miércoles, 1 de junio de 2011
Boston Film Night with John Williams....
En la mesa había Malbec, uvas y queso. Arriba, en el escenario, estaba tu mirada cómplice con aquellos que expresaban las melodías que hace años plasmaste sobre un papel pautado que descansaba encima de un piano. Te sonreían y tu mirada alegre respondía. Luego esa manera tan tuya de tomar el micrófono y dirigirte hacia la audiencia. Han sido cinco las oportunidades que he tenido para escucharte hablar sobre tu música y lo que dices me sigue conquistando como en el primer instante en que te escuché en el Symphony Hall. Tu voz es tan melodiosa como tus creaciones. Miro a tus músicos, con los ojos cerrados y contoneándose al ritmo de las armonías que has creado en más de 50 años de composición y se me sigue erizando la piel. Esa sensación, que nace del contacto con tus obras de arte sonoro, y ese nudo en la garganta que me haces sentir cuando te miro dirigiendo, es irremplazable. Nunca habrá nada que lo supere y los recuerdos de estas noches en Boston estarán en mi mente para siempre.
Gracias por la inspiración que me has dado para escribir, por la compañía, por el éxtasis, por el estremecimiento, por el homenaje a otros grandes compositores de la historia, por el vuelo a Nunca Jamás, por el amor de una geisha expresado en la voz de un cello, por el arrebato en Irlanda, por la majestuosidad de los dinosaurios, por el vuelo en bicicleta con la Luna de testigo, por el tiburón merodeando las aguas y acechando a turistas temerosos, por la marcha del héroe que no era un avión pero surcaba los aires, por fénix volando por encima de un colegio de magia y por los tambores y trompetas que retratan el espíritu olímpico con una pasión sin igual... Gracias por haber visto mis lágrimas afuera del Symphony Hall y haberme dedicado esa mirada tan grata y empática, por haber dicho que mi llanto era dulce y quitarme la vergüenza de no poder evitarlo, por haber firmado mi LP de Superman con un segundo plumón indeleble para que tu firma quedara clara sobre la superficie negra y gracias por haber cerrado con esa elegancia, dulzura y entrega una de las mejores noches de mi vida.
Música: The Olympic Spirit, cortesía de John Williams
miércoles, 12 de enero de 2011
John Williams by John Williams
Nota: J.W. dirigió Jane Eyre la primera vez que volé a Boston para verlo. Sobra decir que la experiencia me cambió la vida.
I’ve heard you say that Jane Eyre is one of your own favorite scores –beautifully rhapsodic music but again nothing like the Violin Concerto, with its harmonic complexities and advanced tonalities. Where does your musical heart lie?
I think that Jane Eyre is very close to my musical heart. It comes out of Yorkshire, you know the Brontë book. And it’s created folk music, if you like, and I like it to play it because it is gratifying for the orchestra and melodic in a very colorful and atmospheric way. And if one could say that one’s heart lies with one’s own music and still be within acceptable taste, then I can say that something of my heart lies with some of that music. In the case of the Violin Concerto, it’s dedicated to my late wife Barbara and some aspects of that piece lie within my heart, also even though the technical apparatus that presents it may be, on the surface, somewhat different, the connections to the heart are just as direct.
You’ve been very successful. Presumably you can now do only what you want to do –or am I assuming too much?
Well, I think it maybe assumes a little too much. Within the affairs of all of us, we rarely can do always exactly what we want to do, and perhaps it wouldn’t be a wholesome state of affairs if we could. It isn’t true that I can pick and choose every film that I want to. And I probably wouldn’t want to do that even if I could because the burden of picking a winner could become very great. There are films that I would have liked to have done. I will always say that I have been very lucky, but I think success can be such an illusion, a state of mind, and if you can wear it healthily and in a wholesome way, it’s fine. It can be very damaging to a lot of people. I consider myself being fortunate to be working with the people I do. As long as my energies are intact and I love music then I just figure I am the luckiest person in the world to go on the stage with these great orchestras, and it is a job. I really don’t think about it as being the result of a success. I think I’ve been given a great gift.
lunes, 1 de febrero de 2010
Éxtasis
Tiene la voz grave. Es sensual, envolvente, fascinante. Surge de entre los coros, se eleva por encima de una oleada de violines frenéticos (o adormecidos) y los opaca con su resonancia. Las vibraciones de sus cuerdas se prolongan de manera sublime.
