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martes, 12 de enero de 2010

En nombre del gym

Es toda una experiencia volver al gimnasio después de las vacaciones decembrinas.
Todos los asistentes traen (traemos, pues) una cara de culpa digna de un criminal merecedor de ser transferido a un penal de máxima seguridad. En esos ojos que develan los pecados de los infractores, asoman todos los atracones de platos fuertes, botanas, postres y tragos con los que todos nos confortamos durante las fiestas navideñas.
A bordo de las bicicletas (ahora vehículos redentores) las señoras sólo hablan del par de kilos que subieron y lo ansiosas que están por bajarlos. Quienes somos reservados y preferimos transcurrir nuestra estancia en aquel recinto de manera aislada, lo pensamos.
Durante una clase de spinning –la primera del año– lo mejor es la experiencia ‘del espejo’. Es decir, los instantes en que todos los ‘atletas’ intentan darse valor contemplándose a sí mismos y a leguas se les nota la cara de: “¡Vamos, (inserte su nombre aquí)! ¡Tú puedes! ¡Por esa (inserte prenda favorita –y ahora imposible de usar– aquí) en la que tanto ‘te gustabas’!”.
Hoy fue el segundo día. Mucho más relajado y ‘normal’ (¿cotidiano?) que ayer. A ver cómo regresamos de Semana Santa. Si bien habrá algunos que sólo coman p-e-z, estoy segura de que ‘el heladito’ o ‘el pastelito’ harán su aparición y no faltará quien regrese –nuevamente angustiado– a este purgatorio de los transgresores de dieta a continuar la eterna búsqueda del tan esperado ‘cuerpo ideal’.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Crónica de una atleta solitaria

En el mundo de los gimnasios, todos son amigos de todos. Los asistentes se saludan de beso, se hacen bromas entre instructores e instruidos, se pasan el teléfono, las parejas se ponen de acuerdo para verse en fines de semana y mujeres esculturales les pasan tips a las desafortunadas gorditas que piensan que, para su mal, existe un remedio alterno a, simplemente, dejar de comer. Yo, en contraste, me caracterizo por preferir ejercitarme en soledad.
Desde hace aproximadamente un mes, le retiré al spinning la exclusividad de mis mañanas y decidí alternar algunos días con pesas y otros aparatos que numerosos miembros utilizan diariamente con envidiable entusiasmo. En medio de este nuevo intento por 'lucir bien', los instructores intentan platicar conmigo y hacerme chistes. Yo, aún a costa de mi voluntad, respondo con actitud de araña y me dedico únicamente a cumplir con mis rutinas. Y si, aunque sea por equivocación, siento que ‘me echan porras’ con una palmadita en la cintura, ya me dan ganas de salir corriendo y esconderme debajo de una mesa.
Hoy intenté dejar mi actitud de ente antisocial y acepté el saludo –de beso, evidentemente– que el maestro del spinning me dirigió y disfruté mis carcajadas cuando el loco se puso a bailar a media clase. ‘Eché el chisme’ con una compañera sobre un instructor que se cree parido por Zeus y sonreí a todo el mundo antes de irme a mi casa. Y no, no estuvo tan mal. Mañana lo intentaré de nuevo.