domingo, 11 de abril de 2010

V.

Lo vio levantarse de su lado.
Sintió un estremecimiento en la espalda cuando se puso cada uno de los zapatos y notó cómo se le aceleraba el pulso cuando se guardó la cartera en la bolsa derecha del pantalón de mezclilla. Luego tomó las llaves, se puso la gorra y salió.
Se quedó esperando, deseando no escuchar las llaves de la puerta de vidrio. Bajó a mirar. Bajó dos escalones de color ladrillo y lo miró a los ojos verdes. Pensaba que con eso sería suficiente. Y no lo fue.
No dijo nada. Esta vez sólo escuchó. Sinsentido. Se dio la vuelta. Caminó de regreso. Se le veía fuerte y erguida. Por dentro, se sentía como un animal herido que a duras penas puede arrastrarse. Le pesaban los brazos, las manos; sentía el corazón encogido, un vacío en la garganta que descendía hasta la mitad del pecho.
La llave de color plata giró cuatro veces hacia la izquierda, como cada vez que debe bloquear la entrada. Al interior del cuerpo que se mantenía de pie, había un ‘algo’ fracturado. Se sentía agonizante, lacerado; en un total y absoluto abandono. Y de pronto, ahí mismo, casi se escuchó otro mecanismo que giraba al compás de la llave.
Uno, dos, tres, cuatro.
Otra puerta cerrada.

-Música: There's no place like home, cortesía de Michael Giacchino

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