Mientras se le escucha, casi se imagina al artista –extasiado– creando las espasmódicas elevaciones que seducen hasta sentirse en un abismo donde sólo existe su enronquecido canto.
Continuamente viaja: oscila entre acentos agudos y graves. Respira entre una nota y otra; luego vuelve a elevar su fuerza. Y una mano experta desliza el arco sobre los finísimos hilos que le adornan el exterior del pecho. Y canta; de derecha a izquierda, con sutiles brincos que llevan al que escucha al más profundo gozo, a un estado de absoluto deseo de que continúe.
Devora, absorbe y su acento es abrasador. Es movimiento. Existe cuando habla, con esa entonación áspera y seductora. Es elegante y adquiere la forma de un líder o un Dios, de un ser del más abismal infierno o de la fantasía. Es arte.
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Se me acabaron las palabras. Me volví rebuscada y cursi; perdón. Lo único que quería era hablar del violonchelo.
viernes, 18 de septiembre de 2009
Fawkes the phoenix
Lo miro saliendo de la ventana de un hombre de barba blanca que viste una bata azul cielo –de seda– que le llega hasta los talones. No mira hacia abajo porque no siente miedo. Casi cierra los ojos cuando siente que el viento le pega en la cara. Extiende sus alas, de color escarlata y destellos dorados, y rápidamente las contrae en ágiles movimientos que continúan elevándolo hasta un cielo hermosamente despejado.
Aquí, en la Tierra, observo a un artista que sostiene una batuta blanca. Como aquél que espera en el despacho, desde donde el ave emprendió el vuelo, es un mago. Lo miro, de frente a su orquesta, y sonrío cuando se recarga en el barandal negro que aguarda a que su mano izquierda escape a sus espaldas.
Sigo en la Tierra, pero no dejo de pensar en el fénix. Sigue volando, fuera de esta realidad, a través de los acordes de los violines fantásticos que en esa noche me elevaron a otro mundo perfecto y etéreo. Entonces la música me hace creer en lo imposible: que habrá una tercera noche para volver a encontrarme con la magia y que existe un fenix que, con sus lágrimas, vendrá para cobijarme mi curar todas mis heridas.
jueves, 6 de agosto de 2009
Sueño de una noche de primavera
No me dio miedo tomarte de la mano. Nada me daba miedo aunque estuviéramos perdidos. Una cuadra, dos, tres; hasta que llegamos al parque y encontramos la estación correcta.
Después el arte, una cámara fotográfica (que años después nos recordara que nada fue mentira) y explorar desconocidas banquetas que nos helaran las manos que intentaban sujetarse. Mientras los pies avanzaban sin rumbo a veces nos mirábamos; para reír o para que aguantaras mi ansiedad de siempre. Pero, nuevamente, tu eras perfecto.
Un platillo italiano nos calmó el hambre y me consolaste por no llevar la ropa adecuada para la noche. Cuando volvimos a salir a la calle, temblaba de nervios. Era un sueño y cerrar los ojos no me bastaba para imaginar cómo serían sus gestos, su música y lo que me haría sentir.
El salón era inmenso y decenas de mesas –con cuatro o cinco sillas cada una– saturaban el piso inferior del lugar. Arriba, dos niveles llenos de espectadores eran alumbrados por la luz dorada que se reflejaba desde el techo. Los decorados eran del color del oro y, al fondo, los lugares de los músicos esperaban vacíos. Una mesa, a unos dos metros del escenario, reservaba nuestros lugares.
Abriste la botella de Beaujolais. No sé si antes o después de que él llegara. No recuerdo nada, sólo su entrada y mi emoción. Quería llorar, aplaudía y me dolían las manos. Ansiaba voltear a verte pero me daba vergüenza, de mi locura o de mi ignorancia; de no poder creerlo y de no querer desviar la mirada por temor a que no existiera. Era un sueño, mi sueño y lo estaba viviendo contigo.
