sábado, 10 de octubre de 2009

Protesta

El cliché del  artista expresa que, aunque éste enloquezca, sus creaciones compensan el tormento perpetrado por la persecución de sus fantasmas. Así se justifica Lars Von Trier ante los críticos de su Anticristo y así lo hizo la sociedad con Frida Kahlo. La princesa de Jordania no podría perdonar las infidelidades de su marido ni darle un poco de su propio chocolate acostándose con mujeres. La Kahlo, en cambio, claro que podía. Creo que por eso hay noches en que deseo ser escritora y espero, quizás, ser socialmente perdonada a través del enriquecimiento que mis delirios puedan dejar en algún ser vivo de mi época.

Escribo sobre la pintura, la locura, la muerte de las artes plásticas, la semiótica en la cultura, la simulación, la evocación de lo humano a través de la música y el deseo del hombre por preservar su pasado únicamente para intentar darle sentido a mi vida. Cuando otros han escrito sobre los mismos temas, han logrado darle sentido a la mía.

El problema de buscar la trascendencia es cuando la crítica llega hasta uno mismo. En todos los casos, es sencillo abrir los ojos y descubrir que sólo soy una neurótica –gritona y malhumorada– que jamás en la vida podría aproximarse a la perfección de las ficciones de Borges o a la amalgama de sencillez/riqueza/criticidad/profundo conocimiento del lenguaje de Villoro. Los juegos sonoros de Girondo, el humor de Cortázar o las imágenes de Auster me resultan inalcanzables. Sin embargo, cuando me siento a escribir con la copa de vino, la cajetilla de cigarros y música sublime, lo sigo intentando.

Nuevamente fracaso. Entonces juego a convertirme en periodista, a valerme de un lenguaje simple para comunicar un hecho concreto y a informarme diariamente de lo que los políticos dicen que sucede en el mundo. Pero también salgo derrotada: me siento incapaz de desentrañar una verdad que movilice el mundo.

Entonces escribo, sin pretensiones de perfección ni gloria, para liberarme. Absorbida por la estúpida angustia impuesta por la cursilería de buscar inquietar a los lectores de mis textos, me frustro, y escribo en este diario mis egoístas reclamos que nacen de un profundo deseo de trascender.

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