domingo, 26 de junio de 2011

Viaje de Invierno

“Cualquiera que esté esperando una carta de la persona amada conoce el poder de vida o de muerte de las palabras. Mi caso se agravaba, ya que Astrolabio tardaba en escribirme: mi existencia pendía de un lenguaje que todavía no existía, de la probabilidad de un lenguaje. La física cuántica aplicada al epistolario. Cuando oía los pasos de la portera en la escalera, a la hora de repartir el correo, que deslizaba debajo de las puertas, experimentaba un trance parecido al del místico cometido a una prueba divina. Cuando identificaba el sobre como una factura o publicidad, experimentaba el rechazo en su plenitud, el rechazo brutal de Dios y, de repente, lo colmaba de no-existencia”


Decidió secuestrar un avión desde Charles de Gaulle y destruir la Torre Eiffel. Su objetivo, según dijo, era integrar el amor de su vida en el mayor acto de destrucción de su existencia. Fue un odio nacido de la insatisfacción de sus más profundos deseos.
Deseo, deseo, deseo. De ahí han nacido mis más grandes amores. La no-satisfacción me ha resultado inolvidable. De lo aprehendido, a veces, ni el recuerdo.
Platón habló una vez de los andróginos, esas criaturas que –por presumir su plenitud ante los dioses– despertaron la ira de Zeus y se ganaron que éste les enviara un rayo para partirlos en dos. A partir de entonces, caminaron por el mundo intentando encontrar ‘a su otra mitad’. Desearon. Se cuenta también que, quienes se encontraron a ese fragmento que les faltaba, se abrazaron de tal modo que el gozo hizo que se olvidaran de respirar, de vivir. Murieron en un abrazo que nació de la totalidad.
¿Para qué saciar, entonces, los deseos si con ello también el deseante se sacia de la vida? Si Zoilo hubiera conseguido el amor de Astrolabio, entonces no habría planeado acabar con el símbolo parisino, Amélie Nothomb no habría escrito el diario en el que Zoilo lo cuenta todo, Librerías Gandhi no habría puesto Viaje de Invierno en un estante donde yo pudiera encontrarlo ni habría escrito este delirante post.

Cambio de imagen

Radical... ¿Y por qué no?
Si las transformaciones pueden ocurrir tras una cita con el estilista, quise intentarlo con las letras y el pensamiento.
Además me gustaría hacer algunos cambios en mi vida y este puede ser un inicio simbólico.

jueves, 23 de junio de 2011

Retorno

Te levantarás de la cama preguntándote cuál de tus vecinas querrá molestarte con alguno de sus chismes. Viejas cotorras, ya que te dejen en paz. Al otro lado de la puerta estará ella. Te sonreirá como debió de haberlo hecho hace tantos años. Verás, en su mirada, esa seguridad que tanto esperabas encontrar en esas otras veces que buscaste sus ojos para saber que te amaba. Notarás que carga una maleta en la mano. Te pedirá permiso para entrar y, confundido, le dirás que sí; que claro que sí. Ella irá directamente a la recámara, abrirá el clóset y vaciará el contenido de la maleta dentro del tercer y cuarto cajón. La observarás cómo devuelve, a esos espacios que por tantos meses estuvieron dolorosamente vacíos, los viejos calcetines que le regalaste, el pantalón gris y el suéter de tejido blanco que se ponía para cocinar contigo y el bikini de lunares rosas con el que bajaba a nadar en las tardes de calor. A la izquierda, en el espacio reservado para los zapatos, guardará sus pantuflas. Por último, se despojará de los jeans y la camisa blanca y se pondrá la pijama roja que aún quedaba en la maleta. Luego se meterá bajo las cobijas y te sonreirá antes de darse la espalda para esperar a que la abraces. Entonces lo habrás comprendido todo. Cuando te acerques a ella y la sientas ahí frente a ti, entenderás que volvió para ser tuya, que nunca más se alejará de ti.

-Música: 'Upon Nothing', cortesía de Michael Nyman para The Libertine.

domingo, 19 de junio de 2011

Kawabata

“La repelente senilidad de los tristes hombres que venían a esta casa no estaba a muchos años de distancia del propio Eguchi. La inconmensurable extensión del sexo, su insondable profundidad –¿qué parte de ella había conocido Eguchi en sus sesenta y siete años?–. Y en torno a aquellos ancianos nacía constantemente carne nueva, carne hermosa, carne joven. ¿Acaso la nostalgia de los tristes ancianos por el sueño inacabado, su pesar por los días perdidos sin haberlos tenido jamás, no estarían ocultos en el secreto de esta casa? Eguchi pensaba antes que las muchachas que no se despertaban eran una perpetua libertad para los ancianos. Dormidas y mudas, decían lo que los ancianos deseaban”.

Leí La casa de las bellas durmientes cuando cursaba el tercer año de la carrera en la universidad. Compartí mi fascinación con M. Ella parecía no entender nada. Leía sin leer. Me escuchaba sin comprender de qué le hablaba.
–¿No es maravilloso?
–¿Qué?
–Duermen junto a ellas. Los dos están desnudos pero ellos no pueden tocarlas. Ellas no despiertan en toda la noche. Ni siquiera saben que ellos están ahí. Ellos regresan, todas las noches, sólo por el placer de desearlas.
–¿Eh?

En más de una ocasión, intenté explicar la misma tesis a un hombre. Le dije que las geishas me parecían maravillosas porque algunos hombres las preferían por encima de las prostitutas porque, de algún modo, representaban algo prohibido: a diferencia de tantas otras mujeres comunes, no podían poseerlas. Eran compañía, eran cuerpos frágiles cubiertos bajo telas y telas de seda que mantenían un misterio bajo llave. El hombre no entendió nada de lo que intenté explicarle. ¿Para qué querría imaginar cómo luciría una mujer bajo la ropa cuando existía Playboy? Como en aquella ocasión con M., también fracasé.
La cosa es que no concibo el placer sin el deseo. Lo que se exhibe y se muestra abiertamente, sin un desocultamiento paulatino y sin delicadeza alguna, me parece vulgar, me repugna. En mi arcaico y presuntuoso pensamiento, un cuerpo no se desnuda con tan sólo arrancarle una indumentaria. Descubrir un cuerpo es una lectura –como la de un espectador frente a la obra abierta– y es una mirada ajena que excava, capa por capa, hasta llegar a la verdadera sustancia.
Por eso mi fascinación por la pluma de Kawabata. Su prosa indaga en la belleza y unicidad de lo femenino conforme las manos masculinas de sus personajes refinan la cuidadosa exploración de cuerpos exquisitos que, pareciera, anhelan ser revelados. Sus historias son misterios, son sosegados movimientos y mediadoras de pasión. Su lenguaje es deseo, es una mujer danzante frente al fuego, cubierta por velos en movimiento que el fantasioso lector está deseoso por ver caer frente sus ojos.

-Música: Suite from Memoirs of a Geisha for Cello and Orchestra: Sayuri's Theme, cortesía de John Williams

sábado, 18 de junio de 2011

Alas de regalo

B. me envió unas alas para poder volar. Estaban guardadas en una cajita color menta. Siempre la recordaré como la primera cajita color menta que un hombre me regaló y puedo decir, con orgullo, que me alegra que sea parte de otra historia. Eso me permitirá continuar el relato a mi manera y colmarlo de mis propios significados; de las memorias resultantes de los trayectos recorridos contigo.

Las alas estaban un poco oxidadas. Ya no recordaban, con claridad, cómo emprender el vuelo. Habían pasado varios años desde la última vez que cruzaron el Atlántico Norte en busca de Venecia, su querida Venecia. ¿Habrán estado ahí cuando cenaron en la terraza del Danieli? ¿Las habrá llevado sobre los hombros cuando se perdieron aquella noche en Lucerna? ¿Se habrán deslizado sobre el Sena cuando caminaban enojados, uno al lado del otro, y se escuchaban las hojas otoñales crujir bajo sus pisadas? Eso es lo de menos. Son unas alas felices. Sólo aletean en presencia del amor; como el suyo, como el que hay entre tú y yo. Se me presentaron un tanto enmohecidas, temerosas de estropear su ascenso. Finalmente, las tomé entre mis manos y comenzaron a revolotear. Aún les falta fortaleza. Habrá que limpiarlas, renovar su brillo y confiar en que me permitirán elevarme –junto a ti– con la misma plenitud con que su primera dueña surcó los aires en los años que pasó junto a él.

