sábado, 18 de junio de 2011

Alas de regalo

B. me envió unas alas para poder volar. Estaban guardadas en una cajita color menta. Siempre la recordaré como la primera cajita color menta que un hombre me regaló y puedo decir, con orgullo, que me alegra que sea parte de otra historia. Eso me permitirá continuar el relato a mi manera y colmarlo de mis propios significados; de las memorias resultantes de los trayectos recorridos contigo.

Las alas estaban un poco oxidadas. Ya no recordaban, con claridad, cómo emprender el vuelo. Habían pasado varios años desde la última vez que cruzaron el Atlántico Norte en busca de Venecia, su querida Venecia. ¿Habrán estado ahí cuando cenaron en la terraza del Danieli? ¿Las habrá llevado sobre los hombros cuando se perdieron aquella noche en Lucerna? ¿Se habrán deslizado sobre el Sena cuando caminaban enojados, uno al lado del otro, y se escuchaban las hojas otoñales crujir bajo sus pisadas? Eso es lo de menos. Son unas alas felices. Sólo aletean en presencia del amor; como el suyo, como el que hay entre tú y yo. Se me presentaron un tanto enmohecidas, temerosas de estropear su ascenso. Finalmente, las tomé entre mis manos y comenzaron a revolotear. Aún les falta fortaleza. Habrá que limpiarlas, renovar su brillo y confiar en que me permitirán elevarme –junto a ti– con la misma plenitud con que su primera dueña surcó los aires en los años que pasó junto a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario