viernes, 5 de junio de 2009

La pequeña sirenita

Cuando era niña, no entendía la diferencia entre las películas animadas y las ‘reales’. Me explico: en mi cabeza, Meryl Streep era exactamente igual a una sirena creada por Disney y no existía distinción alguna entre Al Pacino y el Príncipe Eric. Los personajes eran un poco más coloridos y sabían cantar mejor, claro, pero me hacían reír y llorar igual que ‘las películas de adultos’ a mis papás.
Recuerdo que, allá por los noventas, cuando se acababa de estrenar The Little Mermaid, estaba viendo un documental en la tele y comenzó una entrevista con la actriz que doblaba la voz de Ariel. La mujer era rubia y de cabello rizado, me acuerdo perfecto. Tan pronto como apareció en pantalla, me emocioné y le grité a mi mamá que la mirara porque era una gran intérprete: se había pintado el cabello de rojo y se lo había alaciado para salir en la película. Evidentemente, mi mamá sólo me sonrió.
Meses después, me creía sirena. Cuando salía de vacaciones con mis papás, nadaba horas en la alberca y mi papá jugaba conmigo y me decía que me iban a salir escamas. Él me adoraba, claramente, como el Rey Tritón a Ariel. En uno de esos viajes, Tritón me compró unas aletas azules. Mi mamá se enojó y decía que no las necesitaba y que un día (pronto) iban a dejar de quedarme. Ella no entendía nada pero yo estaba segura de que podría nadar mejor con ellas.
Hace un mes, alguien me prestó el soundtrack de la película. Cuando lo escuché, me di cuenta de que ya no me sé todas las canciones y que debe de tener más de 10 años que no veo la película. Ya no paso 6 ó 7 horas nadando y, cuando lo hago, me salgo rápido de la alberca porque me desagrada que tanta gente conviva en el mismo lugar. Tritón ya no es mi héroe y las aletas azules están guardadas en el closet (tiene años que dejaron de quedarme).
Ahora se que The Little Mermaid se hizo con dibujos, mucha paciencia y que aún así sigue siendo una de mis películas favoritas. Si no fuera así, la semana pasada que fui a ver el musical a Nueva York, no me hubiera estado aguantando las lágrimas por morirme de la pena de que la gente a mi alrededor me viera llorar como una niña chiquita que se emociona por ver un cuento de hadas.

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