jueves, 21 de junio de 2012
"Salaam Alaykum"
lunes, 21 de mayo de 2012
Kamikazes
Un chocolate, un intrépido suicida que llega a la mesa enmascarado bajo el disfraz del tercer tiempo de un menú de degustación. Un kamikaze cuyo único propósito existencial es tropezar con un conjunto de papilas gustativas en espera de embriagar al cuerpo de la más absoluta satisfacción. Sentir la humedad de una lengua antes de perecer. Ser valiente y resistir. Aceptar el destino que le impone un deceso por derretimiento.
Allá, muy lejos, un pequeño chocolate se prepara para morir. Toma vuelo y da un salto diminuto hasta los dedos de una niña que, de un solo bocado, eternizará la gloria de un pequeño y anónimo kamikaze.
domingo, 15 de abril de 2012
Instrucciones para recorrer París
París exige que, al menos una vez en la vida, se le recorra en solitario. Usted lo sabe bien. Coloque sus extremidades inferiores sobre los pedales y avance sin prisa hasta perderse en las calles estrechas de la romántica capital francesa. No pida ayuda a nadie. No hable con las hormigas. Atrévase, si usted quiere, a tararear al ritmo de Sidney Bechet. Tómese un descanso. Cuéntele una historia a un pétalo de rosa agonizante o levante una moneda abandonada y permítale reinventarse cuando escape a través del orificio que se esconde en el bolsillo derecho de su pantalón.
Serpentee, a párpado caído, por el Boulevard Saint Germain. Ingrese al Café de Flore. Confeccione una pintura imaginaria de una plática trascendental entre Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Póngase un antifaz. Entreviste a un cronopio. Invite a una fama a merendar un buen plato de raclette.
Continúe pedaleando hasta Saint Michel. Salude a las gárgolas. Plante una flor en honor a Víctor Hugo. Aumente la velocidad, utilice el Pont Neuf como pista de despegue y no saque el tren de aterrizaje sino hasta que vuele por encima de L’Avenue de l’Opera. Envié un aplauso a Escamillo y una muestra de solidaridad a Don José.
Déjese caer con el trío de rueditas en perfecto balance sobre Sacré Coeur. Pida prestado un paracaídas. Hágale un agujero. Experimente una caída libre hasta que el suelo lo detenga en Montmartre. Róbele las luces a los faroles de Pigalle.
Baje al subterráneo, hasta tocar con la palma de la mano la vida secreta de París. Saque un hilo de oro de su mochila y amárrese al último vagón de un metro con dirección a Charles de Gaulle–Étoile.
Arrástrese por las escaleras, dirección arriba, y escuche el golpeteo de su andar sobre la superficie de cada escalón. Avance, montado en su pequeño vehículo, por los pocos metros que le quedan antes de la despedida. Ateste algunos segundos de la sombra de la mujer que no se atrevió a besar, del perfume de croissants recién salidos del horno, del sonido de árboles que pierden sus hojas y de la visión de los foquitos que parpadean para decirle adiós.
Tome su morral con ambas manos, doble su triciclo en cuatro y, con los dedos índice y pulgar, cierre cuidadosamente el seguro dorado que mantendrá ambas alas pegadas a sus hombros. Eche una última ojeada y permita que un pájaro le recite un poema de Rimbaud. Séquese las lágrimas con el pañuelo que luego viajará hasta Les Tuileries. Guarde en su memoria esa fotografía de noche indeciblemente penetrante y planee el recorrido que hará en su próxima visita. París no se acaba nunca. Es infinita y ya regresará para correr a gritos por el Jardin du Palais Royal y decirle a un desconocido que le extrañaba. Ahora debe partir, dejarle latir libremente mientras vuelve. Allá, al fondo a la derecha, está el mundo. Y le espera, así que márchese ya.
sábado, 7 de abril de 2012
Los 26
Me fui a Las Vegas para celebrar mi cumpleaños. Cuando el reloj dio las 12 am (tiempo de Nevada), era una triunfadora. En mi papel de orgullosa poseedora de 2.55 dólares (155% más de lo que yo metí a la máquina) estaba en camino a cobrar mi premio. Fue mi primera experiencia en el casino del Bellagio.
El día anterior sentí desconfianza de las edificaciones ermitañas en medio del desierto. Clasifiqué las simulaciones de la vialidad principal como el destino al que se acude para ser irremediablemente feliz: si uno gasta una cantidad considerable de dinero para llegar hasta allá, no le queda más que sonreír.
Luego dejé de pensar. Para la segunda noche bajo los foquitos multicolores, me sentía genuinamente a gusto y sin ganas de volver a la realidad. Bebí mojitos a diversas horas del día y me sentí halagada de que el personal de casinos y bares desconfiara de mi mayoría de edad.
Dejé un pulmón a media calle cuado corrí hacia el KA Theatre, del Cirque du Soleil, y concluí que O es el mejor espectáculo que he visto en mi vida. Compré (casi) todo lo que se me dio la gana, comí papas a la francesa bajo la sombra de una Torre Eiffel en miniatura y caminé más de seis kilómetros por día.
Cuando volví a casa, mi familia me recibió con un pastel de helados de merengue y una mesa decorada para celebrar. Hubo fotos, sonrisas y abrazos. Soplé las velitas y pedí un deseo.
Este es un post muy simple: sólo busca describir lo feliz que me he sentido durante las primeras horas de mis 26.
miércoles, 22 de febrero de 2012
XXI.
domingo, 29 de enero de 2012
Calcetines
Cortarle la etiqueta a un par de calcetines nuevos. Tomar cuidadosamente las tijeras y dejarlos en libertad. Sentir pena por ellos. Nunca habrán de codearse con una lujosa dupla de tacones, nunca habrán de conocer el mar. Su destino será perderse en un basurero sin haberse besado con la arena, sin humedecerse en la nieve y sin dejarse envolver por sandalias que recorran empedrados para tropezarse con un chicle o los agonizantes restos de una nieve de limón.
Cortarle la etiqueta a un par de calcetines nuevos. Buscar la estrategia ideal para combinarlos. Confeccionar un croquis mental de ganchos, estantes, cajones y cajas de zapatos deportivos para encontrar a la pareja ideal de cada funda de pie. Y es que –claro está– los calcetines son ermitaños por excelencia. Viven solos y se reencuentran –como los andróginos– con su ‘otra mitad’ hasta el final de su existencia, hasta que alguno de ellos es sorprendido con una abertura más o menos redondeada o su resorte pierde la fuerza para evitar que la tela resbale desde el talón y hasta el tobillo. Entonces, y sólo entonces, las parejas vuelven a encontrarse y parten juntas hacia un lugar mejor.
jueves, 12 de enero de 2012
La Hidra Mexicana
Hoy encontré un texto disfruté y considero pertinente para ‘estos tiempos’. Yo nunca publico nada de política pero bueno... aquí va el link: La Hidra Mexicana, de Roger Bartra.
[Llamó mi atención por el título. Me considero admiradora de la Hidra de Lerna, monstruo de la mitología griega capaz de generar dos cabezas en caso de que una le fuera cortada]