domingo, 1 de mayo de 2011

30 de abril

En un día como hoy, pero de hace seis años, también estaba tirada en la cama. Al igual que hoy, era sábado. Sacó del clóset unos jeans oscuros y unos zapatos blancos. No llevaba tacones, no quería verse más alta que él. Él llegó a su casa manejando el Chrysler rojo cereza. En el restaurante, dejó la copa en la mesa, la llamó ‘señorita’, la miró profundamente a los ojos y ella dijo ‘sí’. Y así empezó su historia.

Ella ya ha elegido la ropa que usará hoy. Para esta tarde, sí llevará tacones sin preocupaciones. Él ya no maneja el Chrysler viejo.
–Hola, te quería decir que hoy me acordé de ti. Quería mandarte un abrazo porque pasé muchos 30 de abril muy felices contigo. Qué tengas lindo día.
–Yo también me acordé de ti y sonreí porque todo es un hermoso recuerdo. Siempre vas a significar demasiado para mí y te voy a adorar toda mi vida. No matter what.
–Me da mucho gusto que me digas eso. Yo también a ti. Eres alguien que estará conmigo para siempre.

Ella sintió las mejillas húmedas. Unas traviesas y escurridizas gotitas resbalaban a cada lado de los ojos. Paradójicamente, también notó que sonreía. Le alegraba que el recuerdo persistiera en ambos. Le alegraba quererlo y que él también la quisiera. Le alegraba la idea de pensar que eso nunca cambiaría. Era como sentir que, de algún modo, el camino recorrido juntos sí encontró un final feliz.

-Música: Adagio para cuerdas y órgano en sol menor, cortesía de Antonio Vivaldi http://youtu.be/WFIDAD-7XDw

jueves, 14 de abril de 2011

Festejos del cuarto de siglo

Hoy inicia el último festejo de mi llegada al cuarto de siglo. Y sí, tan predecible como soy, tomaré un avión con destino a París. Habiendo degustado mi típica crepa de azúcar, y en un ridículo intento por comprobar que soy digna de esa ‘adultez’ a la que se supone que he llegado, también me llevo a mi hermana a festejar sus 15 primaveras al Viejo Continente. Para cumplir su fantasía romántica (y la mía, debo admitir), celebraremos a bordo de una góndola en Venecia y complaceremos a mi madre trayéndole una máscara veneciana como recuerdo de nuestro andar por Italia.
Seré honesta: las festividades por un cumpleaños no son realmente ‘mi onda’. Se conoce de sobra mi condición de ‘araña’. Tengo pocos amigos y no soy fanática de las salidas nocturnas hasta embrutecerme y vomitar. Aún así, este año tuve muchas ganas de conmemorar la llegada a los 25. ¿El cuarto de un siglo? ¿En serio? Y yo que todavía me acuerdo de cuando mi mamá me llevó al kínder por primera vez y la dejé en la puerta llorando mientras yo corría para integrarme a la clase. Me acuerdo, también, de los veranos encerrada viendo películas y de cuándo no ganaba un peso y tenía que pedirle a mi papá que me comprara algo. No me olvido de cuando salía de la escuela a las 2:30 de la tarde ni de los 20 peluches con los que me dormía en la noche para que no me diera frío. Pienso, con nostalgia, en mis primeros tacones, en la primera vez que me maquillé y en esa primera vez en la que el tiempo se detuvo –sí, expresión cliché directamente extraída del cine hollywoodense– y alguien me besó. Veo, tan nítidamente como si tuviera una fotografía entre las manos, mis lágrimas del último día de clases de la prepa, mi mención honorífica en la universidad y la primera vez que vi un artículo mío publicado en una revista. Qué cursi.
Todos los festejos obedecen a esas memorias: he tenido una vida maravillosa. Con sus altas y bajas, no hay un solo momento que me gustaría borrar.
Me voy a terminar maleta, pendientes y escuchar que mi madre me diga: cuidado en el avión, cuidado con el dinero, cuidado con lo que comes, cuidado con el pasaporte, cuidado con la gente en la calle, cuidado en los vagones del metro, cuidado con dejar sola a tu hermana, cuidado con...

domingo, 27 de marzo de 2011

Apuntes sobre la injusticia

Que mi computadora ya es vieja, que el mundo es consumista y que a mi no me alcanza el sueldo para seguirle el paso.

