martes, 26 de mayo de 2009

Viajera

Amo viajar.
(En realidad, mi afirmación es absurda. ¿Quién no lo hace?)
También amo lo que generalmente llamo ‘el síndrome pre-viaje’ (nervios, maletas, revisar frenéticamente que tenga pasaporte y dinero...) e, incluso, imaginarme cómo será todo una vez que llegue al destino deseado.
‘Hacer la maleta’ es algo que prefiero dejar para el final. Por alguna razón, siempre he sentido que es mucho más emocionante preparar todo sólo una noche antes de abordar un avión. Sin embargo, de unos años para acá, también he comprobado que (¿por la ‘edad’?) esta rutina también aumenta las posibilidades de que olvide un elemento 'precioso' como costurero o shampoo. Nada que no pueda comprarse en el país a donde voy, pero que sí representa dólares o euros que podría gastarme en un café.
La neurosis de mi madre es punto y aparte. Siempre son los mismos consejos: te ‘cuidas’, ‘cuidas’ la maleta, ‘cuida’ el dinero, ‘cuidado’ con los papeles...Y ya, después de un rato: “diviértete” y “me marcas cuando llegues”. El único punto que detesto de su paranoia, y que contemplo con desprecio después de revisar, en el número de julio, mi artículo sobre terrorismo, es cómo me he convertido en una loca que desea llegar a Nueva York sana y salva de bombas y atentados que derrumben rascacielos... Quizás ese sea uno más de los motivos por los que, evidentemente, no puedo dormir.

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