domingo, 9 de octubre de 2011

Armadura

Escucha la voz marchita con cada ojeada que destina al espejo. ¿A quién pertenece la imagen reflejada? A otra que ya no existe. Enfrenta las arrugas a cada lado de los ojos, bajorrelieves tallados sobre la superficie morena y mal cubierta con polvo translúcido. Apenas mueve los labios, no logra que formen una curvatura para emular una sonrisa; sufre. Contempla su anatomía falseada y, aunque por instantes se siente complacida con ella, también extraña la silueta que fue distorsionada.
Ellos no la notan ‘como antes’. Se divierten platicando con la chica sin maquillaje, sin inyecciones semanales de botox en la frente y sin protuberancias que alimenten sus fantasías. Le ‘conceden’ su atención porque no pasa de los 25. A ella, en cambio –sombra que se aferra a la triste belleza que se le escapa– han dejado de mirarla. Dejó que los fantasmas la hicieran temer el transcurrir del tiempo y quiso borrar las huellas de su cuerpo. Se observa y se desprecia; se transforma en una más de las figuras que vuelcan sus años presentes en la búsqueda de lo irremediablemente perdido. Infortunada efigie de la melancolía, siempre deseante de lo que ya no volverá y sin embargo destinada a continuar presa de una armadura que envejece y algún día morirá.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

XVIII.

La memoria subsiste gracias a las imágenes. Él o ella sonriendo detrás del cristal y enmarcados en madera sobre la esquina del buró. El otro con los brazos alrededor de ti, besándote, recargando su cabeza en tu hombro. Ya sabes de lo que hablo.
Para mutilar el arsenal de recuerdos, el impulso de un amnésico en gestación es deshacerse del retrato de aquellos rostros sonrientes. Es, piensa, un boleto asegurado –y sin escalas– con destino al olvido. Sin embargo, las letras resisten, y eso quizá nadie lo considera importante.
La palabra es una de las muchas articulaciones del pasado. Es la voz de una vivencia desatendida o ignorada. Se le menosprecia y pasa por alto porque se emplea en la cotidianidad. Las letras tienen el potencial de ejercer un daño mortal en aquel que busca dejar de ser un memorioso: le obligan a revivir el instante en que fueron escritas, le devuelven la emoción perdida y una que otra sonrisa que desaparecerá con el desencuentro de saberse en un momento diferente de aquél que quedó registrado en el papel. Un puñado de letras sin borrar conlleva el riesgo de ser reencontrado, de dejar al descubierto los juegos de ayer, el amor de siempre. Integra capítulos intactos. Conforma los restos de él y de ella.

Encontré los vestigios de un par de patos. Y es que claro: jamás se me ocurrió borrar los mails. En esas ridículas composiciones plagadas de faltas de redacción y ortografía, los patos cantaban, reían; todo seguía intacto. Él también se emocionó de recordar que aquellos fantasmas existían. Recordamos durante un par de horas, él desde su nueva oficina y yo desde un panorama muy distinto a aquel en el que me encontraba cuando le escribía mensajes cursis cuando llegaba a mi trabajo.

viernes, 23 de septiembre de 2011

XVII.

Seré franca: creo en Dios (mi madre no deja de intentar hacerme devota de la Vírgen María), en el destino y en que todo lo malo que se haga en la vida, se paga. Lo que no creo, bajo ninguna circunstancia, es el que mundo se vaya a terminar en 2012. Más allá de esto, si el fin de la planeta fuera inevitable ¡¿qué caso tiene sentir miedo y ‘tomar medidas’ ridículas como construir búnkers bajo tierra?! Hasta el momento, hay quienes dicen que podríamos morir a ‘manos’ de tormentas solares, terremotos, tsunamis y erupciones de supervolcanes (por mencionar algunos). Entonces, pequeños terrícolas que creen que pueden sobrevivir a lo que Juan enunció en el Apocalipsis, ¿¡en serio piensan que tiene sentido cultivar sus propios alimentos y trasladarse a una selva para ‘salvarse’!? ¿¡no les parece que, si la Tierra se desgarra o derrite, sus sembradíos, aislamiento y vestimenta hippie van a valer sorbete!? O ¿qué sucedería si 'chocáramos' con el supuesto planeta X? Ahora resulta que se sale ileso de las colisiones ocurridas en el espacio (para cualquier duda, favor de recordar el meteorito que cayó allá por Yucatán hace 65 millones de años o comprar un boleto redondo al cielo de los dinosaurios).
No se va a acabar el mundo. Punto. Y, si se acaba, o es inevitable o ni cuenta nos vamos a dar. ¿Cuál es, entonces, el problema? En todo caso, si nos carga el payaso, ojalá que sea un desenlace digno de una película de ciencia ficción, que todo extraterrestre se sienta tentado a llevar la muerte del planeta verde-azul a su propia pantalla grande (esto es broma, tampoco creo en los extraterrestres). Por mi parte, espero que sea el encuentro con un agujero negro, ser devorados por él, que la Tierra se desintegre poco a poco, que no queden rastros de nuestra luz, de nuestra existencia... Que después de todo, no quede nada.

