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jueves, 24 de diciembre de 2009

Día 8

Pues nada; que me voy de Italia y que tengo el corazón roto.
Nunca tomé café como los italianos: de pie y en lo que en México se conoce como ‘de entrada por salida’. Pero sí conocí a las mujeres ‘nice’ (abrigo de Mink y bolsita Louis Vuitton en mano) que recorren la ciudad en bicicleta, me impresioné por las habilidades de los italianos para manejar por los callejones (sin atropellar a nadie, desesperarse o raspar sus coches) y probé el mejor spaghetti al pomodoro que podría imaginar.
Hoy me despedí del Palazzo Vecchio, me compré uno de los cantos del Inferno de Dante y fui por una última comida a la que para mi es la mejor Trattoria de Florencia.
Ahora, a tomar un avión para Amsterdam.
Mientras llega la cuenta, me pongo espantosamente cursi y me digo: Siempre me quedará Italia.

Día 7

Recorrí sus puentes sintiéndome extasiada por tanta belleza. Caminé durante seis o siete horas y no podía dejar de mirarla; de perderme en sus calles viejas, estrechas y con las banquetas cubiertas de nieve.
Me tomé muchas fotos, pagué varios euros por entrar a los museos más famosas de la zona y me quedé parada un rato frente a las tumbas de Galileo, Miguel Angel y Machiavello.
También me di tiempo para extrañar; para pensar en todas las personas que me encantaría que estuvieran conmigo.
Mañana, a ver El David. Hoy, a emborracharme con el vino que compré frente a Baptisterio en que bautizaron a Dante.

Día 6

Por fin llegué al Duomo. Abandoné las ganas del ver al Papa en El Vaticano y preferí despertarme tarde para tomar el tren hasta Florencia. Antes, cabe recordar, me tomé como 30 fotos frente al Coliseo.
Una vez en la ciudad natal de Alighieri, me perdí. Recorrí dos cuadras que no debí haber caminado. Con dos maletas (¿40 kilos entre ambas?), una bolsa de mano y nieve sobre las banquetas, no fue tarea fácil.
Luego Santa Maria Novella. Para variar, hermosa y toda cubierta por una ligera capa de hielo.
Cuando llegué a Santa Maria del Fiore, no podía cerrar la boca. Brunelleschi lo había conseguido: en ese momento le declaré mi amor a Italia.
Luego el Palazzo Vecchio. Me quedé mirándolo durante más de 10 minutos. Pensé en Hannibal y en el inspector Pazzi. Luego silencio. Estaba –yo creo– en lo que L. me enseñó a nombrar como experiencia estética.
Después me fui a dormir; pero sólo porque Florencia también cierra los ojos temprano.

Día 5

Me despedí de Roma a bordo del taxi de un hombre sonriente y amable que se llamaba Gianni. Cuando bajé del auto, me dijo que, en español, su nombre quería decir 'Juanito' y me movió la mano diciendo arrivederci.
Luego buscar el tren, una loca que cobró 5 euros por cargarme las maletas sin que se lo pidiera (le deseo una amarga navidad) y luego canalizar el enojo escribiendo.
Mejor olvido el pequeño incidente y pienso en Florencia.