martes, 7 de junio de 2011

El duende verde

Le dije a mi mamá que, en la alacena que está encima del refrigerador, vive un duendecillo verde. Lo imagino chaparrito, con la cabeza medio aplastada y un sombrero –estilo arlequín– sobre la cabezota (sí, está medio deforme pero eso no le quita lo simpático). Evidentemente no me creyó. El tema salió a colación porque nos compartió su esperanza de que –cuando ella ‘ya no esté’– mi hermana y yo trasladaremos el 100% de los objetos existentes en nuestra casa actual a nuestra casa futura. Mi hermana parecía muy sonriente y optimista. Yo... no tanto... La verdad es que completar esa tarea sería peor que robarle el anillo a Gollum e intentar escapar por toda la eternidad del ojo de fuego del Señor Oscuro.
–Ma, pero nosotras ya vamos a tener nuestra propia casa, con nuestras propias cosas.
–Pero todo esto es para ustedes ¿qué vas a hacer con todo lo que hemos comprado? ¿vas a tirar los platos, por ejemplo? (haciendo referencia a los souvenirs que han ido adornando las paredes desde hace años y que he traído de uno que otro viajecillo).
–Bueno, los platos no, pero porque son mis recuerdos.
–Ah, ¿ya ves? ¿entonces? ¿todo lo demás sí lo vas a tirar a la basura?
–No, ma, pero es que ¡hay muchas cosas que ya no sirven! Mira en el mueble de la cantina ¿qué hay ahí abajo, por ejemplo?
–Pues botellas.
–¡Están ahí desde hace años! ¿Por qué no las tiras?
–Son de tu papá.
–¿Ya ves? Seguro ni sabes todo lo que tienes guardado en la casa. Por ejemplo ¿qué hay arriba de la alacena del refrigerador?
–Pues vajillas.
–No, ahí no hay vajillas. Ésas están en la otra alacena.
–¿Ah sí? Ah, pues cosas.
–¿Cosas?
–Sí, cosas.
–¿Qué cosas?
–Pues cosas de mi cocina.
–Ahí vive un duende verde, mamá. Con su sombrerito verde, su familia verde y en medio de telarañas verdes.

Mi hermana se rió; mi mamá también. A mí no me dio risa pensar que existía la posibilidad de llevarme a una diminuta familia verde a mi casa del futuro. Llevo años sin abrir esas dos puertas a las que es imposible acceder sin ayuda de un banquito. Estoy convencida de que mi madre también lleva años sin saber qué rayos es lo que, alguna vez, guardó ahí. Hoy en la noche develaré el misterio pero podría asegurar que ayer, que bajé medio dormida a servirme un poco de agua, vi en el suelo unas pisaditas verdes que marcaban un caminito con destino a la alacena que está encima del refrigerador.

miércoles, 1 de junio de 2011

Boston Film Night with John Williams....

Volviste a hacerme llorar, a regalarme un boleto para viajar hacia tus mundos fantásticos y a detener el tiempo conmigo ahí frente a tu orquesta y a tus manos mágicas llevando a músicos y público a la perfección sonora.
En la mesa había Malbec, uvas y queso. Arriba, en el escenario, estaba tu mirada cómplice con aquellos que expresaban las melodías que hace años plasmaste sobre un papel pautado que descansaba encima de un piano. Te sonreían y tu mirada alegre respondía. Luego esa manera tan tuya de tomar el micrófono y dirigirte hacia la audiencia. Han sido cinco las oportunidades que he tenido para escucharte hablar sobre tu música y lo que dices me sigue conquistando como en el primer instante en que te escuché en el Symphony Hall. Tu voz es tan melodiosa como tus creaciones. Miro a tus músicos, con los ojos cerrados y contoneándose al ritmo de las armonías que has creado en más de 50 años de composición y se me sigue erizando la piel. Esa sensación, que nace del contacto con tus obras de arte sonoro, y ese nudo en la garganta que me haces sentir cuando te miro dirigiendo, es irremplazable. Nunca habrá nada que lo supere y los recuerdos de estas noches en Boston estarán en mi mente para siempre.
Gracias por la inspiración que me has dado para escribir, por la compañía, por el éxtasis, por el estremecimiento, por el homenaje a otros grandes compositores de la historia, por el vuelo a Nunca Jamás, por el amor de una geisha expresado en la voz de un cello, por el arrebato en Irlanda, por la majestuosidad de los dinosaurios, por el vuelo en bicicleta con la Luna de testigo, por el tiburón merodeando las aguas y acechando a turistas temerosos, por la marcha del héroe que no era un avión pero surcaba los aires, por fénix volando por encima de un colegio de magia y por los tambores y trompetas que retratan el espíritu olímpico con una pasión sin igual... Gracias por haber visto mis lágrimas afuera del Symphony Hall y haberme dedicado esa mirada tan grata y empática, por haber dicho que mi llanto era dulce y quitarme la vergüenza de no poder evitarlo, por haber firmado mi LP de Superman con un segundo plumón indeleble para que tu firma quedara clara sobre la superficie negra y gracias por haber cerrado con esa elegancia, dulzura y entrega una de las mejores noches de mi vida.

Música: The Olympic Spirit, cortesía de John Williams