jueves, 8 de diciembre de 2011

La Llorona

Para cuando murió, la gente había olvidado su nombre. Todos la conocían como ‘la llorona’. No se terminaba cajas enteras de pañuelos desechables porque hubiera matado a sus hijos: lloraba porque sí. La cara se le llenaba de lágrimas cuando se acordaba del hombre que la dejó, cuando pensaba en los hombres que abandonó, cuando sentía algún malestar corporal que los médicos no trataban rápidamente, cuando terminaba un buen libro, cuando terminaba un mal libro, cuando su jefe la regañaba, cuando su jefe no reconocía su trabajo, cuando no podía dormir, cuando dormía demasiado, cuando despedía a sus amigos desde un aeropuerto, cuando estaba borracha, cuando estaba sobria, cuando viajaba, cuando regresaba de un viaje, cuando asistía a una cena de año nuevo, cuando celebraba el año nuevo sola en su casa, cuando cocinaba y sus platillos no tenían buen sabor, cuando cocinaba y sus platillos tenían excelente sabor, cuando se sentía olvidada, cuando la gente que amaba le recordaba que la necesitaba, cuando iba a la playa, cuando iba a esquiar, cuando veía una película romántica, cuando veía una película de guerra, cuando veía una película de comedia y, en general, cuando veía cualquier película.
Cuando era niña, su madre le decía que parecía magdalena. Cuando creció, comenzó a rentar su llanto para velorios sin mucha concurrencia. Mojaba el pasto con sus lágrimas sin el más mínimo esfuerzo. Convirtió esa lluvia salada en su más próspero negocio: “Llanto a domicilio, cuando usted lo necesite. No lo defraudaré”.
Lloraba porque no le quedaba de otra, porque una noche se le ocurrió sustituir las palabras con sollozos. Lloraba porque sentía que si se esforzaba lo suficiente, la cara se le hincharía tanto que ya nunca nadie podría volver a mirarla a los ojos. Lloraba porque tenía la esperanza de que llegaría el día en que su cuerpo se inflamaría tanto como para desaparecer.

2 comentarios:

  1. Interesante, "Llanto a domicilio"... Yo compro, vendo y cambio emociones. Después hablamos.

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  2. Y tienes la varita mágica para maquillar o seleccionar recuerdos. Qué fuerte.

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