sábado, 9 de enero de 2010

II.

Eliges los zapatos negros de tacón porque representan el complemento perfecto para el atuendo que te cubrirá durante el resto de la noche. Envolviendo tus piernas, las medias italianas que tanto le gustan y, justo debajo de la rodilla, los bordes del vestido de encaje que guardaría el secreto. Frente al espejo, tus labios se suavizan –y brillan– bajo el tono rosado que esperas los custodie durante otro par de horas. Los delicados rizos del cabello oscuro y el rubor de las mejillas se antojan perfectos. Ya son las nueve.
Él lleva una corbata verde. Le sonríes tan pronto te toca y sientes cosquillas cada que te dice que te ves bellísima. Hoy sí le crees: por esta noche, tú serás la más hermosa de todas las mujeres. En la calle, casi se te olvida el frío. Luego un coche de color blanco. Minutos más tarde, Ella. Y sí, también le sonríes mientras te aguantas las lágrimas para no arruinar el maquillaje. Una foto, dos, tres; las que sean necesarias para aprisionar el instante.
Los dos extraños que los reciben llevan traje negro. Reconoces el nombre en la lista y ingresas al cuarto de acero. Pero no le sueltas la mano. Y así inician el ascenso. Abajo, ya muy lejos, quedó el miedo. Sobre la alfombra roja, y sin importar los otros cinco extraños que aguardan con ustedes, es donde ahora existe el mundo.
Tras dejar la gabardina negra, te consumen las ansias por saber cuál será el destino. Una vez que lo averiguas, no puedes creerlo. Él, sin embargo, parecía haber tenido fe desde el principio. Siempre la tiene.
Si la mesa no los alejara tanto, lo besarías más veces. Para compensar, intentas no soltarle la mano. No dejas de mirarlo, de sonreír y de desear eternizar la experiencia. Están el vino, las velas y las voces desconocidas que ya desde hace un rato has dejado de escuchar. Después, un impertinente alado y un alucinante sabor cítrico cubierto de helado. Fueron tres horas perfectas; las más perfectas de toda tu vida y las viviste junto a él.
Ahora, que ha pasado el tiempo, piensas que quizás has olvidado los detalles. Sólo recuerdas su mirada y las luces que descasaban al otro lado del inmenso ventanal que se elevaba, junto con ustedes, a tantos metros del suelo. Ahora, mientras confeccionas un último registro de tu secreta noche de fascinación, piensas en el vestido de encaje, te preguntas dónde lo habrá guardado y si él recuerda esos instantes de la misma manera que tú.

1 comentario:

  1. ¿Hoy si le crees?.... ja ja...mujeres incredulas...

    Eso nos merecemos por ser amables todo el tiempo..=)

    Saludos

    Oxscar

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