2010

Posibilidad

Resulta que sí es posible viajar en el tiempo. Revelaría detalles, pero debo guardármelos para el trabajo.

¿A dónde iría, pues, si pudiera regresar al pasado? ¿Corregir errores que me fragmentaron el alma o revivir el éxtasis de las sonrisas por instantes felices?

Nada que pensar, elegiré lo segundo. Aquí mis diez razones para volver al ayer.

  1. Observarla recostada en un rincón. Llevármela a casa. Tenerla conmigo durante años y jugar a que no la perderé jamás.
  2. Mirar el reloj esperando saber si será niño o niña. Luego cargarla por las tardes; cantarle todas las canciones que me vienen a la mente para verla dormir.
  3. Contemplarla desde un transporte parisino que se pasea por encima del Sena. Sentir el delicioso escalofrío de no creerla cierta. 
  4. Comida china en una casa en la calle de Duna. Flores rojas flotando en una tina de mármol. Recordarlo ocho años después.
  5. Tomarse de las manos con ‘olincos’ que se despiden de la vida como la conocían hasta entonces. Desear que el ciclo hubiera durado un poco más. 
  6. Sentirse en el camino correcto. Una mujer de ojos verdes que lo confirme. Más de cuatro años de pasión filosófica. Jugar con la escritura. Crecer.
  7. Pasar la noche en Boston. Escuchar su música, tomar vino tinto, gozar de la experiencia estética. Callarme un secreto que nadie nunca conocerá.
  8. Inventarme canciones para reír durante horas. Jugar como niños. La mirada cómplice. El amor. Dormir durante horas.
  9. Vista al paraíso. Lucir como la más hermosa de las mujeres. Cenar desde las alturas. Perderse en la sublime iluminación de sus calles lejanas.
  10. Leerse como lo harán los demás. Desvelo fantástico. Escapar a fumar para encontrar inspiración. Volcar las ideas en el golpeteo del teclado.

lunes, 3 de mayo de 2010

Instrucciones para perder la paciencia en una tarde cualquiera



Pequeñas aclaraciones para leer este post:

PL = Pinche Loca
PM = Pinche malagradecida

I.
Saliendo de la farmacia, veo a PL caminando por una banqueta. Atrás de ella, una niña hermosa –como de dos años– corre horrorizada:
–¡Mami! ¡Mami!

Y PL responde:
–Ah pero andabas muy payasita, ¿no?

La niña, aún asustada porque PL amenazó con dejarla abandonada a media calle, sigue llorando. Por una terrible casualidad del destino, camino unos pasos atrás de ellas. Medio minuto más tarde, PL vuelve a perder un tornillo y se detiene. Jaloneando a su hija del brazo izquierdo, dice:
–¿Sabes qué? ¡Olvídalo! Mejor regreso mañana que no estés tú. Sí, mejor vengo mañana sin ti porque ve nada más como arruinas las cosas.
–¡No, mami! ¡Por favor, mami!

La niña sigue llorando y PL se la lleva jalando del brazo por toda la banqueta. Para bien o para mal, me mordí la lengua, caminé hacia la tienda más cercana y me aguanté las ganas de jalonear a PL y recordarle que no estaba tratando con una PL igual que ella sino con una niña que –se supone– debía cuidar y amar como a nada en el mundo.

II.
Saliendo de la tienda más cercana, veo a PM sentada a mi izquierda. Como yo, espera que el valet traiga su coche. Cuando un señor de bigote desciende de un auto color plata, PM solicita:
–Ay, pero ¿me abre la cajuela P-O-R-F-A?

El señor, amablemente, lo hace. Tan pronto como PM se acerca, exclama:
–Ay pero ¿me puede quitar esa ropa P-O-R-F-A?

El señor, sin perder la calma, saca del compartimiento varias camisas de tintorería, ayuda a PM a meter sus compras y luego, con cuidado, reacomoda la ropa recién planchada. Entonces PM se aleja, el hombre cierra la cajuela y espera pacientemente. Cuando PM se da cuenta ‘de que algo se le estaba olvidando’ entrega el boleto del valet, se sube a su coche y se larga. De las 'gracias' y la propina, nada.