miércoles, 8 de julio de 2009

De dos a tres caídas

Hoy luché a muerte con un cuernito –recién horneado– que llegó a la mesa envuelto en coloridos trozos de papel de china. A decir verdad, preví la pelea desde que observé al mesero aproximándose con una coqueta canastita que, de un segundo a otro, aterrizaría frente a mis ojos.
La canasta de los papeles multicolores olía a pan caliente. La miraba sin querer mirarla e intentaba olvidarme de su presencia aunque el olfato me la recordaba por momentos.“Ni lo pienses”
“Te esfuerzas todos las mañanas como para tirar todo a la basura por un triste pedazo de cuerno”
“Ya van a traerte el plato fuerte, mejor olvídalo”
“Espérate al fin de semana y te lo comes con toda tranquilidad”

Entonces, olvidándome de las horas de mi vida que –desde hace dos semanas– pierdo en el gimnasio durante las mañanas, el cuernito me vence. El maldito arrogante me seduce y, después de darle la primera mordida, me recuerda que me resulta imposible controlar mis antojos y por eso, nuevamente, concluyo que yo no nací para hacer dietas.

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