domingo, 24 de enero de 2010

Sobre el vampiro

Me fascinó por su ausencia; porque me quedé esperándolo después de que J.H. descubriera su verdadera identidad en el por demás trillado castillo de Transilvania; porque no regresó más que para volver a desaparecer.
También me quedé con ganas de escuchar su voz (sí, cuando leo, casi escucho a los personajes narrándome su historia). A sus atacantes les conocí por sus diarios. Pero de él, nada.
Sólo pude mirarlo a través de los ojos de J.H. Fue así que me sentí asqueada y atraída por su repulsiva manera de arrastrarse –cabeza abajo– por los muros del castillo, su piel pálida, sus ojos rojos y su delgadez.
Tampoco creo que haya muerto. Aunque me resultó simpático, V.H. sólo parece un imbécil frente al elegante hematófago. Como R.F. me muestro optimista: Stoker le inventó un final absurdo –y que dolorosamente concluye en un par de líneas– porque es imposible que desaparezca. Al menos a mí me sigue en sueños, mientras le invento una voz y –como niña– me aterro de imaginar su silueta observándome desde el otro lado de la ventana.

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