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domingo, 28 de febrero de 2010

De cuando el diploma

Me temblaban las rodillas mientras esperaba que gritaran mi nombre. Me vestí con pantalón y suéter negro porque, según yo, la formalidad de la ceremonia así lo requería. Y, de pronto:

 

–María Teresa Hernández Reyes

 

Entonces Tere se levantó de la silla e intentó caminar rápido. Los pies se tambalearon un par de veces. En vez de echare la culpa a los nervios, prefirió achacarla a los tacones.

Mientras avanzó esos diez o doce pasos hasta el honorable presídium, se acordó del primer día en la universidad; ese en que una mujer de ojos verdes le habló de filosofía y comunicación: de aquél primer momento en que respiró tranquila y aliviada por la certeza de saberse en el lugar correcto. Pensó también en los exámenes, los cientos de ensayos, los libros mágicos que la hicieron mortificarse durante meses, los guiones, las noches sin dormir, las felicitaciones de los maestros que tanto le importaban, los fines de semana perdidos en producciones de cine y esa última clase de su vida: aquella en que C.P. la llamó periodista.

Por tercera o cuarta vez en la mañana, quiso llorar. Se sintió feliz y agradecida por haber pasado los últimos cuatro años y medio enamorada de lo que la mayoría de las personas considera una obligación y una etapa que se busca superar lo más rápido posible. Sintió que no quería irse.

Entonces recibió un diploma que llevaba su nombre y aseguraba que había terminado la carrera de comunicación.

Así fue como Tere dijo adiós. Sonriendo ­y con los pies nuevamente titubeantes –ahora a causa de una inmensa e indescriptible felicidad–, bajó tres escalones revestidos por alfombra oscura. Allá, muy lejos, su familia la esperaba: como ella, también sonreía.

 

jueves, 3 de diciembre de 2009

Última clase

Apenas eran las 7. Era mi última clase y me negaba a salir del salón.
Ya llevaba un rato con los ojos rojos. Se me pusieron así desde que Carlos Paredes nos habló por última vez y yo, en silencio, recapitulé todo lo que aprendí de él. Unos meses antes, Yaiza y Felipe me habían hecho sentir lo mismo (aunque no tenía los ojos rojos) y me dolía despedirme de ellos.

Por alguna razón, esta clase fue diferente a todas las que había tenido antes. Fue como si el ciclo cerrara de manera perfecta. Con lo último que nos dijo, Carlos dio el toque final a lo que –supongo– la escuela debió enseñarme sobre la escritura y me dio el ejemplo de lo que era un verdadero periodista: nada de personajes ridículos y circenses como los que conducen las noticias de la tele, sino los que de verdad investigan, se comprometen y –sí, hay más– escriben bien.

Estos son los primeros nombres que escribo en mi blog. En alguna de las cosas que he leído, alguien dijo que nombramos las cosas para recordarlas. Yo no quiero olvidarme de ninguno de estos maestros. Me cambiaron la vida y, algún día, espero poder escribir como ellos y saber un poco de todo lo que ellos saben.

Cuando se acabó la clase, me colgué la bolsa al hombro y me levanté de la silla. Entonces Carlos me dijo que ser sensible era algo bueno para una periodista. Le moví la mano, crucé la puerta y me puse a llorar.

En la primera clase de la carrera, llegué al salón sin saber qué quería y sin conocer el significado de la comunicación. Casi cinco años más tarde, se supone que soy una (casi) licenciada especializada en periodismo, trabajo en una editorial y la única certeza que tengo es que quiero escribir por el resto de mi vida.

Se me olvidó darle las gracias. Bueno, no se me olvidó. Más bien no me atreví a que viera cómo me caían las lágrimas por las mejillas. Le escribiré pronto y le diré que de pocos maestros he aprendido tanto como de él. Porque creo que hay veces que para enseñar a otros no se necesitan grandes presentaciones, videos o anotaciones en el pizarrón: basta con mostrar que vives con base en aquello que enseñas y que eso te apasiona.

El lunes voy a la Ibero por mi última calificación. Hablaré, por última vez en una clase, de mis debrayes filosóficos y luego dejaré la universidad. Seguramente volveré a llorar; por todo lo que extrañaré de estos años y por el miedo que me da no saber lo que vendrá después.