–Buenas tardes. ¿Le puedo hacer una consulta?
–Dígame.
–Resulta que no puedo utilizar un iPod Nano que me regalaron porque no tengo la última versión de iTunes pero resulta que no puedo bajar la versión nueva de iTunes porque no tengo Mac OS X 10. 5 y farafú. ¿Aquí me lo pueden solucionar?
–¿Qué procesador tiene su máquina?
–Es una PowerBook G4.
–Uy no. Ya tiene como cinco años que la compró, ¿verdad?
(poniendo mi cara de: ¿me estás diciendo que por tener cinco años de edad ya pertenece a la prehistoria, grandísimo imbécil?)
–Sí... cinco o seis...
–Uy, no. Ya no se puede hacer nada, señorita. Esa no tiene el procesador farafú. Por eso no aguanta las versiones nuevas de iTunes.
–¿¡Entonces tengo que comprar otra computadora!?
–Sí, señorita.
–¿¡Una computadora nueva!?
–Sí, señorita.
–¿¡Si no compro una computadora nueva ya no voy a poder actualizar iTunes!?
–No, señorita...

Cuando aquél heraldo del ‘sigue dándonos tu dinero a lo animal para que en cinco años te volvamos a robar’ me vio con lástima, entendí la derrota: tendría que comprar una computadora nueva.

Le agradezco, de antemano, a los ‘señoritos gadget’ que namás sale un juguetito nuevo y corren a comprarlo. Gracias a ellos, la tecnología avanza a un ritmo que me resulta imposible seguir. Deberíamos de seguir con armatostes como los celulares de ladrillo, exigir software y procesadores farafú (que no nos obliguen a gastar cuando, en realidad, un aparato funcionaría de maravilla si a algún geek de sistemas no se le hubiera ocurrido que puede existir algo mejor) que nos salven de caer en el remolino de ‘compra la computadora nueva o serás un loser que nunca volverá a escuchar música como Dios manda’ y de empleados que te miran con sarcasmo cuando pones cara de perro triste esperando a que salven a tu vieja máquina computacional de caer en un triste y olvidado depósito de basura.

-Música: 'Kije's Wedding', de Carter Burwell para Doc Hollywood

sábado, 26 de marzo de 2011

The Piano

Que daría yo por el placer de tocar aquel piano frente a la playa... Desprender, como ella, una de las maderas que lo contienen y escuchar las melodías resonando desde el interior. Qué daría yo por abandonarlo y mirarlo desde lejos, semihundido en la arena y con la espuma de las olas salando la canción que aún no ha sido tocada.
Una mirada por cada tecla, una caricia por cada nota irradiada por tus manos deslizándose sobre el teclado. ¿Para qué vocalizar, a la manera de los otros, si la voz también nace de la música? ¿Para qué pronunciar una palabra si los dedos sobre las blancas y negras hablan mejor que cualquier manifestación de la oralidad? Del sonido del piano, su amor por ti. De tu espalda contorneándose, su deseo. De tu mirada, la entrega. De su mutilación, tu espíritu lacerado; tu alma entonando la canción que te impida recordar la sangre sobre la tierra, la pérdida del apéndice que te transporta a ese paraíso sonoro al que sólo tú sabes remontarte.
¿Y si hubieras compartido, junto con tu piano, la tumba sagrada en el fondo de océano? Entonces la imagen se traduciría en lírica: el cuerpo inerte atado al instrumento que le otorgó vida. Porque ¿qué habría sido de tu existencia sin aquel hermoso piano con el que siempre hablaste aunque otros no escucharan?

-Música, 'Dreams of a Journey', de Michael Nyman para The Piano http://youtu.be/vJ3_pFGq5_I

viernes, 25 de marzo de 2011

Desencuentros (IV)

Después de 30 años de no saber nada de él, su hija le mostró la imagen digital de un desconocido. Las facciones ya no eran las mismas. El peinado había cambiado. Se enteró de que vivía cerca del mar y de que seguía vistiendo una bata blanca de lunes a viernes.
Le pidió a su hija que lo saludara y le dijera cuánto gusto le daba tener noticias suyas. Desde aquella playa, él respondió que la alegría era mutua. Ella fue –dijo– una mujer con la que compartió una parte inolvidable de su vida.
“¿La puedo llamar? Me gustaría verla.”
Claro que puedes llamarla. El teléfono de la casa es...
“Estaba marcando pero me llegó un paciente. Volveré a intentarlo el lunes por la mañana. ¿A las ocho está bien?”