jueves, 25 de agosto de 2011

XVI.

Que ganas de aferrarme los brazos de Eolo, de ser inmune a las inclemencias gravitacionales y emprender un viaje hasta el único cuerpo planetario en el que llueven diamantes. Si así fuera en la Tierra, el oscurecimiento del cielo dejaría de ser temido y la inundación de una vialidad –con potencial de trastornarse más que La Autopista del Sur– dejaría de ser una preocupación para los ciudadanos. Todos los paraguas estarían diseñados para resistir granizo que, en la escala de dureza de Mohs, llegaría al nivel diez. Sombrillas blindadas y una sinfonía de gemas brillantes azotando sus superficies. El objeto de deseo degradado, el fin de Tiffany & Co. como lo conocemos y de las tan tradicionales pedidas de mano.
Qué ansias de dejarme envolver por un viento que viaje 80 veces más rápido que las ráfagas tropicales terrestres y caer en lo profundo de uno de los cráteres de Hiperión. Amarrarme a la cintura un hilo invisible que me mantuviera atada al eje de rotación del satélite y correr por la superficie porosa de la única luna en la que las jornadas pueden durar 12, 26, 35 o 68 horas. Desconocimiento del día y la noche: el método infalible para hallar nuevas formar de dormir. Confeccionar el único calendario que no podría venderse en tiendas de autoservicio porque jamás estaría suficientemente terminado.
Qué deseos tan grandes de volver el tiempo atrás, a bordo de una nave que viaje más rápido que la luz –o a través un agujero de gusano en el techo de mi cuarto– para llorar ante la descomposición de los 318 huesos del tiranosaurio que dio fin a una era bajo una lluvia de ácido sulfúrico. Traería de vuelta un daguerrotipo para inmortalizar al último cuello largo que se alimentó de las copas de los árboles. Valor de 65 millones de años garantizado. Sería inmune a los terremotos, incendios y al hollín que le tapó la vista al Sol y cubrió al globo de una noche perpetua. Luego treparía a un pterodáctilo que hiciera escala en los 27 kilómetros de altura del Olimpo marciano y volvería a casa para decorar mi estudio con sus alas fosilizadas y cubiertas de polvo estelar.

lunes, 22 de agosto de 2011

Lolita

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”

Caí en tu hechizo, Lolita, cuando se desdibujó la línea de la perversión y me atrapó el arte. Te observé, a través de la distorsionada mirada de Humbert Humbert, y me sentí igualmente obsesionada por la esencia de nínfula que desprendías ahí tirada en el pasto y con esa paleta en la boca. Esa piel, Lolita, que a Humbert Humbert le resultaba tan distinta de las carnes rancias de las mujeres adultas, también me cautivó. Te vi caminando tan seductora –la culpa será de Nabokov– y mordiendo esa manzana para despertar el deseo en el narrador de tan maravillosa novela y hasta te creí la única responsable de tu propio sofoco en las noches en que fuiste presa de su lujuria en algún hotel de paso. Y también, he de confesarlo querida Lolita, sentí ganas de rodear tu garganta con las manos y apretar hasta inmovilizarte, de arrancar el último de tus alientos para calmar esa desesperada necesidad de Humbert por saberte a su lado –segura e intacta– hasta el fin de sus días.

Y es que Lolita es obsesión y crimen, es el relato de las perversiones de un hombre de más de cuarenta años que encuentra el modo de acostarse con una niña de doce. Maldito enfermo, dirían algunos. Yo digo: estética, porque a pesar de ‘las barbaridades’ narradas, Nabokov recubre la novela de literatura y quien ansiosamente pasa los ojos por las 380 páginas del libro no siente asco ni condena. Hasta pareciera una historia de amor: la de Humbert Humbert y su Lolita.

