domingo, 7 de marzo de 2010

III.

Dos y media de la tarde. Es domingo.

En el cruce de las calles Tulipán y Candelaria, una mujer de cabello corto y tinte rosa, pasea a sus dos perras. Una de ellas es atacada por otro animal; uno callejero.
Comienzan los ladridos.
Los vecinos salen de sus casas. Una joven baja del coche de su novio y corre hacia su jardín. Se le ocurre que una cubeta con agua será suficiente para terminar con el problema. Pobre estúpida.
No encuentra cubetas. Entonces toma una escoba y se acerca a la escena. Su novio la jala, le grita que se aleje. Ella también grita; que no se va y que la deje en paz.
Otro vecino prueba suerte con su propia escoba. Nada.
Uno más se acerca con agua. Nada.
La joven regresa a su jardín desesperada. Encuentra una maceta y la pone bajo el grifo. Mientras un chisguete de líquido cae sobre el contenedor de plástico, escucha un balazo.

Afuera, en la calle, una perra –callejera– agoniza. Tiene una bala caliente en el pecho. La joven la mira: el mundo se ha detenido. Está petrificada, tiembla; como la perra que sigue sin morir. Corre hacia el policía y le ruega que vuelva a disparar. La ignora. Los vecinos le dicen que ya está ‘casi muerta’, pero no deja de respirar.

Tere entra llorando a su casa. Le duele el alma y no sabe por qué. Llora. Piensa en L., y como gemía en la misma odiosa posición que aquella perra callejera recién baleada. Se siente inútil, se culpa y pone la cabeza en las manos. Entiende que nunca jamás podrá volver a hablar de esto. Luego escribe.

2 comentarios:

  1. Desde el inicio de la lectura me sonaba a anecdota...pero el final no lo veia venir...

    Ojalá solo sea un recuerdo triste que se pueda dejar atras...que a final de cuentas es lo mejor.

    Me gusta tu trabajo en CM

    Saludos

    Osxcar

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  2. ¿Sabes? Ni siquiera en ese momento se veía venir... Quizá por eso varias personas intentamos todo lo que se nos ocurría.
    Gracias por comentar.
    Saludos.

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