Se conocieron en el sureste del país. Tenían poco más de 20 años cuando decidieron casarse. Días después de que él saliera de viaje para ir por su familia y formalizar, ella se arrepintió. Terminó la relación de un momento a otro. Él quedó destrozado. Ella se casó con alguien más. No es feliz. Nunca lo fue.
El lunes esperará la llamada tan pronto como termine sus primeras tareas de ama de casa: el desayuno para el marido, el trayecto de la casa a la escuela para llevar a su hija y luego, de nuevo, al hogar. Intentará controlar sus nervios. Deseará reconocer su voz.
Le advertirá que su figura ya no es la de antes (por si algún día vuelve del mar para visitarla, claro). Se aguantará las ganas de hablarle de su arrepentimiento por haberlo dejado y, con sus palabras, imaginará cómo hubiera sido su vida con él.
Cuando cuelgue el teléfono, empezará a llorar. Fantaseará con su regreso; una última oportunidad para escapar de su jaula de oro y volver a sentir sus manos mientras caminan juntos sobre la arena.

Música: 'I'm not in love', de John Barry para Indecent Proposal http://youtu.be/xFOCqZxRDU0

domingo, 13 de marzo de 2011

XV.

El toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega.
José Alameda


Gracias por el baile, belleza negra que tanto admiro y que quizá los mismos dioses imaginaron para poblar su mundo. Te vi levantando el polvo del ruedo con cada embestida y poco es decir que sentí el corazón paralizado. Tez de noche, trote perfecto de tus cuatro patas para llegar hasta el capote. Tu cuerpo monumental enfrentado a su fragilidad femenina. Ella mirándote a los ojos y danzando al compás de la música compuesta por sus movimientos. Tú erigiéndote a cada lado de su cuerpo, creando sobre la arena las sombras que desde las gradas aplaudimos. Un baile más, por favor; que no te falte el aliento para seguir demostrándome tu aprehensión por la vida. Dame más de tu carrera descompuesta en los tres tiempos que dura el arte. Si supieras de la magnificencia de su traje de luces y tu armonía a su alrededor... Si te vieras como el poema visual que se refleja sobre mis ojos al mirarte... Gracias, astado mío, por el enfrentamiento ante la mujer que sostenía la espada, y por esos ojos que cerró en un ingenuo afán por eternizar su gloria.

Música: Veronica Confesses, de Dangerous Beauty, cortesía de George Fenton

martes, 1 de marzo de 2011

Apuntes sobre la evolución

Mucho se ha especulado sobre la posible y futura desaparición de ciertos órganos del cuerpo humano. Algunos ignorantes han planteado la fantasía de un porvenir sin meñiques en las manos o sin un solo dedo en los pies. La realidad es que prácticamente ningún biólogo evolucionista serio apoya esta idea (lo sé porque me lo dijeron algunos de los mejores del mundo cuando escribí un artículo sobre evolución).
Para mi desgracia, he comprobado que algunas partes del organismo resultan ridículamente indispensables y dudo que algún día lleguen a desaparecer: créanme, es imposible vivir si las yemas de los dedos medios de la mano.
Hoy me magullé el apéndice medio de la extremidad unida a mi antebrazo derecho. Donde antes solo existía una capa de epitelio ectodérmico –y huellas dactilares que podían apreciarse a simple vista– hoy se conserva una desagradable ampolla henchida de sangre. Y no, el problema no es su aspecto repulsivo, sino el dolor que provoca tan pronto entra en contacto con algo que no sea una sutil corriente de aire. Tiempo después del accidente, encontré el sufrimiento lavándome el cabello en la regadera, vistiéndome, enchinándome las pestañas con una cuchara, escribiendo un mensaje en el celular y tecleando en la computadora del trabajo. Por esa minúscula e insignificante herida, siento el tejido caliente y punzante, como si tuviera un corazón dentro y a punto de estallar.
Según los estudiosos de las teorías de Darwin, el cuerpo humano jamás perderá un órgano que sea necesario para subsistir. Hoy el gimnasio me llevó a convertirme en empirista y a creer en un mañana en el que los hombres del futuro podrán perderlo todo pero sin duda conservarán intactas las yemas de los dedos medios de las manos.