martes, 5 de enero de 2010

That next place

–It’s hard to let go isn’t it?

–Oh yes it is, Bill.

–Well that’s life. What can I say?

Eso dijo Anthony Hopkins –en Meet Joe Black– cuando el personaje que interpreta termina de enseñarle –a la muerte– la vida. Y creo que sí, eso es la vida: un constante e inacabable ‘dejar ir’.

Siempre es difícil hablar de la muerte. Cuando no se le conoce o uno no se ve afectado por ella, se intenta analizarla pero siempre he pensado que no se le comprende del todo. En cambio, cuando se sufre, lo único que parece claro son las lágrimas que a uno le resbalan por la cara.

Hollywood no miente: sí parece que está dormida. Pero tiene todo el cuerpo frío. En un imbécil e ingenuo gesto de negación, la envolvemos en sus tradicionales cobijitas para que ‘no se enfríe demasiado’. Mientras tanto, lloramos. Nos acordamos de cuando era bebé y de cuando nos ladraba. Pensamos en las veces que nos hizo enojar, en cómo dormía con nosotros en las camas, en lo que le gustaba comer y en todas esas cosas que uno piensa cuando sufre una pérdida.

El reloj se vuelve un verdugo. No despierta y cada tortuoso segundo que pasa aumenta el terror de saber que se tendrá que salir con ella en brazos y entregarla a un desconocido que nos ayudará a ‘terminar con los trámites’ que este proceso siempre requiere.

Y el dolor sigue. Mirarla inmóvil traduce el miedo en certeza: nunca volverá a abrir los ojos y por más que se salga del cuarto y regrese, ella sigue igual. Mientras tanto, en uno se mantiene la negación, el deseo de pedirle que salga a correr al jardín o de cantarle canciones que la pongan contenta. Pero nada, sólo es un instante de debilidad que rápidamente se esfuma. Acto seguido, uno re-acepta y calla. Llora un poco y engaña su ansiedad ‘al pensar en otra cosa’. Y así indefinidamente.

“Se pierden personas, se pierden palabras. Muy pronto el hombre enmudece: ya no es capaz de decirse, mucho menos de decir su pérdida”, escribió S.B. en un bellísimo ensayo que inicia con la idea del tiempo, el dolor, la ausencia y la memoria. Yo enmudecí desde hace tres horas. Por eso, hoy utilizo palabras ajenas: las mías están profundamente silenciadas por la muerte. Hoy sólo pienso en mi tristeza y me he vuelto incapaz de nombrarla fuera de clichés y lugares comunes.

Ahora, nuevamente, silencio. 


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