miércoles, 28 de julio de 2010

Así las cosas

De la disolución del individuo frente a la masa, de los minúsculos espectadores nerviosos que esperan junto a otros 94,999 igualmente trastornados, de los ridículos coros a los que uno termina uniéndose por la efímera solidaridad de un juego, del deprimente ahogamiento en que se cae cuando el rival desplaza el esférico hasta la portería del equipo que se apoya, de los abrazos y la sangre hirviente cuando el enemigo es víctima de la venganza, de las figurillas humanas que el fanático transforma en ídolos cuando ‘se adueñan del campo’ pero condena y desea desmembrar cuando ‘no dieron el 100%’...

De todo eso quería escribir a un día de haber ido al Azteca a ver el fútbol. La idea murió por la paz por lo siguiente: Armada con camiseta del equipo ovacionado (para ser solidaria con el resto de los asistentes), chela en mano (que derramé cuando pegué un brinco ‘porque parecía gol’) y alienación absoluta durante 90 minutos todo se resumen en “Fue una gran noche”.

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