lunes, 22 de agosto de 2011

Lolita

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, cuando estaba derecha, con su metro cuarenta y ocho de estatura, sobre un pie enfundado en un calcetín. Era Lola cuando llevaba puestos los pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos fue siempre Lolita”

Caí en tu hechizo, Lolita, cuando se desdibujó la línea de la perversión y me atrapó el arte. Te observé, a través de la distorsionada mirada de Humbert Humbert, y me sentí igualmente obsesionada por la esencia de nínfula que desprendías ahí tirada en el pasto y con esa paleta en la boca. Esa piel, Lolita, que a Humbert Humbert le resultaba tan distinta de las carnes rancias de las mujeres adultas, también me cautivó. Te vi caminando tan seductora –la culpa será de Nabokov– y mordiendo esa manzana para despertar el deseo en el narrador de tan maravillosa novela y hasta te creí la única responsable de tu propio sofoco en las noches en que fuiste presa de su lujuria en algún hotel de paso. Y también, he de confesarlo querida Lolita, sentí ganas de rodear tu garganta con las manos y apretar hasta inmovilizarte, de arrancar el último de tus alientos para calmar esa desesperada necesidad de Humbert por saberte a su lado –segura e intacta– hasta el fin de sus días.

Y es que Lolita es obsesión y crimen, es el relato de las perversiones de un hombre de más de cuarenta años que encuentra el modo de acostarse con una niña de doce. Maldito enfermo, dirían algunos. Yo digo: estética, porque a pesar de ‘las barbaridades’ narradas, Nabokov recubre la novela de literatura y quien ansiosamente pasa los ojos por las 380 páginas del libro no siente asco ni condena. Hasta pareciera una historia de amor: la de Humbert Humbert y su Lolita.

En Efectos Personales, Juan Villoro escribió que “Lolita llegó a la mayoría de los lectores precedida por el escándalo. Graham Greene afirmó que si la novela era un delito estaba dispuesto a ir a la cárcel por ella; el pueblo de Lolita, Texas, discutió la posibilidad de cambiar su nombre por el de Jackson; Groucho Marx comentó que leería el libro seis años después, cuando Lolita cumpliera los permisivos dieciocho”. Y es que Lolita no es pornografía, sino una ininterrumpida serie de imágenes que permiten que el lector se sienta hipnotizado por la historia. A pesar de su depravación, Nabokov logra que su personaje despierte empatía, que el límite entre verdugo y víctima se vuelva difuso. De ahí la compenetración que incluso puede sentirse con el miserable Humbert. “El mismo testigo que condena al ciudadano Humbert, exonera al autobiógrafo”, dice Villoro.

Humbert Humbert convierte a los testigos de su desgracia en jurados. Desde el banquillo de los acusados, detalla sus tormentos y fechorías intentando justificar el delito que lo enviará a la cárcel: el asesinato de Quilty, dramaturgo que ayuda a escapar a Lolita y la aleja para siempre de su lado. Y es que Lolita no sólo seduce a Humbert, sino a todo aquél que la conoce a través de él. Hacia el final de la novela, cuando él le pide que camine hasta el auto y renuncie a la vida que tiene para iniciar una nueva junto a él, quien acompaña a Humbert en su desgarradora súplica también siente su infinito dolor y asume lo insoportable que resulta la vida sin ella.

La novela concluye diciendo: “Pienso en bisontes y ángeles, en el secretos de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.”. Entonces el lector agradece que aquellas líneas sean el desesperado intento de Humbert Humbert por eternizar al amor de sus amores, agradece el arquetipo de una niña seductora chupando una paleta y espiando por encima de unos lentes de sol, agradece el significado que, desde entonces, encontrará en las tres sílabas que conforman el nombre de Lolita.

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