En Efectos Personales, Juan Villoro escribió que “Lolita llegó a la mayoría de los lectores precedida por el escándalo. Graham Greene afirmó que si la novela era un delito estaba dispuesto a ir a la cárcel por ella; el pueblo de Lolita, Texas, discutió la posibilidad de cambiar su nombre por el de Jackson; Groucho Marx comentó que leería el libro seis años después, cuando Lolita cumpliera los permisivos dieciocho”. Y es que Lolita no es pornografía, sino una ininterrumpida serie de imágenes que permiten que el lector se sienta hipnotizado por la historia. A pesar de su depravación, Nabokov logra que su personaje despierte empatía, que el límite entre verdugo y víctima se vuelva difuso. De ahí la compenetración que incluso puede sentirse con el miserable Humbert. “El mismo testigo que condena al ciudadano Humbert, exonera al autobiógrafo”, dice Villoro.

Humbert Humbert convierte a los testigos de su desgracia en jurados. Desde el banquillo de los acusados, detalla sus tormentos y fechorías intentando justificar el delito que lo enviará a la cárcel: el asesinato de Quilty, dramaturgo que ayuda a escapar a Lolita y la aleja para siempre de su lado. Y es que Lolita no sólo seduce a Humbert, sino a todo aquél que la conoce a través de él. Hacia el final de la novela, cuando él le pide que camine hasta el auto y renuncie a la vida que tiene para iniciar una nueva junto a él, quien acompaña a Humbert en su desgarradora súplica también siente su infinito dolor y asume lo insoportable que resulta la vida sin ella.

La novela concluye diciendo: “Pienso en bisontes y ángeles, en el secretos de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.”. Entonces el lector agradece que aquellas líneas sean el desesperado intento de Humbert Humbert por eternizar al amor de sus amores, agradece el arquetipo de una niña seductora chupando una paleta y espiando por encima de unos lentes de sol, agradece el significado que, desde entonces, encontrará en las tres sílabas que conforman el nombre de Lolita.

jueves, 18 de agosto de 2011

The Facebook Factory Inc.

Te damos la bienvenida a la primera red social en llevarse el mérito al elogio de la mentira. Aunque de ningún modo se cuestiona su capacidad para entretener al ocioso o calmar las ansias del voyeurista, exhibicionista y psycho killer (no hay que hacernos güeyes, todos hemos espiado, alguna vez, la cuenta de un ‘ex’) que todos llevamos dentro, la más comercial de las creaciones de un hijo de Abraham en la Tierra es la factoría de las máscaras virtuales. Es decir, mientras que la web surgió como una herramienta y las redes sociales –dirían algunos– para posibilitar una nueva forma de interacción, en conjunto, pareciera que han institucionalizado la más perfecta fábrica de identidades.

En The Facebook Factory Inc. se expiden personalidades a la medida. ¿Quieres ser ‘cool’ y ‘siempre listo para la fiesta’? Sube todas –todas, todas– las fotografías de tu compostura ahogada en un vaso (o botella) de vodka y tu credencial de ‘I’m a party boy/girl’ estará en un dos por tres. Anúnciale a la civilización que podrías pasar tus tardes en un bar de lunes a domingo. Ríete de tus ridiculeces y pregúntale a tus cuates ‘¿pa’ cuándo se repite?’.

¿Quieres ganarte la medalla al ‘viajero del año’? Etiqueta todas tus imágenes con los lugares que visitaste. No importa que ni siquiera tengas idea de cómo se escriben los nombres de las ciudades por las que v-i-a-j-a-s-t-e. Que se escuchen fanfarrias cuando tus ‘amigos’ (seguramente los 800 que tienes listados irían a tu funeral si mañana te atropella un pesero) lean cuáles fueron los sitios que inmortalizaste con el click del obturador y se mueran de envidia del vino europeo que bebiste sintiéndote catador francés.

