domingo, 31 de octubre de 2010

Los hombres grises

El tiempo –dice la RAE– proviene del latín (tempus) y es la duración de las cosas sujetas a mudanza. Mira nada más, definido como un segmento de discurso cuando lo que contiene es la crónica de un dependiente que llora para que le alimenten o cambien el pañal y luego se mira (¿incrédulo?) las canas y arrugas en el reflejo de algún coche estacionado junto a la banqueta.
El tiempo es esa cosa rara que se nos ausenta a penas se le percibe. Tramposo saltimbanqui que gusta de contorsionar con la vida. Presencia perpetua que exige la participación de los ciudadanos y no ciudadanos.
En Momo, Michael Ende inventó a los hombres grises. Eran conocedores de la ignorancia que los hombres tenían de su tiempo y por eso podían posesionarlos. Acechaban sin que se les notara. Al señor Fusi, el barbero, le obligaron a abrir una cuenta de ahorros del tiempo. Se beneficiaron de que, para él, el aprovechamiento de los periodos que le registraba el reloj consistían en ‘algo más’ que la espuma y las tijeras con que afeitaba a sus clientes o les cortaba el cabello. Él quería lujo como lo veía en las revistas. Quería libertad.
El hombre gris se bajó de un lujoso coche gris. Su cartera era gris y fumaba un cigarro gris. Tras calcular unas cifras en su libreta, convenció al señor Fusi de que dormir, dar tijeretazos, hacer las compras de la casa, sentarse a reflexionar junto a la cama y llevarle una flor diaria a la señorita Daria (que, por cierto, estaba en silla de ruedas) eran pura pérdida de tiempo. Asestó el golpe mortal cuando le anunció que la cifra de tiempo extraviado ascendía a 1,324,512,000 segundos. Entonces el señor Fusi aceptó el trato: acortar sus días para ahorrar tiempo presente y poder disponer de él en el futuro. No firmaron ningún contrato. No era necesario, dijo el hombre del bombín gris. A su salida, el auto gris desapareció. También –de la mente del barbero– el recuerdo del evento aquí descrito. Le quedó, sin embargo, la decisión de 'ahorrar' y a partir de entonces actuó en consecuencia. Comenzó a atender a sus clientes con mayor rapidez, envió una carta de despedida a la señorita Daria y se olvidó de reflexionar sobre su vida porque nunca más tuvo tiempo libre para hacerlo. Y así con tantos otros habitantes de la ciudad que habían sido visitados por el hombrecito de color gris.

Hay días que se me escapan con agilidad inexplicable. Antes –hace años– había tardes enteras para leer y pensar. Tenía horas y horas para ver películas y platicar con mis amigas. Disfrutaba de largos domingos con mi familia y de minutos eternos de aburrimiento en la escuela. Ahora abro los ojos, corro al gimnasio, corro a la casa, corro al trabajo, corro por el desayuno, corro a mi escritorio, corro por la comida, corro al escritorio, corro a mi casa y corro a dormir. En un día de buena suerte, después de la oficina, corro a ver a mis amigas. Presiento que alguien me ha robado los minutos que necesito para las amistades, la lectura y las tardes de cine. Presiento que me han estafado. Presiento que alguna vez fui visitada por los hombres grises y me borraron aquel capítulo de la memoria.
Pero ya los encontraré. Exigiré mi tiempo de vuelta. Buscaré por las calles, incesantemente, a los extraños personajes que viajan a bordo de automóviles grises, fuman cigarros grises y en la cabeza llevan un curioso sombrerito gris.

2 comentarios:

  1. Hay que recuperar ese tiempo...si no la vida se vuelve gris ¿no crees?....=)

    Y hablando del tiempo que se va...igual el año ya casi se fue...=)

    Saludos

    Oxscar

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  2. ¡Desaparece!
    ¿Ves? Casi se termina y uno ni en cuenta. Te digo que los hombrecitos cenicientos circulan por ahí pero nadie los recuerda.

    Saludos :)

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