Apenas eran las 7. Era mi última clase y me negaba a salir del salón.
Ya llevaba un rato con los ojos rojos. Se me pusieron así desde que Carlos Paredes nos habló por última vez y yo, en silencio, recapitulé todo lo que aprendí de él. Unos meses antes, Yaiza y Felipe me habían hecho sentir lo mismo (aunque no tenía los ojos rojos) y me dolía despedirme de ellos.
Por alguna razón, esta clase fue diferente a todas las que había tenido antes. Fue como si el ciclo cerrara de manera perfecta. Con lo último que nos dijo, Carlos dio el toque final a lo que –supongo– la escuela debió enseñarme sobre la escritura y me dio el ejemplo de lo que era un verdadero periodista: nada de personajes ridículos y circenses como los que conducen las noticias de la tele, sino los que de verdad investigan, se comprometen y –sí, hay más– escriben bien.
Estos son los primeros nombres que escribo en mi blog. En alguna de las cosas que he leído, alguien dijo que nombramos las cosas para recordarlas. Yo no quiero olvidarme de ninguno de estos maestros. Me cambiaron la vida y, algún día, espero poder escribir como ellos y saber un poco de todo lo que ellos saben.
Cuando se acabó la clase, me colgué la bolsa al hombro y me levanté de la silla. Entonces Carlos me dijo que ser sensible era algo bueno para una periodista. Le moví la mano, crucé la puerta y me puse a llorar.
En la primera clase de la carrera, llegué al salón sin saber qué quería y sin conocer el significado de la comunicación. Casi cinco años más tarde, se supone que soy una (casi) licenciada especializada en periodismo, trabajo en una editorial y la única certeza que tengo es que quiero escribir por el resto de mi vida.
Se me olvidó darle las gracias. Bueno, no se me olvidó. Más bien no me atreví a que viera cómo me caían las lágrimas por las mejillas. Le escribiré pronto y le diré que de pocos maestros he aprendido tanto como de él. Porque creo que hay veces que para enseñar a otros no se necesitan grandes presentaciones, videos o anotaciones en el pizarrón: basta con mostrar que vives con base en aquello que enseñas y que eso te apasiona.
El lunes voy a la Ibero por mi última calificación. Hablaré, por última vez en una clase, de mis debrayes filosóficos y luego dejaré la universidad. Seguramente volveré a llorar; por todo lo que extrañaré de estos años y por el miedo que me da no saber lo que vendrá después.
Mostrando entradas con la etiqueta periodismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta periodismo. Mostrar todas las entradas
jueves, 3 de diciembre de 2009
domingo, 11 de octubre de 2009
Crónica de una tarde periodística
La mamá de Gaby accedió a tomar mi llamada a las seis de la tarde. Aunque estaba temblando de miedo –y de pena por temor a verme ‘poco profesional’– empecé la entrevista presentándome como estudiante de periodismo a punto de escribir un reportaje sobre donación de órganos.
Tenía cinco meses de nacida cuando una biopsia la condenó a solicitar un transplante de hígado para sobrevivir. Si nadie la ayudaba, le dijeron a su mamá, moriría después de cuatro años de hospitales, fiebres altísimas, erupciones en la piel, trastornos renales y negligencia médica del hospital de su lugar de origen.
En Orizaba nadie quería ayudarla. Por la nula capacitación del personal que atiende en el Seguro Social de la región, su hermana murió de la misma glucogenosis que amenazaba con matarla. Cuando era la hermana mayor quien estaba hospitalizada, le inventaron a su mamá que todo fue por una septicemia y jamás se enteraron de que su padecimiento era ocasionado por la disfunción de una bendita enzima.
Cuando la salvación de Gaby estuvo en conseguir una nueva glándula, el maldito subdirector del hospital le dijo a su mamá que se iba a morir de todos modos. Luego entonces, no había necesidad de buscarle un donante que la ayudara. Fue en ese momento cuando la señora Reina le pidió ayuda a sus vecinos para buscar apoyo en México. Casi 20 días después, llegó al Distrito Federal.
Mientras su mamá pasaba las noches en un albergue patrocinado por Centro Médico, Gaby pasó seis meses realizándose estudios que la acreditaran como candidata que merecía el hígado de algún donador. Una vez aprobada y dada de alta en la lista de espera, regresó a su casa a esperar.