Tenía la barba y el cabello blanco. Unos anteojos de armazón delgado le adornaban el rostro y el pantalón del smoking negro le rozaba el tacón de los zapatos. Cuando tomaba el micrófono para dirigirse al público, sostenía la batuta con la mano izquierda. El resto era magia. Los músicos lo comprendían y, aunque estuviera de espaldas a nosotros, sé que tu y yo también. Conocíamos cada nota y, en sus manos, nuestros recuerdos llevaban el ritmo. Sí, eran recuerdos de todas los momentos en que esas notas han estado con nosotros, mientras soñamos solos en la cama o nos acompañamos hasta la madrugada con dos o tres botellas de vino.
A mitad del concierto, un joven que vuela hasta el país de Nunca Jamás me arranca lágrimas que no esperaba. Me daba miedo mirarte, que alguien más me mirara y que me hubiera convertido en un ser cursi y vulnerable que no lograba controlarse. Veía los violines, los chelos –frente a nosotros– y la manera en que un ligero movimiento de sus dedos le indicaba, al timpanista, que debía de musicalizar a un hada que vuela. No soltaba la copa de Beaujoulais y no podía dejar de mirarlo. Estaba tocando para mi, no cabía duda. Y tu, dentro de todas las personas que existen en el mundo, estabas a mi lado y lo entendías.
Luego se despidió de ti; dirigiéndose a tus sueños y fantasías. Las sonrisas no me eran suficientes. Mientras expresaba un último gesto para recordarnos que tenía que dormir, yo seguía sintiendo la música en mi mente. Visualizaba a una orquesta entera que seguía sus indicaciones y le sonreía mientras lo miraba. Los compases eran majestuosos y seguía tarareándolos mientras caminábamos hacia el metro.
Han pasado varios meses desde entonces, pero no transcurre mucho tiempo para que busque nuevas oportunidades de volver a soñar. Mientras tanto, mi ipod tiene un playlist que me permite imaginar sinsentidos, en momentos como éstos, y que lleva por título: Boston Film Night with Johnny.
viernes, 12 de junio de 2009
A historic love
La blancura de sus manos se ilumina tan pronto como enciende una vela. Pueden apreciarse los ladrillos que descansan sobre las paredes del cuarto. Los tapetes, las cortinas y la luz reflejan destellos que se confunden con el dorado de su cabello. Lo acomoda, distraídamente, y se tiende en la cama. Cierra los ojos y una lágrima escurre por su mejilla izquierda.
Una horda de gente camina en diferentes direcciones. El ruido de la plaza, el cacareo de las gallinas y el sonido de una carreta que un hombre deja caer, se vuelven inaudibles cuando por fin la mira. Sus ojos azules se posan sobre su rostro. Mientras la observa agacharse y tomar una canasta de fresas, sonríe. La ama y, mientras sigue contemplándola, descubre que la ha amado siempre. Por fin se acerca y toca su mano. Sus dedos se encuentran y, por primera vez, ella le sonríe.
Corren juntos. Sobre el pasto de un verde interminable, se detienen a besarse. No existe la sombra, el viento no interrumpe su abrazo y bastan sus bocas para clausurar el tiempo. Sus labios sacian la sangre. Las caricias enmudecen la condena. Han dejado de existir –para el mundo– y sólo se funden en el silencio de sus miradas.
Una horda de gente camina en diferentes direcciones. Hombres y mujeres, contemplando un espectáculo, impiden que llegue hasta él. Su voz se entrecorta por un llanto de angustia. Grita su nombre pero él ya no puede oírla. Una tela negra le cubre el rostro. Petrificado por el miedo, él también desea sentirla. Sin poder mirarla, la imagina. Una puerta se abre a sus pies y ella lanza un último lamento.
Cuando abre los ojos, las manos, temblorosas secan sus lágrimas. Corre hacia la ventana, se aferra a los barrotes y se deja caer al suelo susurrando su nombre.