I.
Mi hermana me dijo que filosofar sobre la religión no servía para nada y que por qué alguien querría perder su tiempo en eso. Cuando me preguntó que quién era la madre de Jesús y le dije que María y que era una mujer que Dios escogió para crearse a sí mismo, se traumó.
II.
Mi madre me dijo que Dios no era malo, que nosotros teníamos la culpa de todo y que el mejor ejemplo era Eva: “Le dijeron que no se comiera la manzana y fue se la comió”. Cuando le contesté que Dios podía ser tramposo porque, en su infinita misericordia, nos dio el libre albedrío y un viaje todo pagado al infierno en caso de que no eligiéramos como él quiere, me dijo que no y que no y que no. Que él era bueno. Cuando le recordé que el Dios bueno un día se hartó de los hombres y mandó un diluvio para que se ahogaran todos sus hijos, me dijo: “Bueno, pero es que Dios también se harta”.
III.
Mi papá sólo soltaba una carcajada tras otra. Al final, se limitó a decir: "Se ve que tu curso está buenísimo". Y soltó otra risita.
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domingo, 20 de junio de 2010
martes, 15 de junio de 2010
Primera clase
Fin de la primera sesión del curso ‘Lucifer, el infierno y los ángeles caídos’.
Resultado: éxtasis y absoluta fascinación (o la confirmación de que el conocimiento me resulta placentero).
Traducción: soy una tremenda ñoña que no puede vivir sin debrayar y aprender cosas que el mundo considera inútiles.
Mientras escuchaba y argumentaba sobre la esencia del hombre, sentía un roedor trepado en una rueda y corriendo esquizofrénicamente dentro de mi cabeza. A nueve horas del término de la clase, me siento perturbada (y horrorizada) por un pensamiento que me taladra el cerebro desde que descubrí Anticristo, de Lars Von Trier, y que recordé esta mañana:
Somos hombres perversos.
[Quien ponga en duda esta afirmación, favor de consultar su edición favorita del periódico La Prensa, hojear una enciclopedia del crimen o aventurarse en algún bellísimo barrio citadino sin policías, lleno de joyas y a mitad de la noche]
Para encontrar la causa, se debatieron cuatro posibilidades:
Todas las posibilidades me alteran al grado de sentir que caeré en un estado catatónico hasta no llegar a una resolución.
En algún momento de la clase, empecé a dudar si creía en Dios. Luego me asusté por pensarlo y me dio miedo que, de creerlo, Dios me castigara...
Resultado: éxtasis y absoluta fascinación (o la confirmación de que el conocimiento me resulta placentero).
Traducción: soy una tremenda ñoña que no puede vivir sin debrayar y aprender cosas que el mundo considera inútiles.
Mientras escuchaba y argumentaba sobre la esencia del hombre, sentía un roedor trepado en una rueda y corriendo esquizofrénicamente dentro de mi cabeza. A nueve horas del término de la clase, me siento perturbada (y horrorizada) por un pensamiento que me taladra el cerebro desde que descubrí Anticristo, de Lars Von Trier, y que recordé esta mañana:
Somos hombres perversos.
[Quien ponga en duda esta afirmación, favor de consultar su edición favorita del periódico La Prensa, hojear una enciclopedia del crimen o aventurarse en algún bellísimo barrio citadino sin policías, lleno de joyas y a mitad de la noche]
Para encontrar la causa, se debatieron cuatro posibilidades:
- Dios es perverso.
- Somos un error de Dios.
- Dios es un error nuestro.
- No estamos hechos a su imagen y semejanza.
Todas las posibilidades me alteran al grado de sentir que caeré en un estado catatónico hasta no llegar a una resolución.
En algún momento de la clase, empecé a dudar si creía en Dios. Luego me asusté por pensarlo y me dio miedo que, de creerlo, Dios me castigara...
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