sábado, 9 de octubre de 2010

Desencuentros (II)

Es curioso: pocas sensaciones provocan tanta certidumbre como el principio de una pérdida. Hay muchos primeros encuentros. Imposible imaginar que un (inicial) desconocido podría luego convertirse en amante o hermano. El apego se crea con el tiempo. Erigido –pareciera– de manera innata. Un día se descubre que un otro resulta imprescindible. Y ya: se vive felizmente con ello.
El extravío en cambio, se percibe de inmediato. Claramente instituido en un desasosiego que se anuncia con notoriedad. Es palpable y manifiesto. Aparece en la triste mirada de ambos, en la entristecida voz al otro lado del teléfono y en la sombra de una caricia alterada y vacua. Es un inminente despertar ante lo inexistente de un ser que antes era certeza; ante el ineludible requisito de que habrá que aprender a subsistir sin él.

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