Esperaron durante dos años. A la una de la tarde le llamaron para que empacara sus maletas y regresara a D.F. Pero un hígado solo dura cuatro horas ‘disponible’ después de que el cuerpo que antes lo contenía ha dejado de respirar. A las dos de la tarde, mientras la mamá de Gaby le pedía a Dios que su hija viviera, alguien más, en el mismo Centro Médico en que a las 12 de la noche operarían a la niña, perdía una vida. Así el paralelismo de la vida y la muerte.
A las ocho de la noche empezaron a realizar los últimos exámenes. Dos niñas acudieron a la cita. Gaby fue la ganadora. La otra pequeña no aprobó el examen; estaba tan deteriorada que los médicos no consideraron que su cuerpo resistiría el transplante.
Gaby volvió a ver a su mamá a las dos de la tarde del día siguiente. Estuvo hospitalizada durante un mes y, desde entonces, vuelve periódicamente para revisión. Hoy tiene nueve años y va en segundo de primaria.
Así acabé con mi primera entrevista para el reportaje de titulación:
-Aguantándome las lágrimas durante toda la plática con la señora Reina.
-Con ganas de maldecir, en su cara, al subdirector del hospital del Seguro Social de Orizaba.
-Destrozada por ‘la otra niña’ que llegó tarde a su única esperanza de sobrevivir.
-Debrayando sobre los momentos en que unos viven la muerte mientras otros la vida.
-Imaginando la mejor manera de volcar toda mi cursilería en este blog para hacer de mi trabajo peridístico un texto crítico y no una telenovela...
Y eso que me faltan más de cinco entrevistas por hacer.
Tenía cinco meses de nacida cuando una biopsia la condenó a solicitar un transplante de hígado para sobrevivir. Si nadie la ayudaba, le dijeron a su mamá, moriría después de cuatro años de hospitales, fiebres altísimas, erupciones en la piel, trastornos renales y negligencia médica del hospital de su lugar de origen.
En Orizaba nadie quería ayudarla. Por la nula capacitación del personal que atiende en el Seguro Social de la región, su hermana murió de la misma glucogenosis que amenazaba con matarla. Cuando era la hermana mayor quien estaba hospitalizada, le inventaron a su mamá que todo fue por una septicemia y jamás se enteraron de que su padecimiento era ocasionado por la disfunción de una bendita enzima.
Cuando la salvación de Gaby estuvo en conseguir una nueva glándula, el maldito subdirector del hospital le dijo a su mamá que se iba a morir de todos modos. Luego entonces, no había necesidad de buscarle un donante que la ayudara. Fue en ese momento cuando la señora Reina le pidió ayuda a sus vecinos para buscar apoyo en México. Casi 20 días después, llegó al Distrito Federal.
Mientras su mamá pasaba las noches en un albergue patrocinado por Centro Médico, Gaby pasó seis meses realizándose estudios que la acreditaran como candidata que merecía el hígado de algún donador. Una vez aprobada y dada de alta en la lista de espera, regresó a su casa a esperar.
Esperaron durante dos años. A la una de la tarde le llamaron para que empacara sus maletas y regresara a D.F. Pero un hígado solo dura cuatro horas ‘disponible’ después de que el cuerpo que antes lo contenía ha dejado de respirar. A las dos de la tarde, mientras la mamá de Gaby le pedía a Dios que su hija viviera, alguien más, en el mismo Centro Médico en que a las 12 de la noche operarían a la niña, perdía una vida. Así el paralelismo de la vida y la muerte.
A las ocho de la noche empezaron a realizar los últimos exámenes. Dos niñas acudieron a la cita. Gaby fue la ganadora. La otra pequeña no aprobó el examen; estaba tan deteriorada que los médicos no consideraron que su cuerpo resistiría el transplante.
Gaby volvió a ver a su mamá a las dos de la tarde del día siguiente. Estuvo hospitalizada durante un mes y, desde entonces, vuelve periódicamente para revisión. Hoy tiene nueve años y va en segundo de primaria.
Así acabé con mi primera entrevista para el reportaje de titulación:
-Aguantándome las lágrimas durante toda la plática con la señora Reina.
-Con ganas de maldecir, en su cara, al subdirector del hospital del Seguro Social de Orizaba.
-Destrozada por ‘la otra niña’ que llegó tarde a su única esperanza de sobrevivir.
-Debrayando sobre los momentos en que unos viven la muerte mientras otros la vida.
-Imaginando la mejor manera de volcar toda mi cursilería en este blog para hacer de mi trabajo peridístico un texto crítico y no una telenovela...
Y eso que me faltan más de cinco entrevistas por hacer.
Etiquetas:
desasosiego,
dessassossiego,
donacion,
entrevista,
organos,
periodismo,
transplantes
Suscribirse a:
Entradas (Atom)