martes, 12 de enero de 2010

En nombre del gym

Es toda una experiencia volver al gimnasio después de las vacaciones decembrinas.
Todos los asistentes traen (traemos, pues) una cara de culpa digna de un criminal merecedor de ser transferido a un penal de máxima seguridad. En esos ojos que develan los pecados de los infractores, asoman todos los atracones de platos fuertes, botanas, postres y tragos con los que todos nos confortamos durante las fiestas navideñas.
A bordo de las bicicletas (ahora vehículos redentores) las señoras sólo hablan del par de kilos que subieron y lo ansiosas que están por bajarlos. Quienes somos reservados y preferimos transcurrir nuestra estancia en aquel recinto de manera aislada, lo pensamos.
Durante una clase de spinning –la primera del año– lo mejor es la experiencia ‘del espejo’. Es decir, los instantes en que todos los ‘atletas’ intentan darse valor contemplándose a sí mismos y a leguas se les nota la cara de: “¡Vamos, (inserte su nombre aquí)! ¡Tú puedes! ¡Por esa (inserte prenda favorita –y ahora imposible de usar– aquí) en la que tanto ‘te gustabas’!”.
Hoy fue el segundo día. Mucho más relajado y ‘normal’ (¿cotidiano?) que ayer. A ver cómo regresamos de Semana Santa. Si bien habrá algunos que sólo coman p-e-z, estoy segura de que ‘el heladito’ o ‘el pastelito’ harán su aparición y no faltará quien regrese –nuevamente angustiado– a este purgatorio de los transgresores de dieta a continuar la eterna búsqueda del tan esperado ‘cuerpo ideal’.

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