martes, 21 de julio de 2009

(sin título)

Sueño despierta.
Con el viento helado despeinándome, los rostros desconocidos y el gris de las banquetas.
Sueño también, sin darme cuenta, con las tardes nubladas y los árboles platicándome su historia.
Siento el ardor en las manos congeladas y contemplo los largos abrigos que se arrastran por las calles. Saboreo, inmediatamente, el dulzor del azúcar y la mantequilla mientras contemplo una torre que se erige hacia el cielo.
Me abrasa, con las ramas de sus imágenes, y busco, instantáneamente, los destellos de esculturas inmóviles que yacen petrificadas sobre sus catedrales.
Imagino, extasiada, las avenidas desiertas y el esplendor de sus puentes. Veo entonces un río que fluye hasta enmarcar su belleza inalterada.
Cierro los ojos y me observo caminando, perdida en ella y en la sonrisa que arranca de mis labios. Pienso en las voces, los silencios y las miradas de un extraño que jamás volveré a ver. Recuerdo, luego, que pronto me fundiré en ella y, cerrando nuevamente los ojos, sonrío.

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