¿Quieres que un productor te contrate como protagonista de su próxima telenovela? Pídele a tu distribuidor de disfraces de Halloween que le corte un poquito más de tela al atuendo para que todos puedan ver esa espalda que tanto te chulean en el trabajo o ese escote que tanto chiflido de albañil ha levantado en la calle. Antes de que te capte la lente, pon tu mejor sonrisa, acomódate el cabello, pídele a quien te tome la foto que te muestre la cámara 40 veces para que ‘cuando subas la imagen’ parezca que saliste radiante desde la primera toma.

The Facebook Factory Inc. también es la industria de la felicidad y de la mala ortografía –pOr eZo HaY qUiEn aMa EzKriVir AzI: cOmO sI tUvIeRa ReTrAZo mEnTaL– y sus aplicaciones la erigen como el fabricante número uno de olvido y desahogo. ¿Tu novio te rompió el corazón? Corre a cambiar tu ‘estado civil’. No vaya él a ganarte y avengonzarte frente a tus 800 a-m-i-g-o-s. ¿Tu 'hermano del alma' se quiso pasar de listo? ¿Lo viste manoseando a tu novia en una de las fotos de la última borrachera? Bórralo de tu lista de best friends. ¿Ese inmoral que te rompió el corazón prescindió de tu ‘amistad’? Compra un libro de filosofía barata y cita una de sus líneas en tu status. Quéjate, desángrate virtualmente y ruégale al señor que tus 800 incondicionales estén ahí para echarte porras y poner ‘like’ a esa frase de autoayuda que tanto trabajo te costó escribir. Aprovéchate de la única terapia gratuita que te hace sentir mejor borrando las imágenes de aquel/aquella que tanto te hizo sufrir.

En The Facebook Factory Inc. es muy simple crear ‘el retrato perfecto’. No hay fotografía de perfil que muestre ‘el lado oscuro’ del dueño de la cuenta. Quien salga en una postura inconveniente debe culpar sólo al ‘amigo’ que quiso ridiculizarlo difundiendo su imagen descompuesta de una noche de copas y una noche loca. Lo mejor del caso –y le pese a quien le pese– es que esta fábrica también está al servicio de quien decide ‘no ser de esos que abren una cuenta’. Les da la oportunidad de mantenerse en su papel de ‘intelectuales’, ‘gente seria’, 'fanfarrones' –ah, no, perdón, eso no– o (inserte el adjetivo que más le convenga aquí). Les permite diferenciarse y que los demás –que sí somos parte de la masa esclavizada– los notemos y roguemos su amable integración.

Zuckerberg tuvo razón cuando dijo que The Facebook Factory Inc. es exitosa porque permite lo que ninguna otra red social. Es un establecimiento dotado de una maquinaria única: posee tela, hilo y tijeras –todo virtual, claro– para confeccionar cualquier disfraz que la realidad imposibilitaría. Es una instalación dedicada a la realización del deseo. Es dulce alivio. Es un espejo de lo que escondemos bajo la piel.

domingo, 7 de agosto de 2011

Al escritor

Se me hace que tiene el torrente sanguíneo infestado de letras, que el flujo de sangre que le inunda el cerebro y le permite escribir, está plagado de caracteres poéticamente dispuestos para su posterior propagación en la hoja de procesador de texto con garantía de manzana estadounidense dispuesta sobre el monitor. No le llamaré novelista, cronista o soberbio cacique de la columna. Para mí basta con decirle ESCRITOR. Le dejo de leer por meses, le olvido, quizá hasta lo traiciono un poco pensando que hay otros mejores que él. Luego, el deleitoso reencuentro, la inmersión abrasadora en ese piélago de audaces composiciones que me hacen reír frente a la pantalla o pensar: “carajo, que alguien me explique cómo haces para escribir tan bien”.
Se me hace que tiene el pensamiento permanentemente empapado de tinta, de ideas que adquieren un nuevo sentido cuando las transforma y retoca con su tan característico humor. Se me hace que sus brazos son como ramas, metafóricamente cortorsionados como imágenes que luego lleva a un papel virtual para seducir a quien posa su mirada en sus palabras. ‘Palabras’, ‘palabras’, que nos colmen tus palabras, querido J., que nos inundes de tus imágenes líricas, que nos colmes de tu escritura para que nos inunde la crítica, que caigan los velos, que se nos eleve el juicio. Quizá las puntas de sus dedos en realidad sean plumas fuente cubiertas de una falsa piel, quizá escribe aún mientras duerme y así afina sin descanso esa indiscutible y envidiable sensibilidad de narrador.