viernes, 31 de agosto de 2012

El picaporte

Habrá que dudar de la existencia de un acto más transformador que el de girar un picaporte. Así, tan simple: apretar una perilla con la mano, girarla hacia la derecha y jalar (o empujar, según sea el caso) la puerta que abrirá el camino a la infinitud. Y es que, una vez que se supera el miedo de caminar bajo un marco de madera, metal o concreto, y se decide salir, las posibilidades son infinitas.
Adentro, frente al espejo, un hombre serio se las ingenia para fabricar las risas que aún no escucha. Afuera, frente al público, la figura sonriente que calza un par de zapatotes, se toca la nariz roja con la punta del índice y agradece una ovación.
Adentro, sobrevolando las habitaciones, un criminal vigila a su víctima. 
Afuera, el hombre de los zapatotes gira el picaporte hacia la derecha y empuja la puerta. Deja la sonrisa en la entrada y el criminal sigue al acecho.

A la mañana siguiente, sobrevolando una pista de aterrizaje rebosante de las mandarinas, manzanas y kiwis del puesto de Doña Amalia, un mosquito se reúne con su familia y dice: “Ayer cené muy bien”.

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